seguia sin mirarme. Simplemente permanecia sentado en el asiento, mostrando un perfil congelado y estiraba el brazo para pegarme otro golpe seco. Mi oreja izquierda estallo y vi todo rojo brillante. Entre los tres golpes feroces e impersonales habia un periodo de tiempo regular, como si me pegara una maquina. Espere el cuarto golpe. No llego. Me atrevi a levantar la cabeza y lo mire. Seguia ofreciendome el perfil. El coche avanzaba despacio por una calle secundaria y oscura. El taximetro marcaba 4,75.

El tipo delgado se volvio por fin y me miro sin hablar. Cuando cruzamos por una esquina iluminada, el reflejo me dejo ver su cara.

Entonces entendi porque lo llamaban El Muerto.

– Hace bromas -dijo.

volvio a sacudirme con la porra en la cabeza. El taxi desaparecio y la nuca de Serrano desaparecio. Hasta mi terror desaparecio. Solo quedaba la cara delgada y blanca, con los ojos hundidos y el menton en punta. No pude dejar de verlo ni siquiera cuando perdi el sentido.

Desperte y la cara seguia ahi. Estabamos fuera del coche, en un callejon desierto que se parecia al de la pelicula experimental. Y a mi me faltaba muy poco para cagarme encima como el protagonista de pelo estrafalario. Me habian bajado del taxi y me miraban sin urgencia, esperando que despertara. Apoyado contra el coche, cerre los ojos antes de acabar de abrirlos.

– No finja -prohibio El Muerto-. Se que me oye.

Abri los ojos. Recortados a contraluz por el unico farol de la calle, me cerraban el paso. De la mano de El Muerto colgaba algo pesado. Me toque la cara. No sangraba, aunque toda mi cabeza latia por zonas independientes.

– ?Se siente bien? -pregunto solicito Jamon.

– S-si -respondi con la boca entumecida-. Les agradezco la atencion, senores. Habia olvidado tomar mi paliza nocturna antes de salir de casa.

– Sigue haciendo bromas -observo El Muerto.

Y empezo a pegarme otra vez.

Lo brutal de la paliza no eran solo los golpes, sino que en ningun momento me pego con furia ni me insulto. Lo hacia como si la cosa no fuera con el. No habia rabia que pudiera agotarse ni deuda que cobrar a tanto el golpe. Solo era pegar con precision, sin permitirme la escapatoria de un nuevo desmayo. No habia escapatoria. Tampoco podia defenderme, aunque el era mas bajo que yo y delgado como una sombra. Todo eran golpes y mas golpes, uno despues de otro despues de otro despues de otro. Midiendo el intervalo entre los golpes, alguien podria inventar un nuevo sistema horario. En lugar de minutos, porrazos en los brazos, en vez de segundos, porrazos en el cuerpo. Tic. Tac. Como un reloj infatigable. Recorde el taximetro y aproveche un golpe que me hizo girar para echarle un vistazo a traves del cristal del coche.

18 euros con 50.

Todo un viaje. Otro porrazo me volvio a dejar frente a El Muerto.

– No grite -me dijo.

Quise gritar que no habia gritado, pero descubri dos o tres ventanas iluminadas en el edificio mas proximo. Grite, ahora a conciencia, pero las luces se apagaron como si fueran velas vacilantes y mis gritos un viento imprudente. Los golpes siguieron, iguales. Entre nubes pude ver compasion en la cara de Serrano. Sudaba.

De pronto el castigo ceso. El Muerto no sudaba, aunque no se habia quitado el abrigo para pegarme. «Los muertos no sudan», pense. Al menos, era una ventaja a tener en cuenta.

– Ya no hace bromas -declaro.

– ?Por que? -pregunte buscando un motivo que personalizara la paliza, algo que le diera sentido a todo aquello.

– Yo no hago bromas -dijo El Muerto-. Hoy ya es sabado. ?Queria mas tiempo? Tiene hasta el viernes por la noche. La chica y el paquete. Si no hay chica, muere. Si no hay paquete, muere. Si intenta escapar o enganarme, muere. Si cumple, vive. ?Esta claro?

Senalo a Serrano.

– Este debe estar informado de sus movimientos. Y no haga nada raro. A el puede enganarlo. A mi, no.

– Y usted no hace bromas -me arrepenti antes de terminar la frase.

Me miro. Miro la porra que colgaba de su mano. Se la guardo en el abrigo.

– No. No hago bromas.

Se alejo hacia un coche en sombras, treinta metros mas alla, y dijo:

– Abra el maletero, Serrano. De que nos sirve un taxista muerto.

El Jamon me aparto con gentileza y abrio el maletero del taxi. Un tipo amordazado y con las munecas atadas a la espalda dormia en el fondo del coche. Era el mismo taxista que me habia llevado al restaurante. Tenia el pelo pegoteado en un costado de la cabeza. Durante un minuto lo observamos. Respiraba. Serrano le aflojo las ataduras.

– Si puede -me dijo en tono confidencial-, paguele la carrera. Es solo un empleado y vive en mi barrio. No es mala gente.

Trepo al coche que paso a su lado y desaparecieron en la esquina.

Desate al taxista, que me miro con los ojos turbios. En unos minutos estaria bien. Puse 30 euros en el bolsillo de su camisa y revise el domicilio en su carne. Una direccion de Vallecas. El barrio de Jamon.

Me aleje con paso inseguro por el mismo rumbo que el coche de El Muerto.

Recorde algo y volvi sobre mis pasos.

Pare el contador del taximetro.

Marcaba 28,75.

11

Me aleje con paso inseguro. Ninguno de los pocos coches con los que me cruce me presto mayor atencion y las caras de los conductores que flotaban decapitadas en el centro de los parabrisas tampoco parecian muy sobrias. El mundo estaba borracho y los semaforos daban luces de siete colores, como un arco iris electronico, pero al final no habia una cacerola llena de oro, sino una alcantarilla. Desde todos los edificios que me rodeaban, los ronquidos de los durmientes retumbaban en mi cabeza. Borrachos de sueno y no de suenos. Yo caminaba haciendo eses, un borracho mas en una ciudad alcoholizada de rutina y calor. Pense que a lo mejor, si me daba una vuelta por los bares de Malasana, podia encontrar a Jose, el que me dio las llaves de la casa de Noelia, pero despues me acorde de que el tambien iba a salir de Madrid por unas semanas. Por eso me habia dado su numero de telefono. Un numero que yo anote mal. ?O lo habia anotado el?

Un gato flaco y negro, con manchas blancas en el pecho y las patas, me estudio un momento temiendo el golpe gratuito, pero cuando comprendio que yo no estaba para golpear a nadie volvio a su pelea desigual con una bolsa de basura que ocultaba pocas proteinas.

– Mala suerte, Silvestre -le dije.

– No creas -respondio el gato-. A veces es peor. Con tanto marido que se queda en la ciudad mientras su familia esta en la costa, los que no comen fuera preparan grandes cantidades de comida que acaba en la basura.

– Lo tenes bien estudiado -comente, por decir algo. No recordaba ningun tema de conversacion que pudiera interesar a un gato callejero.

– Hijo, aqui o te lo montas bien o te jodes. Entre los listillos que se divierten pateando gatos y los conductores suicidas, no gana uno para sustos. Pero voy tirando. ?Y tu?

– Yo, bien, gracias.

Me miro de pies a cabeza.

– Menuda paliza te han pegado, chico.

– ?Se nota tanto?

– Bastante. Pero tu le habras dado lo suyo, ?no?

– Bueno…

– ?Ni siquiera una tibia respuesta? -se asombro.

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