– ?Que hicisteis vosotros?

– Entregamos la cinta a la Guardia di Finanza.

– ?Y?

– Y el caso llego a los tribunales, y el juez dictamino que las camaras suponian una invasion de la intimidad y que la cinta no podia utilizarse como prueba, porque las personas que aparecian en ella no habian sido advertidas de que estaban siendo grabadas. -Al cabo de un momento, Brunetti anadio-: Es lo que ocurrio tambien con los handlers de equipajes del aeropuerto.

– Lo lei en el periodico.

Brunetti miro el reloj y vio que eran casi las doce. Deseaba hablar con la signorina Elettra antes de que se fuera a almorzar y, para poner fin a la conversacion, dijo:

– Si averiguo alguna cosa, te llamare.

Para disimular, incluso ante si mismo, su prisa por hablar con la joven, Brunetti se detuvo en la oficina de los agentes para ensenar la foto de Gorini a los hombres que estaban de servicio. Era un rostro poco corriente, y ninguno de los hombres recordaba haberlo visto por la ciudad. Les dejo la foto para que la ensenaran a sus companeros y bajo al despacho de la signorina Elettra, a la que encontro sentada ante su mesa, frotandose maquinalmente la palma de la mano izquierda. En el alfeizar de la ventana estaban, a medio desenvolver, dos ramos de flores que empezaban a mustiarse. Ella, al verlo entrar, movio la cabeza de arriba abajo, sin dejar de frotar.

– ?Que ha pasado? -pregunto el.

– Un desastre. Todo un desastre.

– Cuente -dijo el, apartando las flores y apoyandose en el alfeizar, con los brazos cruzados.

Con un movimiento deliberado, quiza para obligarse a dejar de frotarse la mano, ella apoyo las palmas en la mesa, a cada lado del teclado.

– He comprado las flores y luego he ido al Tribunale y he subido al despacho de mi amigo. Lo he encontrado trabajando y le he dicho si queria salir a tomar un cafe.

«Hemos entrado en el Cafre del Doge, y el ha sugerido que nos sentaramos a una mesa en lugar de quedarnos en la barra. Le he dicho que no tenia mucho tiempo, pero he dejado que me convenciera, y nos hemos puesto a hablar. El me hablaba de su trabajo y yo hacia como si el tema me interesara.

»Para llevar la conversacion hacia Fontana no se me ha ocurrido otra cosa que mencionar a Rizzotto, otro de los ujieres, porque yo habia ido al colegio con su hija y lo habia visto varias veces en el edificio. Y entonces he mencionado a Fontana, he dicho que habia oido comentar que era un empleado excelente. Y eso ha dado pie a una serie de comentarios sobre el, su dedicacion, su eficacia, su experiencia y el ejemplo que los hombres como el nos dan a todos nosotros, y cuando yo ya creia que iba a ponerme a gritar o a golpearlo con las flores, el ha levantado la cabeza y ha dicho: 'Vaya, ahi esta el en persona.'»Y, antes de que yo pudiera detenerlo, se ha levantado y ha traido a Fontana a la mesa. Fontana llevaba americana y corbata, ?imagina? Treinta y dos grados, y americana y corbata. -Callo y movio la cabeza al recordarlo.

Esto a Brunetti no le parecia un desastre, ni por asomo.

– Y se ha sentado con nosotros -prosiguio ella-. Es un hombrecito insignificante. Ha pedido un macchiato y un vaso de agua y apenas ha dicho una palabra, en tanto que Umberto seguia hablando y yo trataba de hacerme invisible. -Brunetti dudaba de tal eventualidad-. Y entonces, mientras los tres estabamos alli sentados tan amigablemente, ?quien cree que ha entrado en el cafe? Pues mi amiga Giulia con Luisa, su hermana.

– ?Coltellini? -pregunto Brunetti, a sabiendas de que era innecesario.

