entrecot. No podia pasarme a mi.

– No te enfades -dijo-. Me gusta ir de cinica por la vida. Pero no soy una tia muy borde. Y tengo un polvo excelente. ?O no?

– Eso si.

– Ademas -sonrio-, intentare ayudarte. Pero no te prometo nada. Noelia igual puede estar una aldea andaluza practicando vida silvestre que tirandose moros en un hotel de cinco estrellas de Casablanca.

El camarero nos ofrecio el postre. Nina nego con la cabeza.

– Cafe. Solo. Doble -telegrafie-. ?Tiene helados?

El tipo penso un rato y despues hizo que si con la cabeza con tanto cuidado como si tuviera el cuello de papel.

– Llevele una gran copa de limon y chocolate al senor de aquella mesa.

Segui con la mirada la odisea del camarero para llevarle el helado a mi Jamon Calibre 45. Como imagine, cuando llego, el helado estaba medio derretido y la mezcla tenia el mismo color que su traje. Cruzaron unas palabras y el gigante me miro. Imite su gesto con el indice y el pulgar y le guine un ojo.

Por un momento, me parecio que una luz de inteligencia brillaba en sus ojos.

Pero despues comprobe que era el reflejo de un coche que pasaba por la calle.

***

Volvimos por una peatonal intrincada y estrecha, rodeada de edificios que ya eran viejos cuando Cervantes tenia los dos brazos. Por algun milagro, corria un viento frio que me intrigo.

– Todas estas vueltas -dijo Nina-, encauzan el viento y mantienen fresca la calle. En Marruecos he visto construcciones parecidas.

– ?A Noelia tambien le gusta viajar?

– Por epocas. Hubo un tiempo en que metia algo de ropa en una bolsa, sus tarjetas de credito, y se subia en el primer avion que veia. Yo la llevaba a Barajas y ella elegia el destino en el aeropuerto.

Deprimido, me sente en el umbral de una puerta enorme. Veinte metros mas atras, el Jamon Calibre 45 me imito. Nina floto hasta depositar su culo en el cemento fresco. Doblo las rodillas bajo el menton y me miro como a una mascota grunona. Suspire.

– De modo que puede estar en cualquier parte del mundo. Y yo tengo hasta el lunes para encontrarla.

– No te desanimes. Dije que te ayudaria, ?recuerdas? Pero antes tenemos que quitarnos de encima a tu sombra.

– Eso se dice facil, pero ?como?

Sonrio con aire perverso.

– Podria tirarmelo. Asi ganarias tiempo.

– No mucho. Tiene cara de eyaculador precoz. Ademas, si lo que queres es acostarte con cualquier cosa que lleve pantalones, no me necesitas como excusa.

– ?Bobo! -rio-. Los sudacas sois tan machistas como los espanoles: dejas que te bajen las bragas y ya se creen duenos de todos tus orgasmos.

– A vos no tuve que bajartelas: no las llevabas puestas.

– Si quieres, me las quito -desafio.

– No te atreverias -dije por inercia, pero sabia que si se atreveria.

Se levanto a medias, como para acomodar su vestido. Un gesto casual y veloz. Volvio a sentarse y estiro las piernas, siguiendo el movimiento con las manos. Luego las junto cerradas sobre el pecho y las separo para mostrarme un tanga blanco y enano. El Jamon no habia notado nada. Tampoco daba muestras de indignacion la vieja que aburria unas agujas de tejer tres puertas mas abajo y a pleno sol, como si el verano fuera solo otra mentira del Gobierno.

Nina me tiro la cosita blanca a la cara y se recosto contra la pared. Abrio un poco las piernas, para que comprobara que lo que tenia en las manos ya no estaba bajo su vestido. A pesar de la frescura de la calle, tuve calor. Ladeo la cabeza y movio su mano frente a mi cara.

– ?Hola! ?En que piensas mientras me devoras el cono con la mirada?

– En como sera el de Noelia -suspire-: Rojizo como un atardecer…

– ?Ya te dare yo atardecer, vicioso! -Me pego con el bolso-: Cuando acabe contigo, no tendras fuerza para pensar en pelirrojas.

Nos levantamos. Guarde el tanga en el vaquero. Mire hacia atras. El gran bulto limon y chocolate seguia derrumbado en el portal. Su pecho subia y bajaba con regularidad.

– Parece un nino -comento Nina.

Se llevo dos dedos a la boca y silbo.

Desperto sobresaltado. Miro hacia donde estabamos antes y se alarmo.

Nina silbo otra vez. Por fin nos vio.

– Tenemos que seguir, senor -dijo ella con educacion-. ?Quiere que esperemos mientras se despereza?

– No, gracias -contesto. Y parecia realmente agradecido.

– No se a cuanta gente habra seguido antes -comento Nina mientras nos alejabamos-, pero juraria que nunca tuvo presas tan consideradas.

– Podes apostar lo que quieras -dije-. Incluso mi vida.

5

Nina decidio que instalaramos nuestro «cuartel general» en casa de Noelia. Por el camino entramos en un supermercado para comprar provisiones. El grandote dudo un poco y despues entro detras de mi, silbando. Ella empezo a meter cosas en un carrito ante la mirada oriental y aburrida del viejo chino que estaba en la caja. Yo me limitaba a seguirla. Me dijo que eligiera lo que quisiera y me mostro la Visa. Elegi dos botellas de bourbon, una de vodka y otra de ron negro.

– Deberias patentar tu dieta -dijo.

El grandote dudaba entre comprarse un delantal de cocina de tela plastica estampada y otro blanco con la palabra «chef» en la pechera. Se quedo con el estampado. Sorprendio mi mirada y aprobe su eleccion con un gesto. Cuando fuimos a pagar, el chino casi nos traga a los tres en un bostezo y mientras llenaba las bolsas de provisiones pense que nos preparabamos para un largo asedio.

– ?Los ayudo? -dijo el grandote-. Total, vamos en la misma direccion…

Tenia su logica. Le di tres bolsas y empezamos a caminar. El se retraso los veinte metros reglamentarios y Nina contuvo una risita.

– Atento si que es, tu verdugo.

– Eso si.

Cuando llegamos al portal, miro a los costados y me dio las bolsas murmurando una disculpa por no ayudarme a llevarlas hasta arriba. Volvio a su esquina y cuando lo saludamos con la mano respondio incomodo.

Guardamos las cosas en la cocina y ella se fue a duchar. Esta vez no me invito. Estaba hurana y pensativa. Puse el aire acondicionado, saque una botella de las bolsas y me servi un vaso de bourbon. De la ducha llegaba un rumor de cascada selvatica. Elegi un cede de La mision, de Ennio Morriconi. La sombra fresca de la jungla se instalo en el salon, y yo, sobre unos almohadones confortables. Antes no habia tenido tiempo de curiosear por la casa. Libros, muchos libros. Adornos hindues, un tapiz peruano, mascaras de Africa, dagas arabes y una diana para arrojar dardos que representaba el rostro del detestable canario Piolin. Pense que la tal Noelia podia llegar a gustarme, si vivia para conocerla. En el suelo, medio escondida por la alfombra, encontre una tarjeta de visita agujereada por un dardo. Era de un bufete de abogados y tenia los nombres y dos apellidos de Noelia y Nina.

Se respiraba en la casa un perfume a buena vida, pero sin esnobismo. Un calendario azteca tallado en madera clara. Un pequeno cofre, tal vez marroqui, del tamano de una caja de puros y hecho con minusculos

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