Tornell parecia haberse animado pero por lo que parecia, no hacia avances. De otro, el atentado de los falangistas. Queria ver en que acababa aquello. Ver caer a Baldomero Saez, como se hundia en el fango. Como minimo le esperaban muchos anos de carcel por delante, quiza la pena de muerte. Su mente trabajaba, aunque estaba confusa: el diario de Tornell -una traicion por su parte-, el asunto de las tensiones surgidas entre comunistas y anarquistas a raiz del asunto de la fuga… y el diario… no queria verlo, era duro de reconocer, pero aquello apuntaba en una sola direccion.
El dia 23, miercoles, se supo que los dos anarquistas fugados habian caido, al fin, en un piso franco de Burgos. De aquella que los fusilaban, seguro. ?Que podrian contar? Penso que habria detenciones en el campo, Perales, el jefe de los anarquistas, Basilio, el huido de Mauthausen… Quiza mas.
Decidio esperar, mantenerse expectante y vigilar. Muy atentamente. Venancio seguia con discrecion a Tornell, vigilandolo disimuladamente. Roberto comenzo a atar cabos. Faltaban dos dias para «el gran acontecimiento» y decidio aguardar para ver caer a Saez. Por otra parte, el asesino se les habia escapado y Tornell volvia a parecer cada vez mas distante. Los dias de Aleman alli estaban contados. Despues del 25 abandonaria el campo, el ejercito y se casaria. Estaba decidido. Haria lo posible por ayudar a Tornell, sacarlo de alli, llevarlo a un lugar mejor. Enriquez les haria el favor. Pero entonces todo se precipito.
Todo comenzo a complicarse el dia 24 por la manana. Aquella era una jornada especial, Nochebuena, y todos se sentian imbuidos por la bondad, la ilusion y, por que no decirlo, las mejoras en las comidas y los dias de descanso que deparaba la Navidad. Cebrian, el administrativo del Opus, recibio una orden del nuevo director, que avisara a Juan Antonio Tornell para no se que asunto de unos papeles. Envio a un preso para hacerle llegar el mensaje y en apenas un cuarto de hora se presento en las oficinas. Cebrian autorizo al recien llegado a entrar en el despacho del director tal como este habia ordenado. Tras cerrarse la puerta, le parecio que el rector del campo levantaba la voz. Al rato se asomo y le ordeno que avisara al capitan Aleman. Este no tardo en llegar. Entro en el despacho y de inmediato tambien se le escucho gritar. No es que Cebrian fuera un cotilla, pero la potente voz del capitan le puso sobre la pista del asunto, estaban ordenando al preso que retomara su puesto de cartero y este se negaba rotundamente. Al parecer, don Roberto dejaba el campo y queria que su amigo quedara en un puesto relativamente comodo alli. Al final le dijeron que era una orden y que no tenia otra posibilidad. Entonces, se abrio la puerta y vio que Tornell salia con aire malhumorado. Al fondo, tras la puerta entreabierta, se adivinaba al capitan y al director charlando amigablemente mientras asentian. Cebrian, refugiado en la religion, admiraba a Tornell pues gracias a el habia hallado el buen camino. Se sintio obligado a decirle algo.
– Don Juan Antonio…
– Apeeme el don, Cebrian.
Cebrian, aunque el otro ya le habia insistido en encuentros anteriores, no podia tutearle.
– … es usted un gran hombre, no se castigue. Siga de cartero, todos le respetan, usted les lee las cartas, hace bien su trabajo y es menos duro que trabajar en el tajo. Es por su bien.
– No me lo merezco.
– ?Como que no se lo merece? Ha ayudado usted a mucha gente, cuando era policia y ahora. Mireme usted a mi. Gracias a usted soy un hombre nuevo.
– Le detuve, Cebrian, ?recuerda?
– Si, de acuerdo, pero me lo merecia. Yo era un estafador, un mentiroso y ahora… he descubierto a Dios y a la Obra. Y todo gracias a usted.
– No termino de verlo claro. Fue usted a la carcel por mi culpa. ?Que bien le hice con eso?
– No, no. El culpable era yo.
– Si, de acuerdo, pero fue a la carcel al fin y al cabo.
