Varias de las personas a las que Brunetti habia visto en la sala estaban ahora delante del mostrador, con una copa de vino en una mano y un
– ?Por que no podria la
– Porque comerias
Los tres eligieron
Penzo clavo un mondadientes en una aceituna frita, la mordio por la mitad y pregunto:
– ?De cual de mis clientes desean hablar?
Antes de que Brunetti pudiera responder, un hombre que pasaba dio una palmada en la espalda a Penzo y dijo:
– ?Te invitan o te arrestan, Renato? -pregunta que fue aceptada con el mismo buen humor con que fue hecha, y Penzo centro la atencion en terminar la aceituna. Dejo el palillo en la fuente y levanto la copa.
– Zinka -dijo Brunetti. Iba a explicar el motivo de su curiosidad por la mujer cuando el gesto de dolor que cruzo por el rostro de Penzo le hizo interrumpirse. El abogado cerro los ojos un instante, los abrio y bebio un sorbo de vino.
Dejo la copa, tomo el segundo emparedado y miro a Brunetti.
– ?Zinka? -pregunto con naturalidad-. ?Por que se interesan por ella?
Brunetti bebio agua y alargo la mano hacia el segundo emparedado con indiferencia, como si no hubiera observado la reaccion de Penzo.
– En realidad, no nos interesa ella sino algo que ella dijo.
– ?Si? ?Que dijo? -pregunto Penzo con una voz que ya habia dominado y sonaba perfectamente serena.
Se llevo el emparedado a los labios, pero lo dejo en el plato, sin probarlo.
Vianello miro a Brunetti y alzo las cejas mientras apuraba su copa de vino. La puso en el mostrador y pregunto:
– ?Alguien desea otra?
Brunetti asintio; Penzo dijo que no.
Vianello fue a la barra. Brunetti dejo la copa vacia y dijo:
– Ella menciono una discusion que su senor habia tenido con uno de los vecinos.
Penzo miro su emparedado y pregunto cortesmente, sin levantar la mirada:
– Ah, ?si?
– Con Araldo Fontana -dijo Brunetti. Ahora Penzo deberia haberle mirado, pero seguia con los ojos fijos en el emparedado, como si le hablara este y no Brunetti-. Y dijo que el
Si el bar hubiera estado tan concurrido como de costumbre, la voz de Penzo habria quedado ahogada; tan debil era el tono en que dijo:
– Si que lo era.
– Me alegro de que asi sea -respondio Brunetti-. Eso hace aun mas triste su muerte. Pero mejora su vida.
Penzo alzo la mirada muy despacio y observo a Brunetti.
– ?Que ha dicho?
– Que su bondad debio de hacer que su vida fuera mejor -repitio Brunetti.
– ?Y su muerte, peor? -pregunto Penzo.
– Si -dijo Brunetti-. Pero eso no es lo que cuenta, ?verdad? Lo que importa es la vida que llevo. Y lo que la gente recordara.
– Lo unico que la gente recordara -dijo Penzo con un tono que no era menos vehemente por ser poco mas que un susurro- es que era gay y que se mato practicando el sexo en el patio con algun artefacto que llevaba consigo.
– ?Como dice? -pregunto Brunetti sin poder disimular el asombro-. ?Donde ha oido eso?
– En el Tribunale, en los despachos, en los pasillos. Es lo que dice la gente. Que era marica, que le gustaba el sexo peligroso y que alguno de esos artilugios lo mato.
– Es absurdo -dijo Brunetti.
– Y tan absurdo -siseo Penzo-. Pero que sea absurdo no impide que la gente lo diga, ni que lo piense. -Habia furor en su voz, pero el habia vuelto a concentrar la atencion en la fuente, y Brunetti no podia verle la cara.
En otras circunstancias, al oir su tono, Brunetti habria sentido el impulso de oprimir el brazo de su interlocutor en un gesto de consuelo, pero la vaga sensacion de que podia ser mal interpretado se lo impidio. De pronto, Brunetti comprendio lo que aquello significaba y decidio jugarse la confianza de Penzo a una palabra.
– Debia de amarlo mucho.
Penzo levanto la cabeza y miro a Brunetti como el que acaba de recibir un balazo. Tenia la cara desencajada, las palabras de Brunetti habian barrido de ella toda expresion. Fue a hablar, y Brunetti leyo en su titubeo la historia de anos de negacion que ahora le impulsaban a aparentar desconcierto, a preguntar que queria decir Brunetti con aquello: era el habito de la cautela, que le habia ensenado a mencionar el nombre de Fontana como cualquier otro nombre, a tratar al hombre como a cualquier otro colega.
– Nos conocimos en el instituto. Fue hace casi cuarenta anos -dijo Penzo, y levanto su vaso de agua. Echando atras la cabeza, lo vacio de cuatro grandes tragos y, muy suavemente, lo dejo en el mostrador. Luego, como si el agua hubiera vuelto a situar su conversacion con Brunetti en el plano convencional, pregunto-: ?Que quiere saber de el, comisario?
Brunetti, como si no hubiera hecho a Penzo la pregunta anterior, inquirio:
– ?Sabe usted por que discutio el
En lugar de responder, Penzo pregunto:
– ?Haria el favor de traerme otro vaso de agua? -Cuando Brunetti asintio y empezo a ir hacia la barra, anadio-. Traigase tambien al inspector.
Brunetti hizo ambas cosas. Penzo le dio las gracias y bebio la mitad del agua, dejo el vaso y explico:
– Araldo me dijo que pensaba que sus dos vecinos habian conseguido aquellos apartamentos a cambio de favores hechos al propietario.
– ?El
– Si. -Penzo miro al suelo y dijo-: Esto es muy complicado.
Brunetti hizo una sena con la barbilla a Vianello, y el inspector dijo:
– No tenemos prisa,
Penzo asintio, apreto los labios y volvio a asentir. Miro a Brunetti y dijo:
– No se por donde empezar.
– Por la madre -sugirio Brunetti.
– Si -dijo Penzo encogiendose de hombros con desden-. Por la madre. -Asintio y anadio-: Es viuda. Si existiera la categoria, ella seria viuda profesional. Araldo tenia solo dieciocho anos cuando murio su padre y, siendo hijo unico, decidio que era responsabilidad suya cuidar de su madre. El padre era funcionario y, al