Creo que debo de haber dejado traslucir que no lo sabia.

– Su ultimo discurso en la Camara de los Comunes fue sobre el metro. ?Te imaginas? La Ley de Regulacion Ferroviaria de 1868. Se aprobo una enmienda a la ley que hacia obligatorio un vagon de fumadores en todos los trenes. Mill fue quien lo logro. Pronuncio un gran discurso. Se metio a la audiencia en el bolsillo.

Estupendo. Era estupendo.

– Pero adivina que paso: una linea, solo una linea, quedaba exenta. Precisamente la Metropolitana.

Se diria que habia estado votando alli, personalmente, en mil ochocientos no se cuantos.

– ?Por que?

– Oh. Debido al humo en los tuneles. Siempre ha sido un poco especial.

Quiza no fuese tan mala persona. En todo caso, solo quedaban cuatro paradas mas. Quiza fuera una persona interesante.

– ?Y las demas estaciones? Quinton no se que…

– Quainton Road. Todas estaban mucho mas alla de Aylesbury. Waddesdon, Quainton Road, y luego, Grandborough, Winslow Road, Verney Junction. -(Si continua me pongo a gritar.)- Noventa kilometros desde Verney Junction a Baker Street; vaya linea. ?Te lo imaginas? Incluso tenian previsto enlazarla con Northampton y Birmingham. Nuevos enlaces ferroviarios con Yorkshire y Lancashire, pasando por Quainton Road, atravesando Londres, enlazando con la vieja linea del Sudeste y, luego, unirla a Europa haciendo un tunel bajo el Canal. ?Menuda linea!

Aqui se detuvo. Pasamos junto al patio vacio de un colegio; un tiovivo adornado con la colada puesta a secar; el reflejo de un parabrisas.

– Pero no llegaron ni a construir los enlaces para las afueras.

No cabia duda, era un cabron elegiaco. Me hablo de los salarios de los obreros y de las instalaciones electricas; de Lord's Station, estacion que se cerro al comenzar la guerra, de alguien llamado Sir Edward Watkin y un complicado plan suyo; algun mierda ambicioso que, sin duda, no hubiera sabido distinguir un Tissot de un Tiziano.

– No era solo ambicion. Tambien fe. Fe «en» la ambicion… Hoy en dia…

Advirtio el gesto involuntario de desprecio que me cruzaba el rostro cada vez que pronunciaba las ultimas palabras.

– No te mofes de los Victorianos, chico -dijo severamente. De pronto, me parecio que se estaba poniendo otra vez desagradable. Quiza fuese un violador. Quiza notara que era mas listo que el-. Mira lo que se ha hecho despues.

?Como? ?Mofarme yo de los Victorianos? ?No tenia otra cosa que hacer! Cuando ya me habia mofado de los imbeciles, los directores de colegio, los profesores, los padres, mi hermana y mi hermano, la tercera division regional de futbol, Moliere, Dios, la burguesia y la gente corriente, no me quedaban fuerzas mas que para esbozar una triste mueca dedicada a la historia. Mire al desgraciado maricon intentando poner cara de profunda indignacion moral; pero no era esa mi expresion mas lograda.

– Veras, no se trata tan solo de la gente que hizo construir y dirigio el ferrocarril. Eran tambien todos los demas. Quiza no te interese -(Dios, era capaz de seguir enrollandose)-, pero cuando se inauguro el primer tren de Baker Street a Farringdon Street, los pasajeros devoraron, en diez minutos exactos, todo lo que habia en el buffet del restaurante de Farringdon Street. -(Quiza tuvieran hambre porque estaban asustados.)- Diez minutos exactos. Como una plaga de langostas.

Ahora parecia hablar consigo mismo, pero pense que era mas seguro colarle otra pregunta, solo para seguir a salvo.

– ?Fue entonces cuando se le dio el nombre de Metrolandia? - pregunte, sin estar seguro de a cuando me referia, pero esforzandome por ocultar mi desprecio.

