– En que el mundo de Henry James se me esta quedando pequeno.

Brunetti se puso en pie y miro el reloj: mas de las once.

– Me voy a la cama -fue todo lo que supo decir, en su estupefaccion.

13

El ferragosto se alargaba de ano en ano, a medida que la gente iba anadiendo dias a uno u otro extremo del periodo oficial de las dos semanas de descanso, tanto por el deseo de prolongar las vacaciones como por la esperanza de evitar los atascos de circulacion. En los informativos de la radio y la television se daban normas de prudencia a los automovilistas y se hablaba de los doce millones de coches -o catorce o quince- que saldrian a la carretera aquel fin de semana. Uno de los locutores dijo que, puestos los vehiculos parachoques con parachoques, la cola iria desde Reggio Calabria hasta el paso de San Gotardo. Brunetti, que ignoraba la longitud media de un automovil, no se molesto en comprobar el calculo. Aunque tenia permiso de conducir, en realidad el no era conductor ni sentia el menor interes por los coches. Eran grandes o pequenos, rojos, blancos o de otro color, y demasiados jovenes morian en ellos al cabo del ano. Habia decidido hacer el viaje en tren: la sola mencion de la posibilidad de alquilar un coche seria exponerse a las denuncias ecologistas de Chiara. Irian en tren hasta Malies, donde los esperaria un coche que los llevaria a la casa del primo. Un autobus hacia el viaje a Glorenza dos veces al dia.

Cada miembro de la familia empezo a hacer sus preparativos para las vacaciones. Paola levanto la acostumbrada montana de libros encima del tocador, cuya composicion variaba de ano en ano segun los titulos que ella pensaba elegir para su clase sobre la Novela Britanica del curso siguiente. Por la noche, Brunetti leia los titulos, para seguir las alternativas de la pugna en la que estaban enzarzados los tomos: La feria de las vanidades habia cedido el puesto a Grandes esperanzas, sustitucion que Brunetti atribuia a simple cuestion de peso; El agente secreto duro tres dias, al cabo de los cuales fue sustituido por El corazon de las tinieblas, a pesar de que a Brunetti la diferencia de peso le parecia minima. Al dia siguiente, Las torres de Barchester habia reemplazado a Middlemarch, lo cual indicaba que ya volvia a regir la ley del peso. Orgullo y prejuicio se habia mantenido desde la primera noche.

Tres noches antes de la partida, Brunetti cedio a la curiosidad.

– ?Como es que todos los libros gruesos han desaparecido, menos A Suitable Boy, que es el mas grueso de todos?

– Oh, ese no lo daremos -dijo Paola como si la pregunta la sorprendiera-. Hace anos que quiero releerlo. Es mi premio.

– ?Cual es la razon para el premio?

– ?Y tienes que preguntar eso a una persona que ensena en el departamento de Literatura de Ca' Foscari? - pregunto ella con la voz que reservaba para sus Expresiones de Publica Indignacion. Y, suavizando el tono, dijo-: Ya he visto los libros que te llevas tu.

Asi lo esperaba Brunetti, pensando que la sobriedad de su eleccion serviria de saludable ejemplo y marcaria un contraste con la frivolidad de algunos de los titulos seleccionados por ella.

– ?No se aprecia una insolita modernidad en tus preferencias? -pregunto ella.

– He decidido leer Historia Moderna -afirmo el, ufano.

– ?Por que la rusa? -pregunto ella senalando un libro titulado La tragedia de un pueblo.

– Me interesa la Revolucion -dijo el.

– Lo que a mi me interesa es por que tantos de nosotros nos dejamos embaucar -dijo ella con una voz que de repente se habia vuelto agria.

– ?Te refieres a nosotros, los de Occidente?

– Nosotros. Los de Occidente. Nuestra generacion. El paraiso de los trabajadores. Hermanos en el socialismo. Todas las tonterias que soltabamos para demostrar a nuestros padres que no nos gustaban las opciones que habian elegido ellos. -Se tapo la cara con las manos, y Brunetti no detecto falsedad en el gesto-. Pensar que yo vote a los comunistas. Por propia voluntad. Yo vote por ellos.

