Tribunale. Me ayuda con papeles para quedarme.

– ?Quedarse en Italia? -pregunto Brunetti.

– Los vasos no estan aqui, Zinka -grito la nina desde el extremo del pasillo y, al acercarse, pregunto con la energia de la impaciencia infantil-: ?Ya podemos volver al trabajo?

– ?Querria darme el nombre del abogado, signora? -pregunto Brunetti.

– Penzo. Renato Penzo. Amigo de signor Fontana. Hombre bueno, tambien.

– ?Y la signora Fontana? -pregunto Brunetti, sensible a la impaciencia de la nina y a la creciente inquietud de la mujer-. ?Tambien es buena?

La mujer miro a Brunetti y miro a la nina.

– Los senores se marchan, Lucia. ?Abres la puerta? ?Si?

La nina, previendo la posibilidad de volver a las patatas, casi corrio a la puerta. La abrio, salio al descansillo y se asomo al hueco de la escalera.

Brunetti observo la inquietud de la mujer al verla alli y fue hacia la puerta. En el umbral se detuvo.

– ?Y la signora Fontana? -insistio.

Ella movio la cabeza negativamente, vio a Brunetti asentir aceptando su resistencia a hablar y dijo:

– No como el hijo.

Brunetti asintio a su vez, dijo adios a Lucia y empezo a bajar la escalera, seguido de Vianello.

21

Recordando el calor que les esperaba fuera, Brunetti se paro en el patio para preguntar a Vianello:

– ?Sabes algo de ese Penzo?

El inspector asintio.

– Lo he oido nombrar. Trabaja mucho pro bono. Viene de buena familia. Labor social y todo eso.

– ?Trabaja pro bono para inmigrantes? -pregunto Brunetti, recordando ahora lo que habia oido decir del abogado.

Esta vez Vianello se encogio de hombros.

– Eso parece, si trabaja para esa mujer. No creo que ella gane lo suficiente como para contratar a un abogado. -Vianello callo y a Brunetti casi le parecio oirle revolver en la memoria. Al fin el inspector dijo-: No recuerdo de el nada que tenga que ver precisamente con inmigrantes; solo tengo la vaga impresion de que la gente lo tiene en buen concepto. -Vianello hizo un pequeno ademan alusivo a los misterios de la memoria-. Ya sabes lo que son estas cosas.

– Aja -convino Brunetti. Miro el reloj y lo sorprendio ver que aun no era la una y media-. Si llamo al Tribunale y me dicen que hoy esta, ?crees que tendras energias suficientes para llegar hasta alli sin desfallecer?

Vianello cerro los ojos un momento, y Brunetti se pregunto si debia prepararse para una escena de melodrama, a pesar de que Vianello nunca habia mostrado tendencia al histrionismo. El inspector abrio los ojos y dijo:

– Podemos tomar el traghetto en San Felice. Es el camino mas corto y solo estaremos al sol en Strada Nuova y en la gondola.

Brunetti llamo a la centralita del Tribunale, le pusieron con la secretaria y alli le informaron de que aquel dia el avvocato Penzo tenia un juicio. El caso estaba programado para las once, en la sala diecisiete D, pero habia retraso, por lo que, probablemente, la udienza no habria empezado antes de la una, aunque la unica manera de saberlo era ir a la sala. Brunetti dio las gracias y corto la comunicacion.

– Los juicios llevan retraso -dijo a Vianello.

El inspector abrio el portone, miro a la calle, se volvio hacia Brunetti y dijo:

– El sol esta en el cielo.

Veinte minutos despues, entraban en el Tribunale, sin que nadie les pidiera identificacion alguna. Cruzaron el vestibulo, subieron al primer piso y enfilaron el pasillo de las salas. Por las puertas de su izquierda se veian oficinas con ventanas que daban a los palazzi del otro lado del Gran Canal.

El aire estaba inmovil, lo mismo que las personas que aguardaban en el pasillo, ocupando todos los bancos, apoyadas en la pared o sentadas en la cartera, un hombre incluso utilizaba a modo de taburete un rimero de carpetas atadas con cordel. Todas las puertas de las oficinas estaban abiertas, para que circulara el aire. Los que salian avanzaban despacio por el abarrotado pasillo, sorteando cuerpos desmadejados y repartiendo algun que otro pisoton.

