su comite.

– ?Con lo cual quiere decir que no esta nada satisfecho?

– Tenia cierta esperanza de que al menos esos caballeros reconocieran lo que les ponen delante de los ojos.

– ?Pero?

– Pero… ?sabe quien es Albert de Rutzen?

– Mi periodico me informa de que es el magistrado jefe de Londres.

– Lo es, lo es. Y tambien es primo del capitan Anson.

George y Arthur

George habia leido varias veces los articulos del Telegraph antes de escribir a sir Arthur para darle las gracias; y los releyo antes de su segundo encuentro en el Grand Hotel de Charing Cross. Era muy desconcertante verte descrito no por algun gacetillero de provincias sino por el mas famoso escritor de la epoca. Le hacia sentirse como si fuera a la vez varias personas superpuestas: una victima que reclamaba justicia, un abogado frente al mas alto tribunal del pais y un personaje de novela.

He aqui como sir Arthur explicaba por que el, George, no podia haber sido miembro de la supuesta banda de granujas de Wyrley: «En primer lugar, es un abstemio absoluto, lo que ya de por si no le hace muy recomendable para una banda semejante. No fuma. Es muy timido y nervioso. Es un estudiante muy aventajado». Todo lo cual era cierto y a la vez no lo era; halagador, pero no tanto; verosimil, pero increible. El Colegio de Abogados de Birmingham le habia otorgado honores de segunda, no de primera clase; la medalla de bronce, no la de plata o la de oro. Era sin duda un abogado competente, mas de lo que cabia esperar que llegasen a ser Greenway y Stentson, pero nunca seria eminente. Ademas, tampoco era, a su entender, muy timido. Y si para juzgarle nervioso sir Arthur se habia basado en el primer encuentro en el hotel, habia circunstancias atenuantes. Estaba en el vestibulo leyendo el periodico, y empezaba a inquietarle la posibilidad de que se hubiese equivocado de hora o hasta de dia, cuando cayo en la cuenta de que una figura corpulenta, con abrigo, plantada a unos metros de distancia, le escudrinaba con mucha atencion. ?Como reaccionaria cualquier otra persona ante la mirada de un gran novelista? George pensaba que esta impresion de que era timido y nervioso habia sido confirmada, cuando no propagada, por sus padres. No sabia lo que pasaba en otras familias, pero en la vicaria la vision que los padres tenian de sus hijos no evolucionaba con la misma rapidez que los propios hijos. George no solo estaba pensando en el; sus padres no parecian tener en cuenta el desarrollo de Maud, el hecho de que se estaba haciendo mas fuerte y capaz. Y ahora que se paraba a pensar en ello, no creia haber estado tan nervioso con sir Arthur. En una ocasion mucho mas proclive a despertar nerviosismo, «se enfrento a la sala atestada con una compostura perfecta»: ?no era lo que habia escrito el Daily Post de Birmingham?

No fumaba. Era cierto. Era una costumbre sin sentido, desagradable y onerosa. Pero tampoco esto guardaba relacion con un comportamiento delictivo. Era notorio que Sherlock Holmes fumaba en pipa -como tenia entendido que hacia tambien sir Arthur-, pero esto no convertia a ninguno de los dos en candidatos a miembros de la banda. Era asimismo verdad que nunca consumia alcohol: consecuencia de su educacion, no de un acto de renuncia en nombre de algun principio. Pero admitia que cualquier jurado, cualquier comite, podria interpretar el hecho en mas de un sentido. Que fuese abstemio podia tomarse como prueba de moderacion o de exceso. Podria ser indicio de que alguien sabia controlar sus impulsos; tambien, de que no sucumbia al vicio con el fin de concentrar la mente en otras cosas mas esenciales: de que era alguien un poco inhumano, incluso un fanatico.

En absoluto minimizaba la valia y la calidad de la obra de sir Arthur. Los articulos describian con una rara habilidad «una cadena de circunstancias tan extraordinarias que rebasan la inventiva de un escritor de ficcion». George leyo y releyo con orgullo y gratitud declaraciones como «Hasta que se aclare cada una de estas cuestiones persistira una mancha oscura en los anales administrativos de este pais». Sir Arthur habia prometido hacer ruido, y el que habia hecho habia llegado mucho mas alla de Staffordshire, de Londres y hasta de Inglaterra. Si sir Arthur no hubiese sacudido los arboles, como expreso el mismo, el Ministerio del Interior no habria nombrado un comite; sin embargo, que el comite reaccionase ante el ruido y el zarandeo de los arboles era harina de otro costal. A George le parecia que sir Arthur habia arremetido muy fuerte contra el modo en que el ministerio habia acogido el memorial de Yelverton, al escribir que «es inconcebible algo mas absurdo e injusto en un despotismo oriental». Denunciar a alguien como un despota quiza no fuese la mejor manera de convencerle de que en lo sucesivo no fuera tan despotico. Y despues estaba la inculpacion de Royden Sharp…

– ?George! Lo siento mucho. Nos han entretenido.

Aqui llega sir Arthur, pero no viene solo. A su lado esta una joven hermosa; tiene un aire de elegancia y seguridad en si misma con ese vestido verde cuyo tono George no sabria definir. Son las mujeres las que conocen esos matices de color. Ella sonrie un poco y le tiende la mano.

– Le presento a la senorita Jean Leckie. Estabamos… de compras.

Sir Arthur parece incomodo.

– No, Arthur, estabas hablando.

El tono de Jean es afable pero firme.

– Bueno, estaba hablando con un comerciante. Sirvio en Sudafrica y era una cuestion de cortesia preguntarle…

– Eso sigue siendo hablar, no comprar.

George asiste perplejo a este dialogo.

– Como usted ve, George, nos estamos preparando para el matrimonio.

– Encantada de conocerle -dice la senorita Jean Leckie, con una sonrisa mas amplia, que a George le permite ver que tiene las paletas bastante grandes-. Y ahora tengo que irme.

Le hace a Arthur un gesto burlon con la cabeza y se marcha.

– El matrimonio -dice Arthur cuando se hunde en una butaca del salon de escribir. La palabra apenas alcanza la categoria de pregunta. Aun asi, George responde, y con una extrana precision.

– Es un estado al que aspiro.

– Bueno, puede ser un estado desconcertante, le aviso. Una delicia. Pero una maldita delicia desconcertante, la mayoria de las veces.

George asiente. No esta de acuerdo, pero admite que no dispone de mucha experiencia al respecto. Desde luego, no describiria el matrimonio de sus padres como una maldita delicia desconcertante. Ninguna de las tres palabras podria aplicarse de una forma razonable a la vida en la vicaria.

– Al grano, en todo caso.

Comentan los articulos del Telegraph, la reaccion que han suscitado, el comite Gladstone, su mandato y los miembros que lo componen. Arthur no sabe si revelar el parentesco de sir Albert de Rutzen con el capitan Anson, o dejar caer una insinuacion al redactor jefe en su club o bien no decir nada sobre el particular. Mira a George, a la espera de una opinion instantanea. Pero George no la tiene. Quiza porque es «muy timido y nervioso»; o porque es abogado; o porque le cuesta pasar de ser la causa de sir Arthur a su asesor tactico.

– Creo que el senor Yelverton es quiza la persona a quien consultarlo.

– Pero yo le consulto a usted -responde Arthur, como si George titubease.

La opinion de George, en la medida en que puede considerarla tal, cuando parece no ser mas que un instinto, es que la primera opcion seria muy provocativa y la tercera demasiado

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