Me mostro el contenido de un bolso que no conocia.

– No entiendo un carajo -dije.

Pero entonces ya entendia casi todo.

– A mi nadie me engana -decreto El Muerto.

– ?Y el dinero?

– Ahora se donde puedo encontrarlo, o mejor dicho, donde puedo encontrar a quien ira a buscarlo. Es mas sencillo. Pero antes de matarlo, le confieso una cosa, Sotanovsky: mas que recuperar la pasta, que vere pasar de largo como usted supondra; mas que salir del follon en que me metio la hijaputa pelirroja, que tambien podia haberme pegado el piro y adios; mas que todo eso, lo que me volvia loco era saber como y por que.

Me asuste al comprobar que sus razones para seguir en esa historia eran iguales a las mias, con la sutil pero brutal diferencia de que yo moriria por esa curiosidad y el no. Pense en ganar tiempo, en esperar un descuido para saltarle encima, pero solo pude pedir piedad.

– Yo tambien fui una victima, Muerto. Para que matarme.

– Usted nacio para victima, infeliz.

Dejo caer el bolso y levanto la navaja, calculando la trayectoria y el corte, que seria limpio, definitivo y seco.

– ?Por que Lidia? -pregunte.

– Porque se volvio ambiciosa y su amigo el pasma se paso de listo. Era una puta rara, su amiga, ?sabe? Pero follaba como los dioses. Y no me entretenga mas, un poco de seriedad, Sotanovsky, que lo suyo ya es pasado y no tengo tiempo que perder.

– ?Alguna vez ha visto un gato que hable? -pregunte.

– ?Que cono dice?

– Que si conoce a un gato filosofo, atorrante y flaco, negro como la noche y con manchas blancas en la barriga, las patas, y ahora que lo miro bien, en la punta de la cola; un gato amigo, Muerto, de esos que se quedan a pasar la ultima noche con uno, saben de la fatalidad de los caminos dificiles que a veces son los unicos, de las hembras peligrosas que a veces son las mejores aunque sean las peores, y de la lealtad, que no es lo mismo que la fidelidad, cosa de perros; el gato que le digo conoce la diferencia y la valora, como conoce la debilidad de las versiones oficiales y por eso aunque lo criaron diciendo que tenia siete vidas, el cuida mucho la primera pero sin avaricia, la vive, que para eso son las vidas, Muerto, para vivirlas como salga y si hace falta y hay que arriesgarla, pues se arriesga y punto. Cuidese de ese gato, Muerto, porque le va a saltar a los ojos cuando menos se lo espere, cuando me corte el cuello para cortar ese miedo que ya le veo en los ojos y aunque sepa que puede morir en el salto, el gato que le digo no dudara en saltar porque si no no seria ese gato, sino un gato de ministro…

– ?Pero, que cono…? -dijo El Muerto espantado y mirando hacia atras con temor. Bajo la navaja y busco en su cintura la pistola. Dio un paso atras y salto de espanto al oir el maullido espeluznante de un gato cuando lo pisan. Perdio un momento el equilibrio y entonces yo salte, con los pies atados y las manos sueltas, con ferocidad de ultimo gesto e ignorancia de probabilidades estadisticas, salte.

– ?No lo pises, hijo de puta, a mi amigo no lo pises! -grite mientras caia sobre su cuerpo escueto y sin pensar siquiera en desarmarlo empezaba a pegarle y pegarle, a pegarle como nunca habia pegado a nadie, las dos manos agarrando su pelo y sacudiendo su cabeza contra el suelo una vez y otra, sin contar los rebotes secos que retumbaban en toda la casa vacia. No era yo el que pegaba: era el Otro, el pusilanime inquilino previsor «y te lo dije», que mataba a El Muerto porque conmigo no se atreveria. Y mi inquilino sabia, en su miedo supremo, que una sola pausa, un rasgo de duda, una salpicadura de piedad y estariamos perdidos. Por eso habia tomado el mando de ese enloquecido pegar y pegar de la cabeza de El Muerto contra el suelo, y no dejo de sacudirlo hasta que un calambre de cansancio me congelo los brazos y pude convencerlo para soltar los pelos ensangrentados y la cabeza que cayo con ruido blando. Me levante con las piernas temblando y cai de costado, agotado. Las ataduras de los pies eran serpientes que mordian mis tobillos y de repente me sentia mas indefenso que en toda la noche anterior. Tire de la navaja de El Muerto, pero la tenia aferrada con tanta fuerza que tuve que cortar las cuerdas usando su mano muerta.

