Era un rostro ingles muy poco llamativo, que encajaba bien con ese ligero aire de expatriacion comun a todos los que vivian en Eastwick. Todos los de esa barriada de unos dos mil habitantes parecian venir de otra parte; atraidos, quiza, por la solidez de sus casas, la seguridad del servicio ferroviario y la buena calidad del terreno para la jardineria. Me parecia tranquilizador el acogedor y confortable desarraigo del lugar; aunque solia quejarme a Toni diciendo que preferia algo…

– …mas radical. Me gustaria, como decirlo, algo mas rustico, mas despojado.

– Querras decir algo mas rustico y viciado.

Bueno, si, eso tambien, supongo. Al menos es lo que creo.

– Ou habites-tu? -nos preguntaban ano tras ano en las practicas de frances oral. Y yo siempre respondia satisfecho:

– J'habite Metrolandia.

Sonaba mejor que Eastwick, mas extrano que Middle-sex; era, sobre todo, un concepto mental mas que un lugar donde se pudiera ir de compras. En efecto, cuando el ferrocarril metropolitano se extendio hacia el oeste en la decada de 1880, quedo abierta una estrecha franja de tierra sin ninguna unidad geografica ni ideologica: se vivia alli porque era un area de la que era facil salir. El nombre de Metrolandia -adoptado durante la Primera Guerra Mundial tanto por los agentes de la propiedad como por la misma empresa del ferrocarril- dio a ese cordon de barrios suburbanos una falsa integridad.

A principios de los anos sesenta, ya en este siglo, la linea Metropolitana (termino, naturalmente, adjudicado por los puristas, a las ramificaciones de Watford, Chesham y Amersham) todavia mantenia parte de sus caracteristicas originales. El material rodante, pintado de un tipico color marron, habia continuado siendo el mismo durante sesenta anos. Algunas de estas antiguallas, segun mi libro sobre locomotoras de Ian Allen, llevaban funcionando desde 1890. Los vagones eran altos y cuadrados, con anchos paneles corredizos de madera. Los compartimientos eran lujosos y amplios comparados con los actuales, y la separacion entre los asientos le hacia maravillarse a uno del desarrollo del femur durante el reinado de Eduardo. Los respaldos de los asientos estaban inclinados en un determinado angulo, lo cual significaba que, antiguamente, los trenes pasaban mas tiempo en las estaciones.

Sobre los asientos habia fotografias color sepia de los lugares mas bonitos recorridos por la linea: el campo de golf de Sandy Lodge, Pinner Hill, Moor Park, Chorleywood. La mayor parte de los accesorios originales seguian alli: amplias rejillas para poner el equipaje dispuestas irregularmente; para los abrigos, colgadores tan gastados que ya estaban torcidos; anchas correas de cuero para abrir y cerrar las ventanas e impedir portazos; un numero dorado y grandote en las puertas, el 1 o el 3; y en cada una de ellas, un tirador de cobre sobre un disco del mismo metal; grabada en el disco, en tono de orden o seductora invitacion, la leyenda «Viva en Metrolandia».

Con los anos fui conociendo los trenes. Desde el anden podia distinguir, de un solo vistazo, un compartimiento ancho de uno extraancho. Me sabia todos los anuncios de memoria, y las distintas decoraciones de sus techos abovedados como un barril. Tambien conocia hasta donde llegaba la imaginacion de la gente que retocaba los NO FUMAR de los adhesivos de las ventanas con nuevas consignas: NO RONCAR era la variante mas popular de todas, NO FOLLAR una incognita durante anos, NO ENGATUSAR la idea mas caprichosa. Una tarde oscura me cole en un vagon de primera clase, y me sente, bien erguido, sobre uno de los mullidos asientos, demasiado asustado para mirar a mi alrededor. Otra vez, llegue a introducirme por error en el compartimiento especial y unico que iba a la cabeza de cada tren y que estaba protegido por un letrero verde: SOLO DAMAS. Habia cogido el tren por los pelos, despues de cruzar corriendo los pasillos y sentia como mi respiracion se hacia omnipresente por encima de la silenciosa desaprobacion de tres senoras vestidas de tweed, aunque mi miedo se aplaco no tanto por su silencio como por mi desilusion al comprobar que el compartimiento no tenia ningun accesorio especial indicativo, aunque solo fuera indirecto, de lo que hacia diferentes a las mujeres.

