sala, dejando a los dos abogados plantados delante del estrado.

Ellos se volvieron el uno hacia el otro e intercambiaron unas frases. Uno abrio una carpeta y mostro un papel al otro, que lo tomo y lo leyo, ambos ajenos al arrastrar de sillas del publico que se levantaba y salia de la sala. Brunetti y Vianello se pusieron en pie, para dejar pasar a la gente, y volvieron a sentarse en la fila vacia.

El segundo abogado se humedecio los labios, alzo las cejas y parpadeo en senal de claudicacion. Luego, con el papel en la mano, volvio a la mesa a la que estaba sentado su cliente. Le puso el papel delante y senalo algo que estaba escrito en el. El otro hombre puso el indice sobre el papel y lo paso por los renglones, como si esperase que el dedo le transmitiese el texto. Al llegar a cierto punto, el dedo desistio y la mano cayo sobre la hoja, cubriendo, accidental o intencionadamente, el texto que acababa de recorrer.

El hombre miro a su abogado y movio la cabeza negativamente. El abogado hablo y el hombre desvio la mirada. Transcurria el tiempo, el abogado dijo algo mas y agarro el papel. Su cliente asintio y el abogado volvio a donde estaba su colega, le entrego la ya arrugada hoja de papel y asintio. Los dos abogados dieron media vuelta y salieron de la sala, y el hombre se quedo solo en la mesa.

Brunetti y Vianello se levantaron y fueron hacia la puerta.

– Manfredi es el que ha perdido el caso -dijo Brunetti-. Por lo tanto, el ganador es Penzo.

– Me gustaria saber que decia el papel -dijo Vianello.

– Manfredi es un marrullero -dijo Brunetti con una voz cargada de experiencia-. Podria ser cualquier cosa: la mayoria de las veces, una oferta de soborno.

– Pero no de Penzo, probablemente.

– Eso querria uno pensar -dijo Brunetti, reacio a creer en la integridad de un abogado hasta haberlo tratado personalmente-. Vamos a hablar con el.

Encontraron al abogado al extremo del pasillo, mirando por una ventana, con la toga colgada del alfeizar y los brazos levantados en una postura que Brunetti interpreto como un vano intento de buscar alivio del calor. Llamo la atencion de Brunetti la delgadez de aquel hombre al que veia de espaldas: sus caderas no eran mas anchas que las de un adolescente y la camisa se le ahuecaba en humedos pliegues entre los hombros y la cintura.

– Avvocato Penzo? -pregunto Brunetti.

Penzo se volvio y los miro con expresion de leve interrogacion. La cara, al igual que el cuerpo, era estrecha y chupada, lo que hacia que, en comparacion, la nariz, que era de tamano normal, pareciera desproporcionadamente grande. Los ojos eran color chocolate con leche y estaban rodeados de las arruguitas que se forman al cabo de anos de guinarlos al sol.

– ?Si? -pregunto, mirando de Brunetti a Vianello y otra vez a Brunetti y reconociendo en ellos inmediatamente a dos policias-. ?De que se trata? -pregunto con afabilidad, y Brunetti agradecio que no hiciera un chiste facil acerca de su condicion de policias, igual que la mayoria de la gente.

Como si no hubiera advertido la expresion de Penzo, Brunetti dijo:

– Soy el comisario Guido Brunetti y el es el ispettore Lorenzo Vianello.

Penzo se volvio, retiro la toga del alfeizar y se la colgo del brazo.

– ?En que puedo servirles? -pregunto.

– Nos gustaria hablar de uno de sus clientes -dijo Brunetti.

– De acuerdo. ?Donde quieren que hablemos? -pregunto Penzo, mirando alrededor. El pasillo ya no estaba tan concurrido porque era la hora del almuerzo, pero aun pasaba alguien de vez en cuando.

– Podriamos ir a Do Mori a tomar algo -propuso Brunetti. Vianello exhalo un audible suspiro de alivio y Penzo accedio sonriendo.