– ?Metrolandia? Que disparate. -Me dedico su atencion otra vez-. Eso fue el principio del fin. No, eso fue mucho mas tarde, durante la Primera Gran Guerra. Todo fue para contentar a las inmobiliarias. Para que sonara mas acogedora. Casas acogedoras para heroes acogedores. A veinticinco minutos de Baker Street y una pension al final de la linea -dijo inesperadamente-. Hizo que se convirtiese en lo que es ahora, una ciudad dormitorio para burgueses.

Fue como si alguien arrojase una bolsa repleta de cuberteria dentro de mi cabeza. Eh. Dios mio. Tu no puedes decir esto. No esta permitido. Mirate a ti mismo. Yo puedo llamarte burgues a ti; bueno, eso creo, al menos. Tu no puedes. No es… ?vaya!… Quiero decir que va contra todas las reglas conocidas. Es como un profesor que admite conocer su propio mote. Era… bueno, supongo que solo podia contestarle con una respuesta no convencional.

– Entonces, ?usted no es un burgues?

Repase mentalmente sus ropas, su manera de hablar, su maletin.

– Ja. Claro que lo soy -dijo con ligereza, casi amablemente.

Su tono me devolvio la seguridad; pero sus palabras continuaban siendo un rompecabezas.

6. Tierra arrasada

Toni y yo nos empenabamos con todo ahinco en evitar cualquier posible influencia en nuestra educacion. Despues de una estudiada sesion de Bruckner («Disminucion del pulso; vago estiron dentro del pecho; movimientos ocasionales de los hombros, temblequeo de los pies. ?Salir y pegarle a un marica? Bruckner, 4.a Sinf. / Orq. Philh / Columbia / Klemperer»), o cuando estabamos demasiado cansados para un ligero epat, volviamos a menudo al mismo tema.

– Una cosa es segura sobre los padres. Te joden.

?Crees que lo hacen a proposito?

Puede que no. Pero lo hacen.

Si, pero no tienen la culpa.

– Quieres decir como en Zola… porque sus padres los jodieron a su vez.

– Buena observacion. Pero hay que echarles algo de culpa. Al menos, por no darse cuenta de que a ellos los jodieron y por continuar jodiendonos a nosotros.

– Ah, claro, no estoy sugiriendo que no debamos castigarlos.

– Ya me estabas preocupando.

Todas las mananas, a la hora del desayuno, miraba incredulamente a mi familia. Para empezar, todos estaban alli todavia; esa era la primera sorpresa. ?Por que no se habian escapado durante la noche, incapaces ya de soportar las heridas que les infligia la vacuidad que yo adivinaba en sus vidas? ?Por que seguian sentados en el mismo sitio que el dia anterior, dando la impresion de estar perfectamente satisfechos con la idea de volver a estar alli dentro de otras veinticuatro horas?

Delante de mi se sentaba mi hermano mayor, Nigel, mirando por encima de sus tostadas una revista de ciencia-ficcion. (Quiza era asi como controlaba su angustia existencial: escapandose a Nuevas Galaxias, Nuevos Mundos y Realidades Asombrosas. No es que yo le hubiera preguntado alguna vez si sufria angustia existencial; la verdad, preferia que no la hubiera sentido… estas cosas pueden ponerse de moda.) A su lado, mi hermana Mary tambien miraba por encima de su desayuno, para leer las etiquetas de la pimienta y la sal. No es que no estuviese totalmente despierta aun: a la hora de la cena leia las inscripciones de cuchillos y tenedores. Algun dia obtendria un titulo de experta en las partes posteriores de los paquetes de cereales. Tenia trece anos y no hablaba mucho. Yo pensaba que se parecia mas a Nigel que a mi: ambos tenian rostros suaves, de rasgos poco marcados, que no mostraban

Вы читаете Metrolandia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×