repisa de la chimenea y contesto de inmediato. El Colegio de Abogados le habia readmitido entre sus miembros y ahora sir Arthur le reincorporaba a la sociedad. No es que albergara ambiciones sociales; no, en todo caso, la de acceder a tan altas esferas, pero entendia que la invitacion era un gesto noble y simbolico para con alguien que tan solo un ano antes habia preservado la cordura en la carcel de Portland leyendo las novelas de Tobias Smollett. Medito un largo tiempo sobre el regalo de boda apropiado, y al final se decidio por sendos volumenes bien encuadernados de las obras completas de Shakespeare y Tennyson.

Arthur esta resuelto a burlar a todos los malditos reporteros. No hay anuncio de donde va a casarse con Jean; la cena en The Gaiety, la vispera de la boda, es un acto discreto; y en St. Margaret's Westminster colocan el toldo de rayas en el ultimo minuto. Solo unos pocos transeuntes se congregan en este rincon adormilado y polvoriento de sol junto a la abadia para ver quien se casa un miercoles discreto en lugar de un ostentoso sabado.

Arthur viste una levita y un chaleco blanco y luce una gran gardenia blanca en el ojal. Su hermano Innes, de permiso especial en plenas maniobras de otono, es un padrino nervioso. Oficiara Cyril Angeli, el marido de Dodo, la hermana mas pequena de Arthur. La madre, que ha celebrado hace poco su setenta cumpleanos, luce brocado gris; asisten Connie y Willie, Lottie e Ida, Kingsley y Mary. El sueno de Arthur de reunir a toda su familia bajo un mismo techo nunca se ha cumplido; pero aqui, durante un breve rato, estan todos sus familiares. Y, por una vez, Waller no asiste al acto.

El coro y el presbiterio estan decorados con altas palmas; a sus pies hay racimos de flores blancas. Toda la ceremonia sera coral, y Arthur, en vista de su preferencia dominical por el golf en lugar de la iglesia, ha permitido que Jean elija los himnos: Praise the Lord, ye Heavens adore Him y O Perfect Love, all human thought trascending. De pie en el banco delantero, recuerda lo ultimo que ella le dijo: «No te hare esperar, Arthur. Se lo he dicho bien claro a mi padre». Arthur sabe que ella cumplira su palabra. Algunos dirian que ya que se han esperado diez anos, no les hara dano esperar diez o veinte minutos mas, que hasta quiza realcen el dramatismo del acontecimiento. Pero Jean, para deleite de Arthur, carece por completo de esa coqueteria nupcial presuntamente atractiva. Van a casarse a las dos menos cuarto; ella, por lo tanto, estara en la iglesia a las dos menos cuarto. El considera esto una base solida para el matrimonio. Mientras mira al altar, reflexiona que no siempre entiende a las mujeres, pero reconoce que las hay que juegan con un bate recto y las hay que no.

Jean llega del brazo de su padre a la una cuarenta y cinco en punto. La reciben en el portico sus damas de honor, Lily Loder-Symonds, de veleidades espiritistas, y Leslie Rose. El paje de Jean es el senorito Bransford Angeli, hijo de Cyril y Dodo, que viste un traje de librea en seda azul y crema. El vestido de Jean, de estilo semiimperio y frontal cerrado, es de encaje espanol de seda marfil y lineas resaltadas con finos bordados de perlas. Debajo lleva tela de plata; la cola, ribeteada de crepe de China blanco, cae desde un nudo de chifon sujeto con una herradura de brezo blanco; el velo se asienta sobre una corona de azahar.

Arthur capta muy pocos de estos pormenores cuando Jean llega a su lado. No es un entendido en ropajes de gala, y en consecuencia le parece perfecta la supersticion de que el novio no debe ver el vestido de novia hasta que ella se lo ha puesto. Cree que Jean esta guapisima y tiene una impresion general de color crema, perlas y una larga cola. La verdad es que estaria igual de feliz si la viera vestida de amazona. El responde a las preguntas con voz vigorosa; la de Jean apenas se oye.

En el hotel Metropole hay una escalinata que conduce a los salones Whitehall. La cola resulta un incordio tremendo; las damas y el paje no cesan de manipularla cuando Arthur se impacienta. Levanta a la novia en brazos y la sube sin esfuerzo por la escalera. Arthur huele el azahar, nota las marcas de las perlas en la mejilla y oye la risa baja de su novia por primera vez en el dia. El grupo de familiares les vitorea desde abajo y los invitados a la recepcion, congregados arriba, responden con una ovacion aun mas fuerte.