– Reconozco, don Juan Antonio, que fue duro al principio, pero luego halle el camino. A veces hay que caer hasta lo mas bajo, convivir con escoria, con los peores criminales para luego ascender de nuevo y retomar el vuelo.
– Usted mismo lo dice, convivio con los peores criminales por mi culpa.
Cebrian sonrio al recordar.
– Si -acepto-. Ya le digo que no fue facil, sobre todo en mis primeros tiempos en la Modelo. Recuerdo que me pusieron de companero a un tipo insufrible. Venia del penal del Puerto de Santa Maria. Le odiaba no sabe usted como.
– ?A quien, a mi?
– Si, usted le cazo como a un raton: Huberto Rullan, alias Paco el Cristo, habia presos que le conocian como el Rasputin.
– ?Vaya! ?Que casualidades! Si, si, yo lo detuve, el famoso degollador del puerto. Un mal bicho. ?Menudo caso! Un tipo peligrosisimo.
– ?Y listo! Muy listo. Vivia solo para vengarse de usted. Era insoportable, por las noches, me refiero. No se hace usted una idea. ?Que cerdo! No he visto cosa igual. Un tipo apestoso. Gordo, gordo. Con ese pelo largo y esa barba que le llegaba al pecho. Un nido de piojos. Por la noche no habia quien durmiera, tenia una rata en una caja a la que cuidaba como si fuera una mascota, ?que digo mascota! Como a un hijo. El animal se pasaba todas las noches haciendo ruidos, roia, se movia, era insoportable, ademas de poco higienico, claro.
Tornell quedo paralizado frente a Cebrian, como pasmado, mirandole con la boca abierta. Al fin hablo:
– Repita eso, Cebrian -dijo senalandole con el dedo. Parecia como ido.
– ?El que?
– Repita, repita.
– Pero… ?que?
– Eso que ha contado, lo de la mascota.
– Que era un tio asqueroso, un marrano. Insoportable. Tenia una rata en una caja y era repugnante, enfermizo. Yo me lo tomaba como un sacrificio que ofrecer al Senor. Nadie queria dormir con el.
– ?Se da cuenta? ?Tenia una rata! ?Una rata como mascota! ?El degollador del puerto!
– Si, eso he dicho -repuso Cebrian.
Entonces, Tornell quedo de nuevo mirando al infinito, como el que piensa en algo importante, como si estuviera haciendo una suma compleja. Parecia pensar.
– Lo tenemos… lo tenemos -farfullaba como un loco-. Es facil, pero claro, hay que hacerlo bien.
Salio corriendo hacia el despacho.
– ?Aleman! ?Aleman! -gritaba fuera de si-. ?Ven aqui, ven!
El capitan y el director se personaron en la oficina. Lo miraban como si hubiera perdido definitivamente la cabeza. Tornell se puso blanco como la cera. Sufria una gran impresion, de eso no habia duda. Por un momento hizo ademan incluso de desplomarse. Era presa de una gran agitacion.
– ?Agua, rapido! -dijo el capitan Aleman.
Le dieron un vaso de agua y parecio recuperarse. Entonces miro hacia Cebrian.
– Repita eso -le dijo de nuevo.
O estaba loco o era un pesado.
– ?El que? -Su caridad cristiana comenzaba a agotarse.
– Lo que me ha contado de su celda, de Paco el Cristo, el degollador del puerto…
– ?Como? -dijo Aleman.
– Espera -repuso Tornell alzando la mano derecha-. Siga Cebrian.
– …yo… pues eso, decia que… Que era insoportable dormir con el, porque tenia una mascota, una rata que se pasaba la noche royendo cosas, moviendose, se comia hasta la caja.
– No se que me dices, Tornell -contesto Aleman.
– Tenemos al asesino. ?Lo tenemos! Lo conozco. Se quien es. Debio de cambiar de identidad durante la guerra. Claro, al principio de la misma abrimos las carceles y salieron los presos politicos y los otros, los comunes. Ahi volvio a la calle. Con un nombre nuevo, claro.
– Pero ?quien? -pregunto el capitan, que comenzaba a enfadarse.
– Lo veo claro, era de Don Benito. ?Don Benito! Por eso lo mato. ?Vamos, no hay tiempo que perder!