– ?Esto te molesta de alguna manera?

– Yo me encargo de quien haga falta -dijo Richard. Precisamente lo que queria oir Gravano. De hecho, a Richard ya le habian llegado rumores de aquel asunto. Muchos hombres del hampa estaban hablando de que iban a quitar de en medio a Paul Castellano, por su avaricia, por su empeno en que todos fueran a verlo todas las semanas, con lo que los federales tenian ocasion de hacer fotos de todos los capitanes; por no haber impedido que pusieran microfonos en su casa; por su relacion escandalosa con un ama de llaves colombiana mientras su esposa, hermana de Carlo Gambino, estaba en la misma casa.

La opinion extendida por lodo el mundillo de la Mafia era que aquello era una puta infamia.

– Se trata de Paul -dijo Gravano.

– Me lo habia figurado -dijo Richard.

– ?Te apuntas, entonces? -dijo Gravano.

– Desde luego -dijo Richard.

– Vale, de acuerdo. John se alegrara. No lo olvidaremos nunca, Rich, ya lo sabes

– Me alegro de oirlo.

– Habra una reunion… una cena, en Nueva York. La cosa se hara ahi, delante del local. En la calle. ?Te parece bien?

– Yo solo quiero dar gusto al cliente. ?Cuando?

– Pronto… de aqui a una semana. Tu te encargaras del guardaespaldas, Tommy Bilotti. El ira al volante, lleva mas de veinte anos con Paul. Paul ira en el asiento trasero. Tu no te preocupes de el, solo de Bilotti… ?Tu objetivo sera el! Otros tipos se encargaran de Paul.

– Bien.

– Sera un trabajo de equipo. Te voy a dar un gorro. Todos llevareis este mismo gorro. A cualquiera que se acerque al coche de Paul y no lleve este gorro, ?te lo cargas!

– Entendido -dijo Richard.

Gravano fue a su coche, abrio el maletero, saco una bolsa. Se la dio a Richard. Dentro habia un walkie-talkie y un gorro de piel al estilo ruso. Richard se probo el gorro. Le sentaba bien. Por otra parte, le daba el aspecto de medir dos metros diez.

– Usa algun arma de gran calibre… una 38, una 357, ?entendido? Y ponte gabardina; todos la llevaran. Ten cuidado: Bilotti es un tipo grande, pero es rapido.

– Ni me vera -dijo Richard, y Gravano lo creyo. La reputacion de Richard como asesino eficiente ya era legendaria.

– Lleva encima el walkie-talkie. Si algo marcha mal, te lo dire, ?de acuerdo?

– De acuerdo.

– Treinta mil para ti, ?vale? -dijo Gravano.

– Vale -dijo Richard; y la cosa quedo acordada.

Las pocas ocasiones en que las fuerzas del orden habian intentado seguir a Richard habian tenido que dejarlo por imposible. Por lo tanto, Richard podia moverse a voluntad sin que lo observaran. Si la Policia estatal y la ATF hubiera seguido a Richard aquella noche, lo habrian visto reunirse con Gravano, sin duda.

Phil Solimene seguia intentando animar a Richard a que se pasara por la tienda, pero el no acudia. Aseguraba que iba a ir, pero no aparecia. Ya saltaba a la vista que Richard no iba a la tienda porque se olia algo.

Richard tenia que volver a Europa, pero ahora se le habia presentado aquel asunto. En cierto modo extrano, esperaba con ilusion el momento de llevar a cabo el encargo: lo atraia el desafio, hasta el peligro evidente que representaba. No le gustaba Paul Castellano como persona, por su avaricia, por haber enganado a su esposa con un ama de llaves. Lo unico que lamentaba era que a el no le hubieran encargado mas que matar al guardaespaldas y no al propio Paul. Sabia que muy bien podian matarlo a el porque sabia demasiado; pero aquello no hacia mas que dar mas interes a la apuesta: en un sentido muy real, aquello era como un juego para el. Se estaba jugando la vida misma. El no va mas de la emocion, como dice el.

