su conversacion con el inspector la tarde de la vispera. Pero a Meek no le interesaba intercambiar miradas con su cliente. En lugar de eso, se levanto y le hizo a Campbell unas preguntas que a George le parecieron inocuas, cuando no directamente amistosas.
Despues Meek llamo al reverendo Shapurji Edalji, al que describio como un «clerigo que ha recibido las ordenes sagradas». George observo como su padre esbozaba, de una forma precisa pero con pausas bastante largas, las disposiciones a la hora de acostarse en la vicaria; que siempre cerraba con llave la puerta del dormitorio; que costaba trabajo girar la llave, y que chirriaba; que tenia el sueno muy ligero y que en los ultimos meses le mortificaban los dolores de lumbago, y que sin duda se habria despertado si alguien hubiese girado la llave; y que en ningun caso habia dormido hasta mas tarde de las cinco de la manana.
El comisario Barrett, un hombre rechoncho, con una corta barba blanca, la gorra sujeta contra la prominencia de su panza, dijo al tribunal que el jefe de la policia le habia encomendado que se opusiera a la fianza. Tras una breve consulta, los instructores dictaminaron que el preso compareceria de nuevo ante ellos el lunes siguiente, fecha en que oirian los argumentos para la fianza. Entretanto seria trasladado a la carcel de Stafford. Y eso fue todo. Meek prometio visitar a George al dia siguiente, probablemente por la tarde. George le pidio que le llevara un periodico de Birmingham. Necesitaba saber lo que les estaban contando a sus colegas. Preferia la
En la carcel de Stafford le preguntaron a que religion pertenecia y tambien si sabia leer y escribir. A continuacion le dijeron que se desvistiera y le ordenaron que se colocase en una postura humillante. Fue conducido a presencia del director, el capitan Synge, que le dijo que se alojaria en el ala del hospital hasta que hubiera una celda disponible. Despues le explicaron sus privilegios como preso preventivo: estaba autorizado a vestir su propia ropa, a hacer ejercicio, escribir cartas, recibir periodicos y revistas. Le permitirian mantener con su abogado conversaciones privadas que observaria un celador desde el otro lado de una puerta de cristal. Todas las demas entrevistas serian vigiladas.
A George le habian detenido con su ligero traje de verano y solo un sombrero de paja para la cabeza. Pidio permiso para mandar que le enviaran una muda. Le dijeron que lo prohibia el reglamento. Era un privilegio de un recluso preventivo vestir su propia ropa, pero no habia que entender que esto implicaba el derecho de reunir un vestuario privado en su celda.
LA SENSACION DE GREAT WYRLEY, leyo George la tarde siguiente. PROCESADO EL HIJO DEL VICARIO. «La sensacion que causo la noticia en todo el distrito de Cannock Chase fue puesta de manifiesto por la multitud que ayer poblo las carreteras que llevan a la vicaria de Great Wyrley, donde residia el acusado, y al juzgado de la policia y la comisaria de Cannock.»
A George le consterno la idea de que asediaran la vicaria. «La policia fue autorizada a registrar sin una orden. Que se sepa con certeza hasta ahora, el resultado del registro han sido cierto numero de prendas manchadas de sangre, una serie de navajas y un par de botas encontradas en un campo cercano al escenario de la ultima mutilacion.»
– Encontradas en un campo -le repitio a Meek-. ?Encontradas en un campo? ?Alguien puso mis botas en un campo? ?Cierto numero de prendas manchadas de sangre?
Meek mostro una calma asombrosa ante todo esto. No, no tenia intencion de interrogar a la policia sobre el presunto hallazgo de un par de botas en un campo. No, no se proponia pedir a la
– Si me permite una sugerencia, senor Edalji.
– Por supuesto.
– Como podra imaginar, he tenido muchos clientes en situaciones similares a la suya, e insisten sobre todo en leer las cronicas de prensa sobre su caso. A veces se sulfuran un poco al leerlas. Cuando eso ocurre, siempre les aconsejo que lean la columna siguiente. A menudo les ayuda.
