Preferiamos no hablar con la gente para no entorpecer la observacion. Si nos hubiesen preguntado que buscabamos exactamente, habriamos respondido con toda probabilidad, la musique savante de la ville de la que hablaba Rimbaud. Queriamos descubrir ambientes, cosas, gentes, como si estuviesemos rellenando un cuaderno de pasatiempos. Pero nuestro libro aun no habia sido escrito, porque solo cuando veiamos lo que veiamos, sabiamos que lo buscabamos. Algunas cosas eran ideales e inalcanzables -como caminar bajo una luz de gas espectral cruzando humedas calles empedradas y escuchando el llanto distante de un organillo-, pero perseguiamos ansiosamente lo original, lo pintoresco, lo autentico.

Buscabamos emociones. Las terminales ferroviarias nos proporcionaban despedidas banadas en llanto y torpes reencuentros. Eso era facil. Las iglesias nos ofrecian las vividas decepciones de la fe, aunque teniamos que proceder con sumo cuidado a la hora de la observacion. En los aledanos de Harley Street, una calle atestada de dispensarios medicos, creiamos descubrir la cobardia del hombre ante la muerte. Y la National Gallery, nuestro coto mas frecuentado, nos daba ejemplos de puro placer estetico (aunque, para ser sincero, no tan frecuentes, tan puros o tan sensibles como esperabamos al principio). Con escandalosa frecuencia, pensabamos, la escena habria sido mas apropiada para las estaciones de Waterloo o Victoria: la gente saludaba a Monet, Seurat y Goya como si estos acabasen de descender del tren: «?Hombre, que sorpresa tan agradable! Sabia que estarias aqui, claro, pero es una bonita sorpresa de todas formas. Y se te ve estupendamente. No has envejecido nada. Nada en absoluto…».

La razon para visitar el museo tan a menudo era bien clara. Pensabamos -realmente, ninguno de nuestros amigos se habria atrevido, en su sano juicio, a discutirlo- que el Arte era lo mas importante del mundo, la constante a la cual uno podia entregarse incansablemente sin temor a no hallar recompensa; y, desde luego, lo unico capaz de mejorar a aquellos a quienes les era revelado. No solo hacia a la gente mas apta para la amistad o mas civilizada (eso lo constatabamos), sino mejor, mas amable, sabia, simpatica, serena, activa, sensible. Si no fuera asi ?que merito tendria? ?Por que no dedicarse a chupetear helados de cucurucho? Ex hypothesi (como deberiamos de haber dicho), o ex vero, (como dijimos en realidad), cuando alguien comprende una obra de arte esta, de algun modo, superandose a si mismo. Nos parecia razonable que este proceso se pudiera observar.

Para ser francos, despues de unos cuantos miercoles en el museo nos sentiamos un poco como aquellos medicos dieciochescos que rastreaban minuciosamente los campos de batalla, para diseccionar cadaveres frescos en busca del habitaculo del alma. Algunos, incluso, creian lograr resultados positivos. Y se habia dado el caso de aquel doctor sueco que pesaba a sus pacientes terminales, con la cama del hospital y todo, justo antes y despues de la muerte. Veintiun gramos, aparentemente, conformaban la diferencia vital. No es que esperasemos cambios de peso en el museo, pero creiamos merecer algo. Tiene que ser posible notar algo. Y, a veces, se notaba. Pero en la mayoria de los casos nos descubriamos advirtiendo reacciones extrinsecas. Poseiamos ya un aburridisimo archivo de acopiadores de firmas, escarnecedores de escuelas, entusiastas de marcos, quejicas del color, inservibles de la restauracion, y acotadores apinados al azar. Habia que saberse la pose burlona de la mano en la barbilla; la actitud defensiva y masculina de las manos en las caderas; la posicion ojos-leyendo-folleto-informativo; la vista cansada que se hacia evidente en la sala numero XII, mas o menos, y que presagiaba un trote ligero en la XIV. A veces nos preguntabamos si nosotros mismos nos enterabamos de algo.

