Carlos Salem

Un jamon calibre 45

© Carlos Salem, 2011

Para mis hijos, Africa y Nahuel.

Para David Torres, Pedro de Paz y Anne-Marie Vallat, que desde el principio creyeron en esta novela.

Para la gatita Mia que me recordo lo bien que me llevo con su especie.

Para su mascota, Marta.

Y para Osvaldo Soriano, que me enseno casi todo.

VIERNES

«… que, febril la mirada,

errante en la sombra,

te busca y te nombra.»

GARDEL Y LEPERA, Volver

1

Tres palabras: jodido, pero contento. Asi me sentia ese viernes por la manana mientras caminaba hasta Correos con la mochila a la espalda y los bolsos cruzados. Mi sombra se estiro en la vereda casi desierta y pense que si me ponia un sombrero iba a parecer el chino de Kung Fu. Yo era muy chiquito cuando pusieron la serie en la tele, pero despues la repitieron tantas veces que me la sabia de memoria. Las series siempre se repiten. Como las despedidas.

Me moria de sueno. Habia pasado la noche en los bares de Malasana, que en seis meses en Espana se habian convertido en las provincias de mi patria provisional. Pude dejar los bolsos en cualquiera de ellos y volver a buscarlos despues, pero preferi acarrearlos de un bar a otro y entrar de dia en mi nueva casa. No queria llegar como un perro apaleado. Una voz enana en mi cabeza pregunto que cual era la diferencia y la mande a cagar. Volvio al ataque sugiriendo que a lo mejor ya era hora de usar el pasaje de vuelta a la Argentina y no supe que contestar.

Seguian siendo tres palabras, pero a lo mejor tenia que cambiar el orden.

Contento, pero jodido.

La gallega me habia echado de su casa despues de dos meses de romance desganado. Y para asegurarse de que no volveria a enredarla con lo que ella llamaba mi «labia argentina», me habia reemplazado en su cama y en su vida por un negro africano de dos metros largos y cara de canibal.

Jodido.

Yo la habia visto venir y ya tenia preparado un plan B.

Contento.

En medio ano que llevaba en Madrid no habia escrito una linea y el portatil pesaba en la mochila como una culpa.

Jodido.

Ahora iba a tener dos meses de tranquilidad para escribir mi gran obra.

Contento.

Cada viernes, desde que llegue, me plantaba en Correos para preguntar si habia una carta a mi nombre. Una carta de Ella pidiendo que volviera.

Jodido.

Estaba seguro de que ese viernes si habria carta.

Contento.

Subi las escaleras y el guardia de seguridad me estudio entre bostezos. Cuando llegue al mostrador de lista de Correos, la empleada me miro con pena. No la conocia, pero seguro que entre ellos se contaban la historia del pobre pelotudo argentino que todos los viernes venia a buscar una carta a nombre de Nicolas Sotanovsky. Supuse que comentarian que yo no tenia edad para ese anacronismo postal en la era de los correos electronicos, y que adjudicarian el origen de mi tradicion semanal a un romanticismo digno de elogio o de burla.

Ese viernes, tampoco tenia carta de Ella.

Jodido.

Al salir me sente en un escalon y saque un cigarrillo. Busque el encendedor en el bolsillo y tropece con las llaves. Eso me devolvio la confianza: casa nueva, vida nueva. Y esta vez para mi solo. La duena, una tal Noelia, no volvia hasta octubre, me habia dicho el tipo que me traspaso el encargo de regar las plantas y cuidar la casa. El le avisaba si lo llamaba por telefono, pero «con Noelia no hay problema, es una tia guay».

Dos argentinos cuarentones, trajeados y brillantes, hablaban a dos metros de mi de sus negocios, y abrian mucho la boca al llegar a la «o». Por el acento, parecia que habian bajado del avion hacia media hora, pero por lo que contaban entendi que llevaban mas de veinte anos en Espana. Envidie su pronunciacion exacta. La mia se habia limado en medio ano rondando de barra en barra y de error en error.

El sol de Madrid se hacia el boludo y pegaba flojito. Pero estabamos en agosto, asi que en un par de horas nos iba a cocinar a todos como churrascos a la parrilla.

Tuve ganas de un asado en el patio de mi viejo.

Tuve ganas de tomar unos mates que no fueran amargos.

Tuve ganas de Ella.

Busque sin mirar en el bolsillo de la mochila, abri el sobre de plastico y palpe la foto como si estuviera impresa en relieve. La foto de Ella. Era una Polaroid bastante vieja pero el tiempo no habia borrado sus rasgos. Tampoco hubiera sido tan grave, porque cada milimetro de esa piel lo llevaba grabado en mis dedos. Una foto, todo lo que me quedaba de Ella. Y no era una foto muy buena. Estaba desnuda, se veia la mitad de su cuerpo borroneado por el sol, los pechos conocidos, la sonrisa que dolia en la distancia. Ese era todo el pasado que me permitia. Inutil recordar su nombre cuando ya no podia nombrarla. La voz enana en mi cabeza dijo que mi viaje

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