Fui tambaleando por toda la casa, rebotando contra los pasillos, hasta desembocar en otra habitacion. Habia dos sillas, una mesa y dos catres. Todo barato y provisional. Un bolso en cada cama. Yo estaba helado y el sudor en todo mi cuerpo era una escarcha repugnante. Sobre la mesa encontre media botella de whisky. Pude levantarla y dar un largo trago, chorreando de los costados de mi boca dos cascadas de alcohol barato. Me quemo la garganta, mi estomago dio un triple salto mortal y mi cabeza se rompio en diez pedazos desiguales. Pero eran todos perezosamente mios y sabria volver a unirlos. Deje la botella en la mesa, las dos, tres, cuatro, ninguna mesa. Casi cae de costado, pero lo consegui. Reconoci la etiqueta de la marca infame que usamos para sobornar guardias en la frontera de Marruecos. Me rei, sentado en un catre salpicado de zonas duras. «A ver el equilibrio de esa cabeza, hop, abajo y sin manos.» Eran hileras de ladrillos reforzando el catre para el peso descomunal de Serrano. Levantar la cabeza me costo mas y saberme en cama amiga me llamo a descansar. No podia, yo olia mal, muy mal, con un hedor que me salia desde dentro. Fui hasta el bano y lo encontre. El abandono estaba pintado en las paredes de esa casona que hasta los okupas habian dejado. Pero el bano estaba acondicionado para una estancia de algunos dias, un refugio para desaparecer si era necesario. Pense que El Muerto debia estar en las ultimas para esconderse ahi, y que una ducha era lo unico que yo queria, para borrar el olor. Mi inquilino se quejo debilmente, no era logico quedarse ni un segundo mas. Lo hice callar y me desnude. El agua caia helada y me despejo. No encontre jabon pero me frote con champu para bebes de un envase enorme.

Una vez seco me sorprendi sonambulo, paseando desnudo por la casa, repitiendo pintadas de las paredes y el estribillo de una marcha patriotica de mi pais que no creia recordar. «Cabral, soldado heroico», nunca me habia caido bien Cabral, procer que nos ensenaban a admirar en la escuela, «cubriendose de gloria, cual precio a la victoria», por el solo merito de haberse puesto en el camino de una lanza que, dicen, iba para el general San Martin, «?Su vida rinde!, haciendose inmortal» murio de puro obsecuente y, segun la oficial historia, en lugar de lamentar su mala suerte, dijo morir contento porque habiamos «batido al enemigo y asi, salvo su arrojo, la libertad naciente, de medio continente», antes de morir por eso, era cabo y como premio lo ascendieron a sargento. «?Honor, honor al gran, Cabral!» Post mortem, claro.

Una moto madrugadora atrono por una calle cercana y me puse en marcha. Mi camisa empapada de la sangre de El Muerto me provoco arcadas y la poca ropa que tenia en la mochila no estaba mucho mejor. Queria sentirme limpio, por lo menos por fuera. Volvi al cuarto y sin mirar la silueta caida arrastre mi mochila y el bolso que el habia traido. En el dormitorio busque junto a la cama de Jamon una de sus enormes camisas hawaianas, primorosamente planchadas por la mano de su viuda. Tambien encontre un manojo de folios que reconoci. Los guarde en el bolsillo de mi mochila, en la que busque un vaquero y al sacarlo cayo al suelo la caja de puros, rodo y se abrio, mostrando la pistolita plateada.

En la camisa de Serrano cabiamos yo y por lo menos tres mujeres estupendas. Tres. Quise enterrar sus nombres pero Laika se habia ido de vacaciones y no respondio a mis silbidos.

Antes de salir, me asome otra vez al cuarto, porque tenia que mirarlo. Tendido en el suelo, aureolado de sangre y envuelto en su gruesa gabardina negra, El Muerto parecia un perro flaco enorme y hocicudo, definitivamente muerto.

Ya estaba junto a la puerta cuando me acorde y le dije a nadie:

– Gracias, Silvestre. Gracias por todo.

Espere pero no hubo respuesta. Cargue la mochila a mi espalda y me coloque el bolso en bandolera. Kung Fu con camisa hawaiana. En el momento en que cerraba la puerta detras de mi, crei oir una voz felina y conocida que me decia:

– No hay de que, Nicolas. Y cuidado con los callejones oscuros.

Mientras bajaba la escalera, dentro de la casa, el telefono movil de El Muerto empezo a sonar con prepotencia.

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