Eventualmente, y de mala gana, nos veiamos obligados a examinarnos el uno al otro. Lo haciamos en casa de Toni con una serie de condiciones que juzgabamos de laboratorio. Eso queria decir que, si se trataba de pintura, nos tapabamos los oidos; si de musica, nos vendabamos los ojos con un calcetin de rugby. Al sujeto del experimento se lo exponia durante cinco minutos, por ejemplo, a la Catedral de Rouen de Monet o al scherzo del Concierto para piano n.° 2, de Brahms. Despues, se consideraba su reaccion. Fruncia los labios como un catador de vinos y hacia una pausa para reflexionar. Habia que prescindir, sobre todo, de cualquier metodo de analisis que, por su forma y contenido, tuviera algo que ver con las pamplinas aprendidas en el colegio. Buscabamos algo mas sencillo, autentico, profundo y elemental. Algo asi como ?que has notado? y ?que cambios se producirian de continuar con la misma disposicion de animo?

Toni siempre respondia con los ojos cerrados, incluso despues de ver un cuadro. Fruncia la frente hasta juntar las cejas, dejaba fluir por la boca con extrema lentitud un «Mmmmmmmmmm» durante un rato, y luego soltaba:

– Tension en la piel, principalmente en brazos y piernas. Cosquilleo en los muslos. Optimismo general. Si, creo que era esto. Ganas de llenar el torax. Confianza en mi mismo. Pero sin presuncion. Mas bien una solida bienaventuranza. Por lo menos, como dispuesto a un epat amistoso.

Yo anotaba todo esto en nuestro libro capital, en la pagina de la derecha. En la izquierda ya estaba escrita la fuente de inspiracion: «Glinka, Ov. Reiner / Ruskan & Ludmilla / Orq. Sinf. Chicago / RCA Victrola; 9-12-63.»

Todo formaba parte de nuestro deseo de ayudar al mundo a entenderse a si mismo.

5. J'habite Metrolandia

– Desarraigado.

– Sans racines.

– ?Sans Racine?

?El camino abierto? ?El vagabundo espiritual?

?El manojo de ideas envuelto en un panuelo de lunares rojos?

– L'adieu supreme d'un mouchoir?

Toni y yo nos enorgulleciamos de no tener raices. Aspirabamos tambien a una condicion futura de desarraigo, y no veiamos contradiccion alguna entre los dos estados mentales; ni en el hecho de que ambos vivieramos con nuestros padres, que eran, precisamente, duenos absolutos de nuestros hogares respectivos.

Toni me llevaba ventaja en el asunto este del desarraigo. Sus padres eran judios polacos y, aunque no lo sabiamos con seguridad, dabamos por sentado que habian escapado del guetto de Varsovia en el ultimo momento. Esto le habia dado a Toni el deslumbrante apellido extranjero de Barbarowski, dos idiomas, tres culturas y (me habia asegurado) un sentido atavico de la angustia: mucha clase, en resumen. Fisicamente, ademas, parecia un exiliado: moreno, nariz bulbosa, labios gruesos, encantadoramente bajo, energico y peludo; hasta tenia que afeitarse todos los dias.

A pesar de la desventaja de ser ingles y no judio, yo intentaba explotar al maximo mi origen provinciano. Nuestra familia era escasa, pero lo bastante desapegada como para una justificada diaspora. Los Lloyds (bueno, los Lloyds de los que descendia mi padre al menos) provenian de Basingstoke y la familia de mi madre de Lincoln. Algunos de nuestros parientes permanecian incomunicados en distintas provincias, ocultandose durante las navidades y apareciendo, con mohina regularidad, en los funerales y, si se los presionaba, en las bodas. Aparte del tio Arthur, que vivia a una distancia que podia cubrirse perfectamente los domingos por la tarde, todos los demas eran inaccesibles. Cosa que me venia de perilla, pues podia dejar suponer que todos ellos eran rusticos pintorescos, artesanos grunones o excentricos homicidas. Todo su cometido se resumia en aparecer durante las navidades y desembolsar algo de dinero o, al menos, algo que fuese convertible en el.

Yo era moreno como Toni, pero algunos centimetros mas alto. No faltaria quien dijera que estaba demasiado delgado, pero preferia pensar que tenia la fuerza restallante de un joven brote. Yo esperaba que mi nariz aun creciera un poco mas. No tenia manchas en las mejillas, aunque, de vez en cuando, una indiferente avanzadilla de acne me invadia la frente. Lo mejor que tenia, creia yo, eran mis ojos: profundos, lobregos, llenos de secretos aprendidos y por aprender (al menos, asi era como yo los veia).

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