los agentes, viendo como un hombre iba colocando cartas encima de la mesa que tenia delante. El inspector habia apartado la silla de la mesa, echado el cuerpo hacia atras, cruzado los brazos y apoyado los pies en un cajon abierto. De pie detras de el, a su izquierda, estaba Zucchero, tambien con los brazos cruzados y la mirada fija en la pantalla. Brunetti se acerco con calma y se quedo a la derecha de Vianello.
El hombre de la pantalla seguia mirando fijamente las cartas que tenia en la mesa. La camara mostraba solo la parte superior de la cabeza, unos hombros recios y un torso abombado. El hombre se froto el menton con el gesto del agricultor que mira el barometro sin saber que pensar.
– ?Dice que el le ha prometido casarse con usted? -pregunto de pronto, sin dejar de mirar las cartas.
Una voz de mujer, procedente de un punto situado detras, encima o debajo de el, dijo:
– Si. Muchas veces.
– ?Pero nunca fijo fecha? -La voz del hombre no podia ser mas neutra.
Tras una larga vacilacion, la mujer respondio:
– No.
El hombre movio la cabeza de arriba abajo, alzo la mano izquierda y, con un delicado movimiento de un dedo, corrio una carta un poco hacia la izquierda. Entonces levanto la cabeza y Brunetti le vio la cara. Era redonda, casi esferica, como si a un balon de futbol le hubieran pintado ojos, nariz y boca, y pegado pelo sobre la frente, para darle el aspecto de una cabeza humana. Tambien los ojos eran casi redondos, bajo unas cejas gruesas que, a su vez, eran dos medias circunferencias practicamente perfectas. El efecto del conjunto era de total inocencia, como si, de algun modo, este hombre acabara de nacer, quiza en la misma puerta del estudio de la television, y lo unico que supiera de la vida fuera echar las cartas y mirar fijamente a los espectadores tratando de ayudarles a comprender lo que leia en ellas.
Hablando ahora directamente a la mujer que debia de estar mirandolo absorta y bebiendo sus palabras, el hombre dijo:
– ?En algun momento ha dicho algo concreto sobre cuando piensa casarse con usted?
Esta vez ella tardo aun mas en contestar, y cuando lo hizo empezo con un largo «Hmm» que duro lo que dos suspiros y entonces dijo:
– Es que antes tiene que arreglar algunos asuntos.
Brunetti habia oido en su vida muchas evasivas y detectado intentos de desviar el curso de un interrogatorio a los detenidos, que solian ser maestros del subterfugio. Esta mujer era una simple aficionada; su tactica era tan transparente que habria dado risa, de no ser porque su voz denotaba pena, como si ya supiera que nadie iba a creerla pero no pudiera dejar de intentar ocultar lo evidente.
– ?Que asuntos? -pregunto el hombre mirando fijamente a la camara y…, uno lo sentia…, a la boca mendaz de la mujer y al falso corazon del hombre.
– Su separacion -dijo ella, con una entonacion que se hacia mas lenta y mas debil a cada silaba.
– «Su separacion» -repitio el hombre de la cara redonda, con una entonacion que, a cada silaba, era un paso lento y pesado hacia la verdad.
– Aun no es definitiva -dijo ella. Trataba de aseverar, pero solo podia implorar.
Hasta este momento, el dialogo se habia desarrollado a ritmo lento, y sorprendio a Brunetti y sobresalto a la mujer, que ahogo una exclamacion, la velocidad relampago con la que el hombre pregunto:
– ?Ha pedido siquiera la separacion?
El sonido de la respiracion de la mujer lleno el estudio, lleno los oidos del hombre de la cara redonda, lleno las ondas.
– ?Que dicen las cartas? -pregunto con una voz que era poco mas que un jadeo.
Hasta ahora el hombre habia permanecido casi inmovil, de manera que cuando levanto la mano para mostrar a la camara, y a la mujer, las cartas que conservaba en la mano, el movimiento pillo desprevenido a Brunetti.
– ?En serio quiere saber lo que dicen las cartas,
Ella tardo en responder, pero al fin dijo:
– Si. Si. Tengo que saberlo. -Despues de estas palabras, se oyo el sonido persistente de su respiracion angustiada.
– Esta bien,
– Si, si -repitio ella, casi suplicando.
–
– El Engano,
Los pies de Vianello resbalaron al suelo, sobresaltando a Brunetti.
– ?Jo! Listo el tio, ?eh? -dijo el inspector borrando la imagen de la pantalla.
Lo repentino del acto de Vianello hizo que Brunetti advirtiera de pronto como lo habia subyugado literalmente la conversacion entre aquellas dos personas. Un corazon fragil e iluso, desenmascarado con clinica frialdad por un hombre que se habia revelado experto en descubrir sus secretos. Un espectador poco dado a la reflexion sacaria la conclusion de que este hombre conocia las respuestas a esas preguntas que apenas se atreve uno a hacerse a si mismo.
Pero, ?que habia hecho en realidad? Percibir la audible vacilacion y la incertidumbre de la voz de la mujer, escuchar sus evasivas y justificaciones: tambien habria podido usar chapas de botella en lugar de cartas del tarot, para sacar a la luz el Engano.
Brunetti pronuncio la palabra en voz alta:
– El Engano.
Vianello respondio con una sonora carcajada.
– Mi madre habria dicho lo mismo, al oir a alguien contar esa historia en la cola del super.
Zucchero fue a decir algo y dudo. Brunetti asintio y agito una mano, y el joven dijo entonces:
– Pero las cartas ayudan,
Brunetti habia tenido unos momentos para buscar paralelismos y, abandonando la comparacion con las chapas de botella, dijo:
– Es lo que hacian los augures: abrian un animal y leian en su interior, pero tenian buen cuidado de utilizar un lenguaje ambiguo. De este modo, cuando habia pasado lo que fuera que tenia que pasar, podian interpretar su augurio como a ellos les conviniera.
– El Engano -repitio Vianello despectivamente-. Y para escucharle esa pobre mujer esta pagando un euro por minuto. -Miro su reloj-. Hemos estado viendolo unos ocho minutos. -Pulso varias teclas y la pantalla volvio a animarse-. A ver si todavia la tiene pegada al telefono.
Pero el hombre de la cara redonda ya habia empezado otra partida de cartas, porque la voz que oyeron cuando el reaparecio era de hombre:
– … parece lo mas sensato, pero el es mi cunado, y mi mujer se empena en que yo haga eso.
– ?Puedes quitar el sonido? -pregunto Brunetti.
Vianello volvio la cabeza bruscamente.
– ?Como?
– Quitar el sonido -repitio el comisario.
Vianello se inclino hacia adelante y fue bajando el sonido hasta extinguirlo. Ellos observaban la cara redonda que dividia su atencion entre las cartas y la camara. Transcurrieron varios minutos en silencio hasta que Brunetti dijo:
– Acostumbro a hacer esto en los aviones cuando ponen una pelicula. No uso los auriculares. Asi te das cuenta de lo estudiados que estan los gestos y reacciones: en las peliculas, los actores no se comportan como tus vecinos de mesa del restaurante. Ni como la gente de la calle. No es natural.
Los tres hombres siguieron mirando la pantalla durante varios minutos mas. La observacion de Brunetti