– ?La columna siguiente?
George desplazo la mirada cinco centimetros a la izquierda. El titular era MEDICO DESAPARECIDA. Y debajo: SIN PISTAS SOBRE LA SENORITA HICKMAN.
– Lealo en voz alta -dijo Meek.
– «Aun no hay pistas sobre la desaparicion de la senorita Sophie Frances Hickman, medico del Royal Free Hospital…»
Meek pidio a George que le leyera la columna entera. Escucho con atencion, suspirando y moviendo la cabeza, y hasta succiono aire de vez en cuando.
– Pero senor Meek -dijo George al final-, ?como voy a saber si algo de todo esto es cierto, despues de ver lo que dicen sobre mi?
– Ese es mi argumento.
– Aun asi… -Los ojos de George se desviaban como atraidos por imanes hacia el articulo sobre el-. Aun asi. «El acusado, como da a entender su nombre, es de origen oriental.» Es como si dijeran que soy chino.
– Le prometo, senor Edalji, que si alguna vez dicen que es usted chino, tendre unas palabras a solas con el redactor jefe.
El lunes siguiente, George fue trasladado otra vez de Stafford a Cannock. En esta ocasion el gentio en el trayecto a la audiencia parecio mas turbulento. Unos hombres corrieron junto al coche, dando saltos para mirar dentro; otros daban golpes en las portezuelas y agitaban palos en el aire. George se alarmo, pero los agentes de escolta actuaron como si aquello fuera normal.
En esta ocasion estuvo presente el capitan Anson; George reparo en la figura autoritaria que le miraba con ferocidad. Los instructores anunciaron que exigirian tres fiadores distintos, dada la gravedad del cargo. El padre de George dudo de que pudiera encontrar tantos. En consecuencia, los instructores pospusieron la vista al mismo dia de la semana siguiente, en Penkridge.
Alli especificaron mas los terminos de la fianza. Las sumas exigidas eran las siguientes: 200 libras George, 100 su padre, otras 100 su madre y roo mas de un tercero. Pero eso suponia cuatro fiadores, no los tres que habian decretado en Cannock. A George le parecio una mascarada. Sin esperar a Meek, se levanto.
– No deseo una fianza -dijo a los instructores-. He recibido varias ofertas, pero prefiero no tener fianza.
Asi pues, la vista se fijo para el jueves siguiente, 3 de septiembre, en Cannock. El martes, Meek fue a verle con malas noticias.
– Van a anadir una segunda acusacion, la de amenazar de muerte mediante un disparo al sargento Robinson de Hednesford.
– ?Han encontrado una pistola al lado de mis botas en el campo? - pregunto George, incredulo-. ?Disparo? ?Matar de un disparo al sargento Robinson? Senor Meek, ?no estan en sus cabales? ?Que demontres quiere decir esto?
– Quiere decir -contesto Meek, como si el arrebato de su cliente hubiera sido una pregunta sencilla y mesurada-, quiere decir que los instructores estan decididos a que le procesen. Por debiles que sean las pruebas, es muy improbable que ahora pudieran exculparle.
Mas tarde, George estaba sentado en su cama del ala del hospital. La incredulidad aun le quemaba como una dolencia. ?Como podian hacerle aquello? ?Como podian pensar tales cosas? ?Como eran capaces de empezar a creerlo? Enfurecerse era para el algo tan nuevo que no sabia contra quien dirigir su furia:
?Campbell, Birmingham, Anson, el abogado de la policia, los instructores? Bueno, por el momento se cebaria en estos ultimos. Meek habia dicho que iban a decretar su enjuiciamiento: como si no tuvieran capacidad mental, como si fueran marionetas o automatas. Pero en suma, ?que eran aquellos instructores? Apenas miembros cualificados de la profesion juridica. La mayoria no eran mas que aficionados fatuos, investidos de una breve y pequena autoridad.