El unico consuelo que se le ocurrio a Brunetti fue:

– La Historia los ha barrido.

– Mucho ha tardado -dijo ella con ferocidad-. Tu me conoces, sabes que no soy muy dada a la verguenza ni a la contricion, pero siempre me arrepentire de haber votado por esa gente, de haberme negado a escuchar la voz del sentido comun, a creerlo que no queria creer.

– Ellos nunca tuvieron aqui verdadero poder -dijo Brunetti-. Tu lo sabes.

– Yo no hablo de ellos, Guido, hablo de mi. De que yo pudiera ser tan estupida, y durante tanto tiempo. -Tomo el libro de el y se puso a hojearlo, deteniendose a mirar algunas fotos, lo cerro y lo dejo en la mesa-. Mi padre siempre los ha odiado. Pero yo no queria escucharle. ?Que podia saber el?

– ?Crees que nosotros tendremos ese problema con nuestros hijos? -pregunto el, tratando de desviar la conversacion.

Ella abrio un cajon y saco un jersey, a la sola vista del cual Brunetti rompio a sudar.

– Raffi no ha tardado en abrir los ojos -dijo ella-. Y habria que dar gracias por ello. Pero no dejaran de venirnos con alguna otra idea.

Brunetti se acerco a la ventana que miraba al norte, y percibio el leve movimiento de una brisa.

– ?Crees que va a cambiar el tiempo? -pregunto.

– Si acaso, a mas calor -dijo ella, y saco otro jersey.

Al dia siguiente, la signorina Elettra iba a tomar cafe con su admirador del Tribunale. Brunetti supuso que iria a comprar las flores a primera hora de la manana, antes de que el calor acogotara a la ciudad. Dandole tiempo para un placido cafe y una amena conversacion sobre amistades comunes y empleados del Tribunale, Brunetti calculaba que no llegaria a la questura antes de las once. Pero a esa hora lo entretuvo una larga conversacion telefonica con un amigo que lo llamo desde la questura de Palermo para preguntarle si habia oido hablar de dos pizzerias y un hotel que se habian abierto hacia poco en Venecia.

Brunetti habia oido decir muchas cosas -supuestas y ciertas- de los tres establecimientos. Lo que le comunico su amigo se referia a los duenos, y avivo el interes de Brunetti la inusitada celeridad con que se concedieron los permisos para las reformas que se hicieron en las dos pizzerias y el hotel.

Los permisos para el hotel tardaron menos de dos semanas y, ademas, se autorizo a las cuadrillas a trabajar las veinticuatro horas, algo practicamente inaudito en la ciudad. Las pizzerias requerian menos obras, y los permisos fueron concedidos antes de una semana.

Cuando su amigo de Palermo reconocio tener un interes especial en el jefe de la oficina que concedia los permisos, Brunetti no pudo sino lanzar un suspiro, por lo familiar que le era el nombre y lo infructuosa que seria toda tentativa de investigar el metodo aplicado a la concesion de los permisos.

Profiriendo un sonido que queria ser risa y no pudo, Brunetti dijo:

– Cuando yo trabajaba en Napoles, un dia aparcamos una furgoneta en una calle adyacente a cierta pizzeria y filmamos a todo el que entraba y salia. Ademas, pusimos otra camara delante de la puerta, para filmar a los que ocupaban las mesas, hasta la hora del cierre.

– ?Cuantos clientes, en total?

– Entraron ocho personas y estuvieron dentro el tiempo suficiente para comer. Los filmamos mientras esperaban las pizzas y se las comian. Tambien entro un hombre que se llevo seis pizzas.

– Deja que haga el calculo -dijo la voz desde el otro extremo del hilo-: la recaudacion de todo el dia tenia que ser la correspondiente a catorce pizzas.

Brunetti se rio.

– Recaudaron mas de dos mil euros.

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