La Sala 17 D se hallaba al final del pasillo. Tambien aqui estaba abierta la puerta, y la gente entraba y salia libremente.

Brunetti paro a un funcionario conocido y le pregunto donde estaba el avvocato Penzo. El hombre respondio que su caso se estaba debatiendo ahora, y anadio «contra Manfredi», abogado al que Brunetti conocia. Los policias entraron en la sala y, en el mismo instante, ambos se quitaron la chaqueta. No hacerlo suponia un riesgo para la salud.

Al fondo estaba el juez, en su estrado, con su birrete y su toga, y Brunetti se pregunto como podria soportar aquella indumentaria. Habia oido decir que, en verano, algunos jueces no llevaban mas que la ropa interior debajo de la toga. Hoy le parecia logico. Las ventanas que daban al canal estaban abiertas y las pocas personas que habia en la sala ocupaban los asientos mas proximos a ellas, excepto los abogados, que, de pie o sentados, se hallaban delante del juez, ataviados todos con las negras togas. Una abogada, sentada al extremo de la fila mas alejado de las ventanas, tenia la cabeza apoyada en el respaldo de la silla. Incluso a distancia, Brunetti distinguia que tenia el pelo como si acabara de salir de la ducha. La mujer estaba con los ojos cerrados y la boca abierta: tanto podia estar dormida como desmayada a causa del calor o muerta.

Cual limaduras atraidas por un iman, el y Vianello fueron hacia dos asientos libres situados junto a una de las ventanas. La sala estaba dotada de un sistema de megafonia, y habia microfonos delante del juez y en las mesas de los abogados, pero el sonido fallaba y las voces que salian de los dos altavoces situados en la parte superior de las paredes estaban distorsionadas por los parasitos, y no se entendia ni una palabra. La estenotipista, que se hallaba delante del juez y a la izquierda de los abogados, o era capaz de separar las voces de los chisporroteos o estaba lo bastante cerca como para oir de viva voz al que hablaba, y tecleaba en su maquina con soltura, como si estuviera en otro planeta mas fresco.

Brunetti, familiarizado con el escenario y los actores, contemplaba la accion como si estuviera en un avion mirando una pelicula sin ponerse los auriculares, y observaba la afectacion con que un abogado se subia la manga de la toga, el ademan ampuloso con que el que estaba en el uso de la palabra subrayaba un argumento, o ahuyentaba una mosca, la expresion de asombro que asumia el primero, la vehemencia con que el otro levantaba los brazos, como si no fuera capaz de encontrar mejor manera de manifestar su incredulidad… Brunetti se pregunto si tambien los jueces se aislarian del sonido de vez en cuando y se limitarian a observar los gestos, si habrian aprendido a distinguir la verdad o la falsedad de lo que se decia por los ademanes que acompanaban a las palabras no escuchadas. Ademas, en una ciudad tan pequena, cada abogado tenia una reputacion que daba la medida de su integridad, de manera que lo unico que tenia que hacer un juez experimentado era leer los nombres de los que representaban a cada una de las partes para saber donde estaba la verdad.

Al fin y al cabo, la mayoria de lo que se decia eran mentiras o, cuando menos, evasivas e interpretaciones interesadas. De todos modos, la funcion de la Justiciano era la de descubrir la verdad sino la de imponer el poder del Estado a los ciudadanos.

Brunetti volvio hacia la abogada, que no se habia movido, unos ojos que se le estaban cerrando por efecto del calor. De la izquierda le llego un codazo. Desperto, sobresaltado, miro a Vianello y este senalo con el menton en direccion al estrado.

Dos figuras togadas se acercaban al juez, que se inclino hacia adelante y dijo unas palabras que la megafonia no distorsiono porque no llego a captarlas. Como si quisiera reafirmar a Brunetti en la idea de que todo aquello era una pantomima, el juez golpeo con el dedo la esfera de su reloj. Los dos abogados hablaron a la vez. El juez movio la cabeza negativamente, extendio el brazo hacia la derecha, recogio unos papeles, se levanto y salio de la

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