resulto profetica, porque ahora las expresiones del hombre de la cara redonda parecian preparadas y estudiadas. La atencion con que examinaba las cartas a las que iba dando la vuelta no variaba ni un apice, como tampoco se alteraba la concentracion con que miraba a la camara cuando, presuntamente, escuchaba a su comunicante: con semejante mirada, lo mismo podria haber estado contemplando una ejecucion publica.
Lo vieron juntar las manos y sacar otra carta, y las camaras se situaron a su espalda y se elevaron, lo mismo que la vez anterior. Con una lentitud destinada a mantener la tension, dio la vuelta a la carta y la puso al lado de las otras. El anverso no dijo nada a los tres hombres que miraban la actuacion, pero Brunetti ya habia visto lo suficiente para aventurarse a decir:
– Cuando las camaras lo enfoquen, su cara se parecera a la de Edipo al reconocer a su madre.
Y asi fue. Cuando la camara mostro la cara del hombre redondo, el asombro que reflejaba era tan patente como si estuviera pintado con colores acrilicos.
La mano de Vianello fue hacia el raton, pero Brunetti le oprimio el hombro para frenar el movimiento y dijo:
– No; dejemoslo un minuto mas.
Asi lo hicieron y durante aquel minuto la cara redonda paso del estupor a la desolacion. El hombre dijo unas palabras, movio la cabeza casi imperceptiblemente y se quedo un rato con los ojos cerrados.
– Ahora se lava las manos con lo que decida el otro -observo Zucchero.
Vianello no aguanto mas y subio el sonido:
– … nada puedo hacer para ayudar. La decision depende de usted. Solo le aconsejare que lo medite bien. - Bajo la cabeza como el sacerdote que va a rociar un feretro con agua bendita. Silencio y el sonido de un telefono al ser colgado.
– Muy bueno ese ultimo detalle -dijo Vianello sin disimular la admiracion. La imagen de la pantalla cambio, dando paso a una lista de numeros de telefono mientras una voz de mujer explicaba que las personas interesadas tenian a su disposicion a consejeros profesionales que responderian a sus llamadas las veinticuatro horas del dia. Especialistas con decadas de experiencia en cartomancia, el horoscopo y la interpretacion de suenos. A pie de pantalla, en una franja roja, se indicaban los precios de las llamadas.
– ?No hay manera de impedirlo? -pregunto Zucchero, y Brunetti se sintio reconfortado por la indignacion del joven.
– La Guardia di Finanza los vigila. Pero, mientras no infrinjan la ley, nada se puede hacer -explico Brunetti.
– ?Y Vanna Machi? -pregunto el agente, mencionando a la celebridad televisiva que recientemente habia sido arrestada y condenada.
– Ella fue demasiado lejos -dijo Vianello. Luego, agitando una mano en direccion a la pantalla, anadio-: A mi modo de ver, ese hombre habla con sensatez. -Antes de que Brunetti pudiera hacer objeciones, el inspector explico-: Lo he visto varias veces y lo que hace es decir a la gente lo que les diria cualquier persona razonable.
– ?Por un euro al minuto? -pregunto Brunetti.
– Es mas barato que un psiquiatra -observo Zucchero.
– Ah, los psiquiatras -exclamo Vianello con la entonacion del que derriba un castillo de naipes.
Brunetti penso en hacer observar a Vianello que lo mismo podia decirse del hombre con el que su tia parecia estar en contacto, pero comprendio que eso podia violentarlo y pregunto, dirigiendose a Zucchero:
– ?Ha hablado con el vecindario?
– Si, senor.
– ?Y?
– Un hombre que vive varias casas mas abajo dice que oyo algo. Calcula que pudo ser poco despues de las once aproximadamente. Estaba sentado en el patio, para escapar del calor, y oyo ruido, dice que podian ser voces de una disputa, pero que no lo sabe con seguridad, que no les presto atencion.
– ?De donde venian?
– No lo sabe, comisario. Hay bares al otro lado del canal y penso que el ruido venia de alli. O de algun televisor.
– ?Esta seguro de la hora?
– Dice que si, que acababa de apagar la television y de bajar al patio.
– ;Alvise le ha dado la lista?
– Si, senor. -El joven agente dio media vuelta y fue a la mesa que compartia con un companero. Al volver, traia en la mano un papel, que entrego a Brunetti-. Es la lista de la gente que vive alli, senor. Alvise me ha dicho que seria mejor que con ellos hablara el teniente, y a los que decian no ser vecinos ni les pregunto el nombre. -En respuesta a la mirada de Brunetti, Zucchero explico-: Parece ser que Alvise no cerro la puerta del patio al entrar. -No habia ni el menor apice de inflexion en su voz.
Brunetti solo se permitio proferir un debil «Ah».
– Me parece que tu y yo tendriamos que ir a hablar con la gente que vive en el edificio -dijo a Vianello. En vista de que el inspector no contestaba inmediatamente, anadio-: A menos que estes pensando en hacer una llamada para que te hagan el horoscopo -pero lo dijo riendo.
Vianello cerro la pantalla y se puso en pie.
20
Brunetti habria podido llamar a los demas inquilinos del
El calor hacia imposible pensar siquiera en ir andando hasta la Misericordia y, como no habia buena combinacion de
Cuando se detuvieron cerca del
En el rotulo situado al lado del
–
–
– De acuerdo -dijo ella tras solo un momento de titubeo, y la puerta de entrada se abrio con un chasquido.
Ellos ya esperaban que en el patio hiciera menos calor, por lo que la sensacion no fue una sorpresa tan grata como las bolsas de aire fresco de los canales. Al pasar por donde habian matado a Fontana, Brunetti observo que la cinta roja y blanca seguia en su sitio, pero el suelo estaba limpio. Ni rastro de estatua alguna.
Subieron al ultimo piso. La unica puerta del rellano estaba entreabierta y alli los esperaba una mujer alta, de hombros anchos. Al ver su cabello, Brunetti recordo haberla visto en la calle: era negro como ala de cuervo y lo llevaba recogido hacia atras, formando a cada lado de la cara una onda aerodinamica que hacia que pareciera que llevaba casco y que sin duda ella fijaba con ayuda de alguna de esas sustancias que conocen las senoras y los peluqueros. En contraste con el pelo, su cutis era muy palido, como si ella se hubiera dado una capa de polvos de