arroz. No llevaba maquillaje, solo un toque rosa palido en los labios. Vestia una blusa verde oscuro con volantitos, no muy apropiada para una mujer de su tamano. Tampoco el color era el mas adecuado, y desentonaba de la falda azul. Brunetti observo que era ropa cara y que habria sentado bien a otro tipo de mujer, pero a la
– ?La
Ella hizo caso omiso de la mano y dio un paso atras, invitandolos a pasar con un ademan. En silencio, los guio por un pasillo hasta una salita de estar con suelo de parquet, un pequeno sofa y una butaca. Multicolores portadas de revistas parecian contemplar la escena con aire risueno desde una mesita de centro. Una de las paredes estaba cubierta de anaqueles llenos de libros con aspecto de haber sido leidos. La luz entraba a raudales entre unas cortinas de lino a rayas, recogidas a cada lado de tres grandes ventanas, en fuerte contraste con la penumbra del apartamento de los Fontana, del piso de abajo. Las paredes eran del mas palido de los tonos marfil. En una de ellas se veia lo que parecia una serie de grabados de Otto Dix y, en otra, mas de una docena de pinturas que daban la impresion de haber salido de la misma mano: pequenos cuadros abstractos realizados solo en tres colores -rojo, amarillo y blanco- y, al parecer, pintados con espatula. Brunetti los encontro estimulantes y sedantes a la vez, aunque no podia explicarse como el artista habia conseguido dar esta impresion.
– Mi marido pinta -dijo ella con cuidadosa neutralidad levantando las manos para senalar las pinturas y prolongando el ademan para indicar el sofa. A Brunetti le llamo la atencion la frase «mi marido pinta», no que su marido fuera pintor, y se quedo esperando la explicacion. Esta llego:
– El trabaja en un banco y pinta cuando puede. -Hablaba con evidente orgullo, con una voz serena y clara que tenia un timbre grave muy grato al oido.
– Entiendo -dijo Brunetti, sentandose al lado de Vianello, que habia sacado un bloc del bolsillo interior de la chaqueta y se disponia a tomar notas. Despues de darle las gracias por haber accedido a hablar con ellos, Brunetti prosiguio-: Nos gustaria confirmar a que hora regresaron anoche a casa usted y su esposo.
– ?Por que es necesario que vuelvan a preguntar? -indago ella mas desconcertada que molesta-. Ya se lo dijimos a los otros agentes.
Brunetti mintio con soltura y fluidez, y con una sonrisa.
– Existe una diferencia de media hora entre lo que el teniente y lo que uno de los agentes recuerdan haberle oido decir,
Ella penso un momento antes de contestar.
– Debian de ser las doce y cinco o las doce y diez -dijo-. Oimos dar la hora en el reloj de la Madonna del Porto al torcer de Strada Nuova: lo que tardaramos desde alli.
– ?Y no vieron nada extrano al llegar?
– No.
El pregunto con suavidad:
– ?Podria decirme donde estuvieron,
La sorprendio la pregunta, lo que indicaba que Al-vise no se lo habia preguntado. Con una ligera sonrisa, dijo:
– Despues de cenar nos pusimos a ver television, pero hacia calor, y todos los programas eran tan estupidos que decidimos salir a dar una vuelta. Ademas -anadio suavizando la voz-, es la unica hora a la que una persona puede andar por la ciudad sin tener que sortear a los turistas.
Por el rabillo del ojo, Brunetti vio a Vianello mover la cabeza en senal de asentimiento.
– Cierto -dijo Brunetti con una sonrisa complice. Miro en torno, a los techos altos y las cortinas de lino, subitamente consciente del atractivo del apartamento-. ?Hace mucho que viven aqui,
– Cinco anos -respondio ella sonriendo, consciente del cumplido implicito en la mirada del comisario.
– ?Como encontraron este sitio tan bonito?
La temperatura de la voz de la mujer habia descendido varios grados al decir:
– Un conocido de mi marido nos hablo de el.
– Comprendo. Gracias -dijo Brunetti, y luego pregunto-: ?Cuanto hace que vivian aqui la
Ella miro uno de los cuadros, el que destacaba por el espesor de la franja amarilla que lo cruzaba, y a Brunetti.
– Tres o cuatro anos me parece -dijo sin sonreir, pero su expresion se suavizo, ya fuera porque, de pronto, Brunetti empezo a caerle bien, o porque el se habia apartado de la cuestion de como habian encontrado el apartamento, que era lo mas probable.
– ?Conocia bien a alguno de ellos?
– Oh, no; solo como sueles conocer a tus vecinos. De verlos en la escalera o al entrar y salir del patio.
– ?Ha visitado a alguno?
– Ni pensarlo -dijo ella, visiblemente escandalizada por tal posibilidad-. Mi marido es director de banco.
Brunetti asintio, como si esta fuera la respuesta mas logica que podia recibir su pregunta.
– ?Alguien de la casa o del vecindario le ha hablado de alguno de ellos?
– ?De la
– Si.
Ella desvio la mirada hacia otro cuadro, en el que dos cuchilladas verticales de rojo dividian un campo blanco y dijo:
– No que yo recuerde. -Movio los labios ligeramente en lo que tanto podia ser una sonrisa como el efecto de haber mirado el cuadro.
– Comprendo -dijo Brunetti, quien decidio de pronto que seguir hablando con aquella mujer no llevaria a parte alguna-. Muchas gracias por su tiempo -dijo en tono concluyente.
Ella se levanto con un solo movimiento, fluido y gracil, mientras que tanto el comisario como un Vianello visiblemente sorprendido tenian que apoyarse en los brazos del sofa para ponerse en pie.
En la puerta, las cortesias se redujeron al minimo. Mientras empezaban a bajar la escalera, oyeron cerrarse la puerta a su espalda. En aquel momento, Vianello dijo con una voz que expresaba indignada reprobacion:
– Cielos, no. Mi marido es director de banco.
– Un director de banco con muy buen gusto en decoracion -anadio Brunetti.
– ?Como? -pregunto Vianello, desconcertado.
– Una persona que lleva semejante blusa no puede haber elegido esas cortinas -dijo Brunetti, con lo que hizo aumentar la confusion de Vianello.
En el primer piso, el comisario se paro frente a la puerta y pulso el timbre marcado «Marsano». Despues de mucho rato, una voz de mujer pregunto quien era.
– Policia -respondio Brunetti. Le parecio que oia pasos que se alejaban de la puerta y, al cabo de algun tiempo, se oyo una voz infantil que decia:
– ?Quien hay? -Al otro lado de la puerta, empezo a ladrar un perro.
– Es la policia -respondio Brunetti con la voz mas amable de la que era capaz-, ya se lo he dicho a tu mama.
– No es mi madre; es Zinka.
– ?Y tu como te llamas?
– Lucia.
– Lucia, ?podrias abrir la puerta?
– Mi madre dice que no deje entrar a nadie en casa.
– Eso esta muy bien -aplaudio Brunetti-. Pero con la policia es distinto. ?No te lo ha dicho tu madre?
La nina tardo mucho rato en contestar, y su respuesta sorprendio a Brunetti.
– ?Es por lo que le paso al
– Si, eso es.
– ?No es por Zinka? -En su voz habia una nota de inquietud casi de persona mayor.
– No; ni siquiera se quien es Zinka -dijo Brunetti sin faltar a la verdad.
Transcurrio algun tiempo y, al fin, se oyo girar la llave, se abrio la puerta y aparecio una nina de unos ocho o nueve anos. Llevaba pantalon tejano y jersey de algodon blanco y estaba descalza. Se echo hacia atras y los miro