una vez mas al jefe de la policia, George discrepa. Anson se puso en su contra la vez anterior; a quien hay que dirigirse es al inspector encargado de la investigacion.

– Le escribire -dice Shapurji.

– No, padre, creo que eso me corresponde a mi. E ire a verle yo solo. Si vamos los dos, podria pensar que es una delegacion.

Al vicario le sorprende, pero esta complacido. Le gustan estas afirmaciones viriles de su hijo y le deja salirse con la suya.

George escribe solicitando una entrevista, de preferencia no en la vicaria, sino en la comisaria que elija el inspector. A Campbell esto le parece un poco extrano. Opta por Hednesford y pide al sargento Parsons que le acompane.

– Gracias por recibirme, inspector. Le agradezco que me dedique su tiempo. Tengo tres puntos en mi orden del dia. Pero antes me gustaria que aceptara esto.

Campbell tiene unos cuarenta anos y es un hombre pelirrojo, con cabeza de camello y larga espalda, que parece aun mas alto sentado que de pie. Extiende la mano por encima de la mesa y examina el obsequio: un ejemplar de Legislacion ferroviaria para «el viajero de tren». Hojea despacio unas paginas.

– El ejemplar doscientos treinta y ocho -dice George.

Le sale un tono mas vanidoso de lo que pretendia.

– Muy amable por su parte, senor, pero me temo que el reglamento de la policia prohibe aceptar regalos del publico general.

Campbell desliza el libro de nuevo por encima de la mesa.

– Oh, apenas es un soborno, inspector -dice George, con ligereza-. ?No lo puede considerar… una nueva adquisicion para la biblioteca?

– La biblioteca. ?Tenemos una biblioteca, sargento?

– Bueno, siempre podriamos empezar una, senor.

– En ese caso, senor Edalji, cuente con mi agradecimiento.

George se pregunta a medias si no se estaran burlando de el.

– Se pronuncia Aydlji. No E-dal-ji.

– Aydlji. -El inspector hace un tosco intento y hace una mueca-. Si no le importa, me contentare con llamarle senor.

George carraspea.

– El primer punto del orden del dia es este.

– Saca la carta del «Amante de la justicia»-. He recibido otras cinco en mi bufete.

Campbell la lee, se la pasa al sargento, la recoge, la relee. No sabe muy bien si es una carta de denuncia o de apoyo. O lo primero disfrazado de lo segundo. Si es una denuncia, ?por que la llevaria alguien a la policia? Si es de apoyo, ?por que presentarla, a menos que ya haya sido acusado? Campbell encuentra el motivo de George casi tan interesante como la propia carta.

– ?Alguna idea de quien puede ser?

– No esta firmada.

– Me he dado cuenta, senor. ?Puedo preguntarle si tiene intencion de seguir el consejo del remitente? «?Vayase de vacaciones»?

– La verdad, inspector, eso parece tomar el rabano por las hojas. ?No considera esta carta una difamacion criminal?

– No lo se, senor, para ser sincero. Son los abogados como usted los que deciden lo que es legal y lo que no lo es. Desde el punto de vista policial, yo diria que alguien se esta divirtiendo a su costa.

– ?Divirtiendo? ?No le parece que si esta carta se difundiera, con las acusaciones que finge desmentir, yo correria peligro frente a los mozos de labranza y los mineros?

– No lo se, senor. Lo unico que puedo decir es que no recuerdo que una carta anonima haya dado pabulo a una agresion en esta comarca desde que estoy aqui. ?Y usted, Parsons?

El sargento niega con la cabeza.

– ?Y que opina de la frase, hacia la mitad…, «piensan que no es de los nuestros»?

– ?Que opina usted?

– Pues vera, es algo que no me han dicho nunca.

– Muy bien, inspector, lo que yo «opino» es que casi con toda certeza constituye una referencia al hecho de que mi padre es de origen parsi.

– Si, supongo que podria referirse a eso.

Campbell inclina de nuevo la cabeza pelirroja sobre la carta, como si la examinara en busca de un sentido mas completo. Procura dilucidar las dudas sobre este hombre y su querella, si se trata de una queja sin ambages o de algo mas complicado.

– ?Podria, podria? ?Que otra cosa puede significar?

– Pues podria significar que usted no encaja.

– ?Se refiere a que no juego en el equipo de criquet de Great Wyrley?

– ?No juega, senor?

George se siente cada vez mas exasperado.

– Y a que tampoco frecuento las tabernas.

– ?No, senor?

– Ni tampoco fumo tabaco.

– ?No, senor? Pues tendremos que esperar a preguntarle el sentido al redactor de la carta. Si le atrapamos, y cuando lo hagamos. ?No ha dicho que habia otra cosa?

El segundo punto en la lista de George es presentar una queja contra el sargento Upton, tanto por su actitud como por sus insinuaciones. Solo que, al repetirlas el inspector, de algun modo dejan de serlo: Campbell las convierte en los comentarios torpones de un miembro no muy brillante de la policia a un denunciante algo pedante e hipersensible.

George esta ya bastante confuso. Se esperaba gratitud por el libro, conmocion por la carta, interes por su aprieto. El inspector ha sido correcto pero lento; a George se le antoja que su cortesia estudiada es una especie de groseria. No obstante, tiene que exponer el tercer punto.

– Tengo una sugerencia. Para su investigacion. -George hace una pausa, como proyectaba hacer, a fin de reclamar plena atencion-. Sabuesos.

– ?Como dice?

– Sabuesos. Como seguro que sabe, poseen un excelente olfato. Si adquiriese un par de sabuesos adiestrados, sin duda le conducirian directamente desde la escena de la proxima mutilacion hasta el culpable. Siguen un rastro con una precision asombrosa, y en esta comarca no hay grandes arroyos o rios que el criminal pueda vadear para despistarlos.

La policia de Staffordshire no parece acostumbrada a recibir sugerencias practicas de particulares.

– Sabuesos -repite Campbell-. En efecto, un par de ellos. Parece algo salido de un novelon barato. «?Senor Holmes, eran las huellas de un perro gigantesco!»

Parsons suelta una risa y Campbell no le ordena que guarde silencio.

Todo ha salido horriblemente mal, sobre todo esta ultima parte que George ha concebido por su cuenta y de la que ni siquiera ha hablado con su padre. Esta abatido. Al salir de la comisaria, los dos policias observan su marcha desde la entrada. Oye al sargento comentar, con una voz audible: «Quiza podamos guardar a los sabuesos en la biblioteca».

Estas palabras parecen acompanarle durante todo el trayecto de

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