– ?Y a vos que te importa, gato de mierda!

– ?Uy!, mala cosa. Tanta rabia y ninguna hostia. Mala cosa. Mira -dijo comprensivo-, yo tambien he pasado por eso y se supera. Las peleas por las bolsas de basura son parte del oficio felino y, por si fuera poco, ahora con la crisis hay mucha competencia humana…

Camine despacio y el gato siguio a mi lado.

– ?Y tu cena? -pregunte.

– Hay mas bolsas que dias. En cambio, pocos se paran a hablar conmigo.

– Sera porque no se atreven…

– Que va. Es porque no me ven. Van mirandose a si mismos y solo ven un gato revolviendo basura. Si eres pequeno, murmuran «pobrecillo» o te patean, y algunos, las dos cosas. Despues siguen su camino. ?A quien cono le importa un gato callejero?

– A una que conozco -dije pensando en Lidia-. Los recoge, les da de comer, los lleva al veterinario…

– … y acaba por castrarlos-termino esceptico-. Ten cuidado con las hembras muy comprensivas, Nicolas. Se conmueven con los rebeldes, pero necesitan domesticarlos…

– Yo no soy un rebelde. Soy un…

– Un pelotudo. Ya lo se, Nicolas. Capto el sentido pero no el significado exacto. Pero suena bien: pe-lo-tu-do.

Me ofendi.

– ?Como sabes mi nombre?

– Lo dijiste tu, igual que eso de que eras un pelotudo. Venias hablando solo mientras yo cenaba y senti pena…

Eso colmo el vaso.

– ?Pero, gato de mierda! ?Pena de mi? Yo soy un profesional. ?Me gano lo que como y no tengo que revolver bolsas de basura!

No se altero.

– ?Y que quieres que haga? ?Que me ponga una corbata y me compre una ulcera? Soy gato callejero, no un aprendiz de fracasado…

Aquel gato tenia respuesta para todo.

Me deje caer en un portal, como una bolsa de piedras. El se deslizo con gracia a mi lado, pero a prudente distancia.

– Ademas -siguio-, yo revuelvo basura, pero es mi basura, la basura de mi tierra. ?Que paso con tu propia basura, Nicolas?

– Chauvinista -acuse sin ganas-. Un gato sucio, flaco y ademas xenofobo.

– De eso nada -se erizo-. Provengo de una estirpe de felinos socialistas. Un bisabuelo mio estuvo en la guerra y tengo un tio que es gato de ministro. No veas como vive el cabron. El gato, digo. Comida especial, peluqueria, ?hasta le llevan una hembrita de cuando en cuando! Lo malo es que no le dejan elegir.

– Vos elegis mucho, entre callejones y vertederos…

– Pero elijo. En eso nos parecemos, Nicolas. Elegimos los palos, las patadas, las hembras problematicas y los caminos dificiles. Pero elegimos. Mi primo el del ministro, no: el mayordomo decide por el.

Estaba demasiado dolorido para contestarle. Las discusiones con felinos son agotadoras. Ademas, la cabeza me latia como un segundo corazon aporreado.

– Si vos lo decis…

– Somos libres, Nicolas. Y eso no tiene precio.

– Lo tiene, Silvestre, lo tiene: los palos, las patadas, las hembras problematicas, los caminos dificiles. Todo el mundo tiene un precio, pero los tipos como nosotros estan en oferta…

– Eso lo diras por ti. Yo soy feliz con esta vida. Y todavia me quedan otras seis para hacer lo que quiera con ellas.

– ?Entonces es cierto? -me asombre.

– ?Y yo que se! Por las dudas, no tengo prisa por averiguarlo. Vivo al dia, es decir a la noche, y cuando alguien se me acerca, espero el golpe. Las pocas veces que llega una caricia, vale mas que las hembritas perfumadas de mi primo y esa mariconada de ir al peluquero.

– En realidad, tenes envidia de la suerte de tu primo y por eso mistificas esta libertad de mierda para no ir a ninguna parte -dije mientras me echaba atras, casi dormido-. Lo tuyo es un complejo de inferioridad reprimido, Silvestre. Si de verdad te gustara esta vida, no elaborarias tantas teorias y te dedicarias a vivirla mientras dure.

Me miro con rencor.

– ?Y tu de donde sacas todo ese rollo psicoanalitico?

– Durante un ano me acoste con una psicologa -dije cerrando los ojos-. No sabes cuanto se aprende en una cama.

– Los argentinos sois todos iguales -dijo despectivo.

Sacudio la cabeza y se hizo un ovillo.

Se quedo dormido al mismo tiempo que yo.

12

Cuando desperte senti que la cabeza volvia a pertenecerme, pero me dolian hasta las pestanas. Todavia era de noche, una noche interminable. El gato seguia durmiendo y cuando me levante se estiro con pereza. Camine hasta una calle iluminada y me siguio. Me sentia culpable y quise darle conversacion:

– ?Sabes una cosa, Silvestre? Lo dije por fastidiarte. A lo mejor tenes razon, pero a veces me siento cansado de buscar sin saber que, y pienso que dejarse domesticar, un poquito nomas, a lo mejor no es tan malo - argumente sin conviccion-. Siempre que uno no renuncie a sus principios…

El gato sacudio la cola y meo contra una caja de carton.

Le hice senas a un taxi que venia desocupado.

– ?No me deseas suerte?

El taxi se detuvo y casi grito al descubrir que el conductor era el mismo que un rato antes estaba atado en el baul del coche. Abri la puerta y mientras me deslizaba por inercia en el asiento, crei escuchar la voz del gato que decia:

– Suerte. Vas a necesitarla.

El taxista me miro, pero no me reconocio. Puso en marcha el coche y volvio a mirarme por el retrovisor. Fuera del maletero parecia mas grande.

– ?Que le ha pasado? -pregunto sin dejar de mirar.

– Que no soy el gato de un ministro -conteste sin pensar.

– ?Como?

– Nada, jefe. Que se rifaba una paliza y yo tenia todos los numeros.

– Si yo le contara… -dijo el, pero decidio no contarme.

Hice que me dejara cerca de la casa de Noelia.

– ?Seguro que no quiere que lo lleve a Urgencias?

– ?Tan mal estoy?

– No se. Pero esta palido. Como si hubiera visto un fantasma.

– Algo asi. Un muerto, que es casi lo mismo.

Cuando arrancaba le grite «?que tal la cosa por Vallecas?» y se dio la vuelta, sorprendido. Despues sacudio la cabeza y siguio viaje.

Empece a caminar y me pare frente al escaparate de una tienda de electrodomesticos, llena de televisores y videocamaras. Me compadeci de la imagen repetida en las pantallas: un tipo de casi treinta anos, con el pelo mas largo de lo que marcaba la moda, la barba tambien anacronica y una mirada triste o despistada. Puede que fuera triste y despistada a la vez. Vestia una camisa blanca raida, como si se hubiera caido de un balcon, y un vaquero roto en la rodilla. Era yo.

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