musculos entumecidos.

– Esta espalda tan desastrosa que tengo no ha dejado de dolerme. Ven y veras. Los demas podeis ir entrando -(Nigel siempre se salvaba de faenas como esta gracias a una difusa dolencia pectoral; Mary porque era una nina; mis padres porque eran padres).

A pesar de todo, yo admiraba al muy cabron. Si la espalda le daba guerra seria porque el cojin de alguna butaca le estaria resultando incomodo. Sabia hacer cosas mejores que ponerse a cavar el domingo justo despues de comer. Leer durante media hora la pagina de espectaculos del Sunday Express era el mayor esfuerzo que habia hecho. Pero todo formaba parte de una complicada venganza contra mi en la que Arthur persistia ano tras ano. Un domingo, cuando yo todavia era un inocente, nos vino con el cuento de que se habia caido extenuado en el jardin. Mientras aburria a mi padre hablandole de hortalizas, yo me meti de prisa en el salon para comprobar con la mano la temperatura de su asiento. Tal como me imaginaba, estaba tan caliente como la mierda reciente de una gallina. Cuando los demas entraron en la habitacion, solte con toda naturalidad:

– Tio, no puedes haber estado cavando como dices; tu butaca todavia esta caliente.

El me miro de arriba a abajo con una mirada de esas que no perdonan y, entonces, con una energia inusitada para alguien que hubiese estado cogiendo coles, se precipito afuera.

– Ferdinand -le oimos gritar-, Ferdinand. ??FERDINAND!!

En el recibidor se oyeron las pisadas amortiguadas de unas patas solicitas, el gorgoteo de una boca babeante y el ruido seco de una zapatilla golpeando a un perro labrador.

– Y que no te pesque otra vez en mi butaca.

Desde entonces, Arthur siempre me tenia reservado un pequeno pero desagradable trabajo, como darle vueltas a un inaccesible tornillo para dejar salir el aceite gastado de su coche («Ve con cuidado de no mancharte»), arrancar matojos de ortigas («Siento no tener unos guantes mejores, la verdad es que estos tienen bastantes agujeros») o tener que ir corriendo a echar una carta antes de la hora de recogida («Tienes que ir de prisa si quieres llegar a tiempo. ?Sabes que? Te voy a cronometrar.» Eso fue un error: me sali con la mia andando tranquilamente, para llegar tarde, y volvi corriendo). Esta vez se trataba de un jodido tronco enorme. Arthur habia empezado a cavar una zanja muy poco profunda a su alrededor, luego corto unas cuantas raices sin importancia y, deliberadamente, cubrio con un poco de tierra una raiz enorme, gruesa como una pierna.

– No creo que tengas problemas. A menos que te encuentres con una raiz central muy gorda, claro.

– Bueno, esta la que tu has tapado un poco, ?no? -dije yo. Cuando estabamos juntos y a solas hablabamos bastante claro. A mi me gustaba el.

– ?Tapado? ?Que quieres decir? ?Eso? ?Hay una raiz alli debajo? Vaya, vaya. Quien se iba a imaginar que un tronquito como este tuviera tantas raices, ?no? De todas formas, estoy seguro de que un jovencito intelectual como tu sera capaz de arreglarselas para arrancarlo todo. A proposito, el pico se sale del mango cada dos por tres. Nos veremos a la hora del te. Empieza a hacer demasiado frio para mi.

Y se largo.

Se me ocurrieron varias formas de demostrar mi incompetencia. Podria llenar-todo-el-lugar-de-tierra (por ejemplo, encima de las lechugas), en-un-arranque-de-entusiasmo. Podria romper-las-herramientas, aunque esto supondria problemas con mi padre. La mejor idea que se me ocurrio -aunque la tuve que abandonar, dado que no pude encontrar una sierra- fue cortar el tronco a nivel de tierra y taparlo otra vez («Oh, lo siento tio, no me dijiste que querias que cavase toda la zona. Pensaba que solo querias evitar tropezar con el en la oscuridad»).