George tiene una aguda conciencia de que alli no conoce a nadie mas que a sir Arthur, al que solo ha visto dos veces, y a su novia, que brevemente le estrecho la mano en el Grand Hotel de Charing Cross. Duda mucho de que hayan invitado al senor Yelverton, y no digamos a Harry Charlesworth. Ha hecho entrega del regalo y rechaza las bebidas alcoholicas que todo el mundo tiene en la mano. Mira alrededor en los salones: los chefs trajinan ante una mesa larga de bufe, la orquesta del Metropole afina los instrumentos y por todas partes hay palmeras altas y, a sus pies, helechos, plantas y macizos de flores blancas. Mas flores blancas aun decoran las mesitas que bordean el salon.

Para su sorpresa y considerable alivio, se le acerca gente para hablar con el, parecen saber quien es y le saludan como si fueran conocidos. Alfred Wood se presenta y le habla de que ha visitado la vicaria de Wyrley y tenido el gran placer de conocer a la familia de George. Jerome, el escritor comico, le felicita por su victorioso combate en pro de la justicia, le presenta a su mujer y le senala a otras celebridades: alli, J. M. Barrie, Bram Stocker y Max Pemberton. Sir Gilbert Parker, que en varias ocasiones ha puesto en apuros al ministro del Interior en la Camara de los Comunes, se acerca para estrechar la mano de George. Este comprende que todos le tratan como a un hombre profundamente agraviado, nadie le mira como si fuese el autor de una serie de cartas demenciales y obscenas. No le dicen nada directamente; solo la presuncion implicita de que el es de esos hombres que entienden las cosas en general del mismo modo que, en general, las entienden ellos.

Mientras la orquesta toca en sordina, llevan al salon tres cestas llenas de telegramas y cables que el hermano de sir Arthur abre y lee en voz alta. Luego hay canapes y mas champan del que George ha visto escanciar en su vida, y brindis y discursos, y cuando el novio hace el suyo contiene palabras que podrian ser champan, porque burbujean en el cerebro de George y le emocionan hasta marearle.

y me complace dar la bienvenida esta tarde entre nosotros a mi joven amigo George Edalji. Su presencia aqui es la que mas me enorgullece…

Las caras se vuelven hacia George, y hay sonrisas y copas que se levantan a medias, y no sabe adonde mirar, pero comprende que no tiene importancia.

Los novios ejecutan un giro ceremonial en la pista de baile, jaleados por una algarabia feliz, y luego empiezan a circular entre sus invitados, al principio juntos y despues por separado. George descubre a su lado a Wood, medio apoyado en una palmera, y rodeado de helechos hasta las rodillas.

– Sir Arthur siempre recomienda esconderse -dice, con un guino.

Los dos contemplan juntos a la gente.

– Un dia feliz -comenta George.

– Y el final de un largo camino -contesta Wood.

George no sabe que responder a esto y se conforma con asentir.

– ?Ha trabajado muchos anos para sir Arthur?

– Southsea, Norwood, Hindhead. Si el lugar siguiente fuera Tombuctu no me extranaria.

– ?De verdad? -dice George-. ?Viajaran alli en luna de miel?

Wood frunce el ceno al oir esto, como si no entendiera la pregunta. Da otro sorbo de su copa de champan.

– Tengo entendido que es usted un gran defensor del matrimonio. Sir Arthur cree que deberia casarse en par-ti-cu-lar.

Pronuncia la ultima palabra con un efecto de staccato que le divierte por algun motivo.

– ?O es una obviedad decirlo?

A George le alarma este sesgo de la conversacion y se siente tambien un poco avergonzado. Wood desliza el dedo indice de arriba abajo por la pared de la nariz.

– Se ha chivado su hermana -anade-. No pudo resistirse a un par de detectives a tiempo parcial.

– ?Maud?

– La misma. Una chica simpatica. Callada; no es nada malo. No es que tenga intencion de casarme con ella, ni en general ni en par-ti-cu-lar.

Sonrie para si. George decide que Wood quiere ser agradable sin ser

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