golpea el servicio del te mientras refiere su historia.

– ?Y sabes que mas dijo? Se atrevio a afirmar que no seria muy beneficioso para mi reputacion que mis… conjeturas de aficionado se divulgasen. No me han tratado con tanto paternalismo desde que era un medico pobreton en Southsea y trate de convencer a un paciente rico de que estaba perfectamente sano cuando el insistia en que se encontraba a las puertas de la muerte.

– ?Y que hiciste? En Southsea, me refiero.

– ?Que hice? Le repeti que estaba rebosante de salud y me contesto que no pagaba a un medico para que le dijera eso, y entonces le dije que buscara a otro especialista que le diagnosticase la dolencia que a el le pareciera conveniente.

Jean se rie de la escena, pero tine su hilaridad la pena ligera de no haber estado presente, de que nunca hubiera podido presenciarla. Es cierto que el futuro se extiende ante ellos, pero de pronto lamenta no haber poseido asimismo un poco del pasado.

– ?Y que vas a hacer?

– Se exactamente lo que voy a hacer. Anson piensa que he redactado este informe con la intencion de mandarlo al Ministerio del Interior, donde criara polvo y del que hablaran de pasada en alguna revision interna que quiza vea por fin la luz del dia cuando todos hayamos muerto. No pienso jugar esa partida. Publicare mis descubrimientos con la mayor difusion posible. Lo he pensado en el tren. Ofrecere el informe al Daily Telegraph, que creo que lo publicara bien contento. Pero hare algo mas. Les pedire que lo encabecen con la leyenda «Sin derechos de autor», para que otros periodicos, y en especial los del Midland, puedan reproducirlo in extenso y gratis.

– Maravilloso. Y muy generoso.

– Eso no hace al caso. Se trata de buscar lo mas eficaz. Y, ademas, ahora expondre la posicion, clara como el dia, del capitan Anson sobre el caso, su participacion partidista desde el principio. Si quiere mis «especulaciones de aficionado» sobre sus actividades, las tendra. Que me denuncie por difamacion, si quiere. Y puede que se encuentre con que su futuro profesional no sea el que se imagina cuando yo haya acabado con el.

– Arthur, si me permites…

– ?Si, querida?

– Quiza no sea aconsejable convertir esto en una venganza personal contra el capitan Anson.

– No veo por que no. El fue la fuente de gran parte del mal.

– Lo que quiero decir, querido Arthur, es que no debes permitir que el capitan Anson te distraiga de tu objetivo primordial. Porque en ese caso el seria el primero en alegrarse.

Arthur la mira con orgullo y con placer. No es solo una sugerencia valiosa, sino, por anadidura, inteligente.

– Tienes toda la razon. No fustigare a Anson mas de lo que sea necesario para los intereses de George. Pero tampoco quedara impune. Y la segunda parte de mi investigacion pondra en ridiculo a el y a toda su policia. La identidad del culpable se esta volviendo mas clara, y si consigo demostrar que Anson lo tuvo delante de las narices desde el principio del caso, y que no hizo nada, ?que alternativa le quedara sino dimitir? Cuando haya terminado con este asunto hare que reorganicen de arriba abajo la policia de Staffordshire. ?Avante a toda maquina!

Ve sonreir a Jean y su sonrisa le parece a la vez admirativa y benevola, una combinacion poderosa.

– Y a proposito, querida. Creo que deberiamos fijar una fecha para la boda. De lo contrario la gente podria tomarte por una desaprensiva.

– ?A mi, Arthur? ?A mi?

El se rie y alarga la mano para coger la de ella. A toda maquina, piensa, porque si no podria explotar toda la sala de calderas.