– Si. Giulia me ha visto, se ha acercado a saludarme y entonces ha venido tambien su hermana. Crei que el pobre Fontana iba a desmayarse. Se ha levantado tan de prisa que ha volcado su taza y el cafe le ha caido en el pantalon. Que horror, el no sabia si darle la mano, de lo contento que estaba de verla alli, pero Giulia se ha limitado a darle una servilleta. ?Que otra cosa podia hacer? El se ha puesto a enjugarse el cafe. Ha sido grotesco. Pobre hombre. No podia disimular. Era tan evidente como si llevara un cartel: «Te amo, te amo, te amo.»

– ?Y la jueza?

– Despues de saludar, se ha desentendido de el. -Ella levanto las manos de la mesa y volvio a frotarse la palma de la izquierda.

– No me parece un desastre -dijo Brunetti.

– Eso ha llegado cuando Umberto me ha presentado. Al oir mi nombre, ella no ha podido disimular la sorpresa, ha mirado a Umberto, ha mirado a Fontana, me ha dado la mano y ha tratado de sonreir.

– ?Que ha hecho usted?

– Fingir que no habia notado nada, y no creo que ella se haya dado cuenta de que yo habia observado su reaccion.

– ?Que ha pasado luego?

– Se ha sentado con nosotros. Antes de eso, daba la impresion de que deseaba echar a correr para no tener que estar cerca de Fontana, pero se ha sentado y ha empezado a hablar.

– ?De que?

– Me ha preguntado donde trabajaba, ahora que ya no estaba en el banco.

– ?Usted que le ha dicho?

– Que trabajaba en la Commune, y como ella seguia preguntando, he dicho que era todo tan aburrido que no soportaba hablar de ello, y le he preguntado donde habia comprado la blusa que llevaba.

– ?Ha dicho ella algo mas?

– Cuando ha visto que no iba a sacar nada de mi, ha preguntado a Fontana de que estabamos hablando, pero lo ha hecho con naturalidad y simpatia: «?Y deciais cosas interesantes, Araldo?», le ha dicho con voz de sacarina. Pobre hombre. Se ha puesto tan colorado al oirla llamarlo por su nombre, que he pensado que iba a darle una apoplejia.

– ?Pero no le ha dado?

– No, senor. Y tampoco le ha contestado, y entonces Umberto ha dicho que hablabamos del trabajo en los tribunales. -Ella ha callado un momento y ha movido la cabeza-. Probablemente, es lo peor que podia decir. -Miro a Brunetti-. Tendria que haberle visto la cara cuando ha oido esto. Congelada.

– ?Cuanto tiempo se ha quedado despues de eso? -pregunto Brunetti.

– No lo se. Yo he recogido las flores y he dicho que tenia que volver a la oficina. Umberto ha dicho que me acompanaria hasta el traghetto: el cree que trabajo en Ca' Farsetti, de manera que he tenido que cruzar el Canal y entrar por la puerta principal, porque Umberto estaba en la otra orilla, saludando con la mano.

– ?Pero la jueza no se ha creido que usted trabajara alli?

– Ni pensarlo. Lo tenia escrito en la cara. Es «jueza», por favor: a la fuerza tiene que saber quien trabaja en la questura.

– Quiza -trato de atemperar Brunetti.

Ella se levanto y fue hacia el tan aprisa que Brunetti tuvo que hacerse a un lado para esquivarla. Sin mirarlo, recogio las flores, arranco el papel y las puso en la mesa, fue al armadio, saco dos floreros y salio al pasillo. El se quedo donde estaba, reflexionando acerca de lo que acababa de oir.

Cuando ella volvio, Brunetti tomo uno de los jarrones con agua y lo puso en el antepecho de la ventana. Ella dejo el otro en la mesita que estaba junto a la pared, fue a su escritorio y agarro uno de los ramos de flores. Tiro bruscamente de las gomas que sujetaban los tallos, las arrojo a la mesa y practicamente embutio las flores en el jarron, luego repitio la operacion con el otro ramo.

Ella se sento en su sillon, miro a Brunetti, miro a las flores y dijo:

– Pobrecitas. No deberia desahogarme con ellas.

– No creo que tenga usted de que desahogarse.

– No diria eso si hubiera visto como ha reaccionado ella.

– ?Que va a hacer ahora? -pregunto Brunetti.

– Me gustaria echar un vistazo a lo que sea que despertara su curiosidad acerca de la jueza.

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