Richard ganaba por entonces mas dinero que nunca, pero no ahorraba nada, no compraba bienes inmobiliarios, ni acciones ni bonos. Lo que hacia con buena parte del dinero era perderlo en el juego. Habia recaido con desenfreno en su vieja adiccion al juego y perdia pequenas fortunas en diversos casinos de Atlantic City y en partidas fuertes de cartas organizadas por la Mafia en Hoboken. El pensaba que ya corria sus riesgos para ganarse aquel dinero, y no se sentia culpable. Entregaba a Barbara todo el dinero que necesitaba ella, y le parecia que tenia derecho a hacer lo que le diera la gana, por muy irresponsable que fuera lo que hacia. Richard no habia llegado a entender nunca como se administra el dinero. Aunque podria pensarse que habria sentado cabeza con la edad, lo cierto era que tiraba el dinero a manos llenas como si no existiera el dia de manana, como si no hubiera que preocuparse del porvenir.

Aquel fin de semana, Richard y Barbara fueron al restaurante Archer's, en Cliffside Park, para disfrutar de una cena fabulosa con vinos caros. Se encontraron por casualidad con Phil Solimene y su esposa, y tomaron el postre y el cafe con ellos. Barbara, con la aprobacion de Richard, los invito a ir a su casa para tomar unas copas, y ellos accedieron. En el cuarto de estar de los Kuklinski, mientras Barbara y la esposa de Phil estaban en la cocina, Phil volvio a preguntar a Richard por que no iba por la tienda.

– ?Hay algun problema, Grandullon?

– No. He estado ocupado.

– Si necesitas alguna cosa, ese tipo del que te he hablado, Dom, te puede conseguir de todo; cosas increibles, hasta bazookas, joder.

– Lo tendre en cuenta -dijo Richard, sin sospechar nada todavia. Al fin y al cabo, conocia a Phil de toda la vida, los dos habian realizado docenas de delitos juntos. ?Por que iba a sospechar nada de el? Como dijo Richard hace poco: Durante casi toda mi vida no habia tenido amigos. Phil era probablemente el unico tipo al que tuve por amigo. Lo apreciaba. Tambien Barbara lo apreciaba. Yo no tenia idea de que era un vil traidor.

Era verdad que Phil Solimene trabajaba para la Policia con el fin de tender una trampa a Richard, pero tambien es cierto que habia visto a Richard matar a Louis Masgay, y que este delito habria bastado para cazarlo. Pero Solimene no habia contado nunca aquello a Kane ni a Polifrone, temiendo que la Policia lo encerrara a el como complice. La velada termino con apretones de manos, abrazos y besos, y Solimene y su esposa se marcharon.

– Me caen bien -dijo Barbara.

– Si; a mi tambien. Una pareja muy agradable dijo Richard, sin tener idea del vendaval de justicia que estaba llevando Solimene a su puerta, y que ya empezaba a bramar y a cernerse en lontananza.

Era el 16 de diciembre de 1985, un dia que pasaria a los anales de la Mafia. Paul Castellano iba a asistir a una reunion, acordada con mucho tiempo, con Armand Dellacroce, para darle el pesame por la muerte del padre de Armand, Aniello Dellacroce. Si Paul hubiera tenido los ojos bien abiertos, si hubiera estado atento, en guardia, habria tomado las debidas precauciones. No era ningun secreto que John Gotti odiaba a Paul, que Gotti era extremadamente ambicioso. Las senales eran patentes, pero Paul Castellano no las veia; de hecho, estaba ciego ante ellas. Llevaba ya cosa de nueve anos dirigiendo la familia Gambino. A casi todos los miembros de la familia les parecia que aquello ya duraba demasiado.

El Asador de Sparks estaba en la calle Cuarenta y Dos Este, entre las avenidas Segunda y Tercera. Es una calle de mucho trafico. Se trataba de un restaurante caro, elegante, de los favoritos de Paul. En la mayoria de los escaparates habia decoraciones navidenas. En la esquina bulliciosa de la Segunda Avenida, un Papa Noel del Ejercito de Salvacion hacia sonar una campanilla y decia «ho, ho, ho». La Navidad estaba en el aire. Las calles estaban llenas de gente que iba de tiendas, de gente que volvia del trabajo o que iba a reunirse con amigos. Paul Castellano debia llegar a las cinco y media. Era un maniatico de la

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