Finalmente, transigiendo un poco, me decidi por tacticas para ganar tiempo. Cave un amplio circulo de un radio aproximado de un par de metros alrededor del tronco, al tiempo que cortaba, aqui y alla, algunas ramitas sin importancia, pero sin llegar a amenazar ni remotamente la solidez de la cosa. Trabaje, o hice ver que trabajaba, con el empeno de un maniaco, ignorando que ya eran las cuatro, hasta que finalmente mi tio salio al jardin otra vez.

– No cojas frio -le grite mientras se aproximaba-; si no estas trabajando aqui afuera hace un frio que pela.

– Solo vengo a ver si ya has terminado. ?Cristo Todopoderoso, que cono estas haciendo, animal! -Por entonces habia cavado ya una zanja muy ancha y profunda alrededor del tronco.

– Acabando con el, tio -explique con tono profesional-. Despues de lo que dijiste de la raiz principal, pense que seria mejor empezar cavando a su alrededor en un radio muy grande y bien hondo. Ya he arrancado todo esto -dije con orgullo, senalando un minusculo monton de raicillas.

– Vaya Ruskin de mierda estas tu hecho -me grito mi tio-, condenado intelectual de tres al cuarto. No sabrias ni hacer la o con un canuto ?eh?

– ?Esta listo el te? -pregunte educadamente.

Despues de tomar el te, tiempo que yo pasaba esperando que las galletas de jengibre con nueces que Arthur empapaba en exceso se derramasen sobre su rebeca, iba siempre al garaje para hojear, tranquilamente, lo que yo llamaba material de ereccion. En aquella epoca, no solo sonabas con el sexo durante todo el dia; tambien se te ponia tiesa a la mas ligera provocacion. A menudo, yendo al colegio, tenia que ponerme la maleta delante de las piernas y conjugar, freneticamente y para mi, algun verbo latino, intentando aplacar el tumor mientras cruzaba Baker Street. Pequenos anuncios de corseteria para senora, historias apocrifas de circos romanos e, incluso, por el amor de Dios, las Demoiselles d'Avignon: todo funcionaba. Todo me obligaba a tener la mano en el bolsillo del pantalon para hacer reajustes.

La atraccion principal del garaje de Arthur eran los montones, perfectamente ordenados y atados, de numeros atrasados del Daily Express. Arthur Lo Ahorraba Todo. Supongo que empezo durante la guerra, justificandolo con su habitual logica indirecta. Probablemente pensaba que conservando los periodicos en paquetes ayudaba, de forma un poco mas reposada, a colaborar en la victoria. Yo no me quejaba. Mientras los mayores se sentaban a discutir sobre hipotecas y jardineria y averias de coche, mientras a Nigel y a Mary se les «permitia» lavar las tazas, yo me repantigaba como un pacha en la tumbona del garaje de Arthur con tres docenas de ejemplares del Express. «Asi es America» era, en mi opinion de connaisseur, la columna mas jugosa, con su habitual historia de sexo. Luego venian las criticas de cine, la pagina de cotilleos sociales (los adulterios de lujo me calentaban bastante), alguna entrega ocasional de Ian Fleming, y los casos de violacion, incesto, exhibicionismo o conducta inmoral. Yo absorbia estas versiones de la vida futura con las paginas abiertas encima de las rodillas. Uno no podia dejarse sorprender en situaciones como esta. En cualquier caso, la escena era mas confortable que orgasmica. Eso tambien me proporcionaba un monton de material para cambiar con Gould, cuyo padre siempre le dejaba leer News of the World con la esperanza de evitar tener que explicarle a su hijo las cosas de la vida.

– ?Que, va todo bien? ?Estas comodo?

El muy cabron habia entrado en el garaje tratando de no hacer ruido. Pero no hay nada como una sorpresa para que pierdas la ereccion, y, la verdad, no tuve problemas al respecto.

– Perdona que te interrumpa, chico, pero he pensado que no te molestaria echarme una mano para bajar algunas cosas del altillo. Es bastante dificil localizar los clavos que estan por el suelo y tu ves mejor que yo.

8. Sexo, austeridad, guerra, austeridad

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