De regreso a Undershaw, Arthur tomo la pluma y puso a Anson en su sitio. Aquella carta al vicario. -«Y confio en obtener una pena de trabajos forzados para el delincuente»-: ?alguna vez se habia visto un prejuicio tan flagrante por parte de un oficial responsable? Arthur sintio que le crecia la indignacion conforme iba copiando las palabras; sintio tambien la frialdad del consejo de Jean. Debia hacer lo que fuese mas eficaz para George; debia evitar la calumnia; debia dictar un veredicto definitivo sobre Anson. Hacia mucho tiempo que no le habian tratado con tanta condescendencia. Bueno, Anson iba a descubrir que se sentia.

Ahora [empezo] no me cabe duda de que el capitan Anson fue muy sincero en su ojeriza por George Edalji, y de que no era consciente de su propio prejuicio. Seria necio pensar otra cosa. Pero los hombres en su posicion no tienen derecho a semejantes sentimientos. Ellos son muy poderosos, otros son muy debiles y las consecuencias son terrorificas. A medida que narro el curso de los hechos, esta inquina del jefe de la policia se fue infiltrando hasta impregnar a todos los hombres a su mando, y cuando detuvieron a George Edalji no le concedieron la justicia mas elemental.

Antes del caso y durante el mismo, pero tampoco despues: Anson habia hecho gala de una arrogancia tan ilimitada como sus prejuicios.

No se que informes posteriores del capitan Anson impidieron que se hiciera justicia en el Ministerio del Interior, pero si se que, en vez de dejar tranquilo al hombre caido, despues de su condena no se escatimaron esfuerzos para mancillar su figura, asi como la de su padre, con el fin de ahuyentar a cualquiera que pudiera interesarse en investigar el caso. Cuando el senor Yelverton lo asumio, recibio una carta, firmada por el capitan Anson y fechada el 8 de noviembre de 1903, que decia: «Justo es decirle que descubrira que es una perdida de tiempo intentar probar que, debido a su situacion y supuesto buen caracter, George Edalji no pudo haber sido el autor de cartas vejatorias y abominables. Su padre conoce tan bien como yo su propension a redactar textos anonimos, y algunas otras personas tienen un conocimiento personal a este respecto».

Ahora bien, tanto Edalji como su padre declaran bajo juramento que el primero no ha escrito una carta anonima en toda su vida, y al solicitar el senor Yelverton el nombre de esas «otras personas», no recibio respuesta. Piensese que esta carta fue escrita inmediatamente despues de la sentencia, y que tenia por finalidad cortar de raiz toda campana en pro de la clemencia. Es, desde luego, algo parecido al acto de patear a un hombre caido en el suelo.

«Si esto no hunde a Anson -penso Arthur-, nada lo hara.» Imagino editoriales de prensa, preguntas en el Parlamento, una declaracion muy comedida del Ministerio del Interior y quiza una prolongada gira por el extranjero hasta que al jefe de la policia le encontraran un trabajo comodo pero lejano. El destino adecuado seria las Antillas. Seria triste para la senora Anson, que a Arthur le habia parecido una comensal enjundiosa. Pero sin duda sobreviviria a la justa humillacion de su marido mejor de lo que la madre de George habia podido sobrellevar la humillacion inicua de su hijo.

El Daily Telegraph publico la cronica de Arthur en dos articulos, el 11 y el 12 de enero. El periodico compuso muy bien las paginas y los cajistas hicieron un buen trabajo. Arthur releyo todo el texto hasta el retumbante epilogo:

Nos han cerrado la puerta en las narices. Ahora apelamos al ultimo tribunal de todos, uno que no yerra cuando se le exponen los hechos limpios y escuetos, y preguntamos al publico de Gran Bretana si esto puede quedar asi.

La reaccion a los articulos fue formidable. El joven repartidor de telegramas pronto se habria aprendido el trayecto a Undershaw con los ojos vendados. Barrie, Meredith y otros escritores respaldaron a Arthur. En el correo de los lectores del Telegraph ardia el debate sobre la miopia de George y la negligencia de la defensa por no haberla alegado. La madre de George anadio su testimonio:

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