Cierta tarde en que ya habia terminado los deberes y tenia la mente en blanco, volvia a casa desde Baker Street en el tren de las 4:13, mirando las lineas color rojo subido del mapa del metro, que ocupaba la parte central bajo la rejilla de los equipajes. Iba leyendo los nombres de las estaciones como si fuesen las cuentas de un rosario, cuando una voz a mi derecha anuncio:

– Verney Junction.

Sera un viejo maricon, pense: un burgues degenerado. Los arabescos que los reflejos del sol bordaban en sus escarpines eran lo mas proximo al vigor y a la vida que el podria conocer, pense. Seguro que estaba syphilise. Que pena que no fuese belga. Aunque quiza lo fuera, despues de todo. ?Que me habia dicho?

– Verney Junction -repitio-, Quainton Road. Winslow Road. Grandborough Road. Waddesdon. Nunca has oido hablar de ellas -dijo, seguro de si mismo.

Puto maricon. La verdad es que era demasiado viejo para odiarlo. Llevaba el uniforme de los que viajan con abono: paraguas con una anilla de oro al final de la empunadura, maletin, zapatos brillantes como espejos. El maletin contenia probablemente un equipo portatil nazi de rayos X.

– No.

– Antes era una linea magnifica. Tenia… ambicion. ?Has oido hablar alguna vez de la Linea Brill?

?Que era lo que buscaba? ?Violarme, secuestrarme? Lo mejor era seguirle la corriente, no fuera que dentro de seis meses me viese en Turquia gordo y sin cojones.

– No.

– La Linea Brill que venia de Quainton Road. Todas las dobleuves. Waddesdon Road. Wescott. Wotton. Wood Siding. Brill. La hizo construir el duque de Buckingham. Imaginate. La habia construido para su propia finca. Desde hace ya treinta anos todo esto ha pasado a formar parte de la Linea Metropolitana. Sabes, yo fui en el ultimo tren. En mil novecientos treinta y cinco o treinta y seis, algo asi. El ultimo tren de Brill a Verney Junction. Suena como el titulo de una pelicula, ?verdad?

Ninguna que yo hubiese visto. Y menos si el me lo preguntaba. Tenia que ser un violador. Cualquiera que hablase con ninos en los trenes obviamente lo era, ex hypothesi. Pero este era un viejo raquitico hijo de puta, y yo estaba mas cerca de la puerta. Ademas, tenia el paraguas. Mejor que se lo hiciese notar mientras le hablaba. A veces, esta gente se pone violenta si no les diriges la palabra.

– ?Y que tal la primera clase? -?Deberia decirle «senor»?

– Era una linea magnifica. La llamaban «Linea de la Prolongacion» - (?estaba empezando ya a decir guarradas?)-. Iba de Baker Street a Verney Junction. Estuvo funcionando con un vagon Pullman -(?acaso intentaba evadir mi pregunta?)- hasta el comienzo de la guerra contra Hitler. En realidad, dos vagones Pullman. Imaginate. Imaginate un vagon Pullman en la Linea Bakerloo.

Se rio desdenosamente, yo con adulacion.

– Pues habia dos. A uno lo llamaban el Mayflower. ?Te imaginas? No puedo acordarme de como se llamaba el otro.

Se dio una palmada en el muslo; pero no le sirvio de mucho. ?Iba a comenzar otra vez con las guarradas?

– No, pero uno de ellos seguro que se llamaba Mayflower. Los primeros vagones Pullman de Europa arrastrados por electricidad.

– ?En serio? ?Los primeros de Europa? -Estaba casi tan interesado como aparentaba.

– Si, senor. Esta linea tiene mucha historia. ?Conoces a John Stuart Mill?

– Si -(por supuesto que no).

– ?Sabes acerca de que trato su ultimo discurso en el Parlamento?

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