– ?Me conceden cinco minutos, para que guarde esto? -pregunto Penzo levantando el brazo que sostenia la toga-. ?Nos encontramos en la entrada?

Asi se acordo, y Brunetti y Vianello fueron hacia la escalera. Mientras bajaban, Brunetti pregunto:

– ?A quien crees que llamara ahora?

– A su mujer, probablemente, para decirle que llegara tarde a almorzar -dijo Vianello, mostrando su parcialidad por el abogado.

No volvieron a hablar hasta que estuvieron en el exterior. El sol habia disipado todo vestigio de vida de Campo San Giacometti. El puesto de los frutos secos y el de las flores estaban cerrados y hasta el chorro de agua de la fuente parecia extenuado por el calor. Solo estaban abiertos los puestos que protegia la sombra del largo portico.

Alli se pararon Brunetti y Vianello a esperar a Penzo, que no tardo en llegar, con una cartera en la mano.

– ?Que ha ensenado a su colega, avvocato? -pregunto Vianello, y a continuacion pidio disculpas por su curiosidad.

Penzo lanzo una risa sonora y contagiosa.

– Su cliente reclamaba una indemnizacion por el efecto de latigazo que decia haber sufrido en un accidente de circulacion. El otro coche lo conducia mi cliente. El hombre afirmaba haber estado incapacitado durante meses para trabajar, lo cual le habia hecho perder una oportunidad de ascenso.

Brunetti, picado ya por la curiosidad, pregunto:

– ?Cuanto pedia?

– Dieciseis mil euros.

– ?Cuanto tiempo estuvo sin trabajar?

– Cuatro meses.

– ?Que hacia? -intervino Vianello.

– ?Como dice? -pregunto Penzo.

– ?Que trabajo hacia?

– De cocinero.

– Cuatro mil mensuales -se admiro Vianello-. No esta mal.

Los tres hombres habian empezado a andar hacia Do Mori, doblando maquinalmente a la derecha, a la izquierda y otra vez a la derecha. Penzo se detuvo al llegar a la puerta, como si deseara terminar aquella conversacion antes de entrar, y dijo:

– Su sindicato se ocupo de que siguiera cobrando el sueldo mientras estaba de baja. El pedia una indemnizacion por danos y perjuicios.

– Comprendo -dijo Brunetti. Mil euros semanales por danos y perjuicios. Mucho mejor que ir a trabajar-. ?Que era el papel que le ha ensenado?

– Una declaracion de los cocineros de otro restaurante de Mira, segun la cual el hombre habia trabajado con ellos durante tres de los cuatro meses por los que reclamaba la indemnizacion.

– ?Como lo descubrio? -pregunto Vianello impulsivamente, aun a sabiendas de que los abogados son siempre reacios a divulgar sus metodos.

– Por la esposa -dijo Penzo con otra carcajada-. En aquel entonces estaban separados, ahora ya estan divorciados, y el empezaba a retrasarse en el pago de la pension por el hijo. El accidente era la excusa que daba, pero ella lo conocia bien y sospechaba, y lo hizo seguir cuando iba a Mira. Al descubrir que estaba trabajando alli, me lo dijo, y yo hable con los otros cocineros y consegui sus declaraciones.

– Si me permite la pregunta, avvocato -empezo Brunetti-, ?cuanto hace de eso?

– Ocho anos -respondio Penzo con voz neutra, y ninguno de ellos, bien versados los tres en el funcionamiento de la Justicia, lo encontro extrano.

– ?Asi que el hombre ha perdido dieciseis mil euros? -pregunto Vianello.

– No ha perdido nada, ispettore -rectifico Penzo-. Simplemente, no percibira lo que no le corresponde.

– Y, ademas, tendra que pagar al abogado -observo Brunetti.

– Si; es un bonito detalle -se permitio observar Penzo. Liquidado el tema, agito una mano invitandolos a entrar por las puertas vidrieras que estaban entreabiertas y dejando que Brunetti y Vianello lo precedieran.

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