psicopata le abriera la cabeza. Aquello fue lo mas parecido a una pedida de mano que Francisco Enriquez escucho nunca de su protegido.

– Dejalo estar, hijo.

– Tornell y yo teniamos razon. Hay un asesino en el campo.

– Puede ser, puede ser…

– Se lo debo.

– ?Es un preso, Roberto!

– Yo lo meti en esto.

Hubo un tenso silencio. Habian llegado al final del pasillo y dieron la vuelta para continuar caminando en la otra direccion.

– ?Se va a curar? -pregunto Aleman.

– Sabes que los medicos no tienen ni idea de como funciona el cerebro. Hay tipos que se abren la cabeza y ahi estan, tan campantes; otros se dan un golpecito con un bordillo y se mueren. No parecen optimistas. Y ya sabes que no suelen pillarse los dedos.

– Quiero volver. Ese mierda del director me las va a pagar.

Enriquez se paro.

– Quince dias.

– ?Como?

– Que tienes quince dias.

– Un mes.

El general se lo penso.

– ?Un mes?

– Si, lo prometo.

– ?Y luego te licencias?

– Un mes y sere de Pacita y solo de Pacita.

– ?Cuando quieres empezar?

– Manana por la manana.

– Deberias guardar reposo.

– El director lo habra estropeado todo. Cuanto antes llegue alli, mejor, mas pruebas podre recuperar.

Enriquez se paro y miro a Roberto fijamente.

– Sea, pero no le toques las pelotas a nadie importante.

– Hecho.

– Y me mantendras informado de todo.

– Lo juro.

– Manana por la manana mi secretario te entregara un nombramiento plenipotenciario.

Capitulo 22. El camarada Perales

Cuando el director de la prision vio el documento que nombraba investigador plenipotenciario a Roberto Aleman, tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder controlarse. Era un duro golpe para un tipo como aquel:

– A sus ordenes -dijo-. Aqui solo queremos que se sepa la verdad.

– En eso estamos de acuerdo -repuso Roberto que portaba un documento que le situaba, mientras durara la investigacion, por encima del tipo que tenia delante.

Como era evidente que no se profesaban ningun afecto, cada uno siguio su camino. El director hacia su despacho y Aleman hacia su pequena casita en la que aun debia de esperarle su ordenanza. Cuando iba de camino, se cruzo con Venancio que bajaba con su petate liado pues le habian ordenado presentarse de inmediato a las ordenes del general Enriquez. No parecia contento con aquello pero un soldado nunca desobedece una orden y Aleman se licenciaria en breve, asi que no iba a ser necesario en Cuelgamuros. Roberto le dio un gran abrazo pese a que aquello no era, ni mucho menos, una despedida. En cuanto se licenciara iba a casarse con Pacita y el y el bueno de Venancio seguirian viendose a menudo. No podia olvidar que aquel tipo recio de Puente Tocinos no solo le habia salvado la vida durante «su crisis», sino que habia cuidado de el como una madre en todos los frentes en que habian luchado. Le dijo que la chimenea estaba encendida y la casa perfectamente lista para que volviera a habitarla. No se habia enfriado en aquellos dos dias escasos en que el capitan se habia ausentado porque el habia seguido encargandose de la vivienda. Sin poder quitarse a Tornell de la cabeza, Aleman se encamino hacia su residencia. Juan Antonio estaba grave. ?Como iba a localizar a su mujer? Lo unico que sabia era que vivia en Barcelona. Nada mas. Quiza Berruezo o alguno de sus companeros de barracon podrian indicarle sus senas. ?Que ocurriria si la pobre mujer se presentaba alli un domingo de aquellos y comprobaba que su marido estaba al borde de la muerte en un hospital? Tomo buena nota de ello para ordenar que le avisaran en cuanto apareciera. Fue entonces cuando llego a la casita y se quedo de piedra. En el breve lapso de tiempo transcurrido entre que Venancio dejara la pequena vivienda y su llegada habia ocurrido algo: habia una nota en la puerta, clavada con una chincheta. Rezaba: para el capitan Aleman. Estaba escrita con mala letra, como la de los que han abandonado el analfabetismo de muy mayores y escriben como ninos.

La leyo impaciente.

El asesino de Higinio es el camarada Antonio Perales, responsable de la CNT en el campo.

Un amigo.

Salio corriendo hacia el despacho del director y dispuso de inmediato que avisaran al tal Perales. Lo trajeron dos guardias civiles sin que supiera por que habia sido detenido. A Aleman le parecio un tipo de mirada despierta, algo aviesa, de rasgos fuertes y no demasiado mal nutrido pese a las circunstancias. Los civiles les dejaron a solas: al preso, al director y a Aleman. Este ultimo le lanzo la nota.

– ?Que tienes que decir?

El la miro como el que mira la luna y repuso:

– No se, soy analfabeto.

El director y Aleman se miraron.

– A otro perro con ese hueso, pero te facilitare las cosas -apunto Aleman-. Dice que tu mataste a Higinio y que eres el jefe de la CNT aqui.

El hombre se puso palido. Por un momento parecio incluso que fuera a desmayarse. A Roberto le hubiera gustado tener a Tornell alli para que pudiera indicarle si el tipo era o no culpable. Al menos se hacia evidente que aquel preso estaba nervioso, muy nervioso.

– Te han hecho una pregunta, piltrafa, ?contesta! -exclamo el director de muy malos modos.

Perales se paso la mano por la frente y suspiro. Titubeando acerto a decir:

– ?Podrian… darme un vaso de agua?

El director se levanto de su mesa y se acerco a el. Roberto Aleman permanecia expectante mirando desde el sillon de invitados de don Adolfo. Una vez situado a la altura del preso, aquella comadreja del director le propino tal bofeton que este retrocedio mas de dos pasos por el impacto.

– Eso para que sepas a que estas jugando -dijo el director-. Esas confianzas…

Entonces levanto el telefono.

– Con el cuartelillo -dijo a la telefonista.

– ?No, no! ?Me queda un mes de pena, por Dios!

Otra hostia. Aleman estuvo a punto de levantarse e intervenir pero algo le impulso a no meterse.

– A Dios ni lo mientes, rojo -dijo el director que volvio a su llamada indicando que subiera el sargento para hacerse cargo de un preso y que avisaran al capitan al pueblo para que fuera a Cuelgamuros pues «se habia cazado al asesino».

Mientras don Adolfo hablaba, Roberto leyo el panico en el rostro del preso que negaba con la cabeza sujetandose la misma con ambas manos. Cuando el director colgo, Aleman aprovecho para intervenir.

– Un momento. Quiero hablar con el preso a solas.

– ?Esta usted loco? Este desgraciado es un asesino…

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