heridas de arma blanca, descalabraduras, huesos rotos. Richard y sus amigos llamaron la atencion, cosa dificil en las duras poblaciones obreras de Hoboken y de Jersey City, llenas ambas de gente que llamaba la atencion por el mismo concepto. No paso mucho tiempo sin que los miembros de la familia del crimen organizado De Cavalcante se fijaran en la banda de los Rosas Nacientes.
Se llamaba Carmine Genovese; no era pariente del tristemente celebre Vito Genovese. Carmine era un «hombre hecho», un individuo astuto que metia los dedos, gordos como salchichas, en muchos platos apetitosos. Era bajito y redondo como una albondiga, con la cabeza grande y tambien redonda como una albondiga. De hecho, su mote era Albondiga. Carmine habia oido hablar muchas veces a lo largo de los anos de los Rosas Nacientes, habia oido decir que eran muy violentos, atrevidos e intrepidos, y que eran chicos de barrio que habian salido adelante penosamente, con ganas de prosperar. Una tarde los invito a su casa y los hizo sentarse en la cocina mientras el preparaba una salsa de carne para acompanar a la pasta. Con su acento de tipo duro, hablando por el lado izquierdo de la boca, les dijo:
– Oigo hablar de vosotros constantemente, y lo que oigo me parece bien. Tengo un encargo para vosotros. Si cumplis, me encargare de que se os pague bien.
Echo unos embutidos picantes a la cazuela de la salsa de carne. -Hay un tipo que vive en Lincoln Park. Aqui teneis su direccion y su foto. Da problemas. Piensa con el culo. Debe desaparecer. Si lo haceis bien, me encargare de que se os pague como es debido, capisce? Yo ya os lo he preparado todo… vosotros solo teneis que rematar la tarea. Tiene que desaparecer, ?entendido?
Dicho esto, entrego a Richard una foto en blanco y negro de un hombre que se subia a su coche, un Lincoln negro. Richard la paso a los demas. Todos la miraron. Richard sabia que aquella podia ser una oportunidad de oro para su equipo, que se les abria la puerta para ganarse buena fama entre el crimen organizado, lo que siempre habian deseado. Como cuatro de ellos no eran italianos, no podrian ser nunca «hombres hechos», ingresados en la Mafia, pero podrian convertirse en «contratistas independientes».
Todos sabian que la Mafia controlaba el comercio de Nueva York, que tenia completamente en un puno los sindicatos, los muelles, todos los vicios, los asaltos a camiones, los atracos, la usura y el asesinato.
Carmine anadio a la salsa de carne un monton de albondigas bien redondas.
– ?Os interesa el trabajo? -pregunto, mirandolos de reojo con sus ojos de reptil.
– Si, desde luego -dijo Richard.
– Bien. Esto tiene que pasar pronto, ?entendido? Si sale algo mal, me llamais. Aqui somos duenos de la Policia, ?vale?
– Vale -respondio Richard, mientras los otros asentian solemnemente con la cabeza.
– No os vayais todavia, chicos. Quedaos a comer conmigo – pidio Carmine, y al poco rato todos compartieron una comida sencilla, aunque abundante, de espaguetis con salsa de carne y ensalada con grandes aceitunas verdes sicilianas que habia adobado el mismo Carmine. Era uno de sus pasatiempos, segun les explico.
Cuando los Rosas Nacientes se despidieron de Carmine, fueron a un bar de Hoboken llamado La Ultima Ronda, cerca de los muelles. Se sentaron alli a debatir aquella oportunidad, todos nerviosos e inseguros salvo Richard. Una cosa eran las rinas en los bares, pero un asesinato a sangre fria era harina de otro costal. El peor del grupo era un tipo alto, robusto como un toro, llamado John Wheeler. Era boxeador aficionado del peso pesado, duro como una piedra. A pesar de su inquietud, dijo:
– Lo hare yo. Apretare el gatillo yo. Sin problemas.
Bien, de acuerdo, arreglado, dijo Richard.
– Vamos a hacer esto pronto y bien. Chicos, es una gran oportunidad para nosotros, ?vale? No vamos a cagarla.
Vale dijeron lodos. Entraron, apretados, en el coche de John, y fueron hasta Lincoln Park. Richard iba al volante. John llevaba el anna, un revolver del 32, muy poca cosa. Aquel era un buen barrio. Alli vivian los ricos. Los Rosas Nacientes habian robado en muchas casas de alli. Encontraron la casa: era una casa suntuosa, de madera, con aparatosas columnas y porticos y con un jardin hermoso y bien cuidado. Era al principio de la primavera, y el jardin ya estaba salpicado de flores jovenes. Aquello era bien distinto de los barrios donde se habian criado aquellos tipos; era eso que suele llamarse «la parte alta». Mientras estaban alli sentados, debatiendo como hacer el trabajo, la victima salio por la puerta principal como si los hubiera estado esperando, con toda la tranquilidad del mundo al parecer. Todos los miembros de la banda de los Rosas Nacientes estaban nerviosos, tenian un hormigueo en el estomago.
– Alli esta. Venga, John, hazlo -dijo Richard.
Pero John no se movio. Se quedo paralizado, palido. La victima se subio a su Lincoln de lujo y se puso en marcha.
– ?Que pasa? -pregunto Richard, molesto.
– No se, es que, es que… no se -dijo el duro y grandullon de Wheeler.
– Vale, sin problema, lo seguiremos, lo arreglaremos en su coche, en un semaforo -dijo Richard.
– Si… si, vale -dijo Wheeler. Richard puso el coche en marcha y todo el equipo de asesinos a sueldo improvisados se puso en camino.
Alcanzaron al Lincoln en un semaforo de la avenida West Side.
– Preparate -dijo Richard, deteniendo el coche suavemente junto al Lincoln. Pero a Wheeler le temblaban tanto las manos que ni siquiera era capaz de apuntar.
– ?Que pasa? -pregunto Richard; y los demas preguntaron lo mismo.
– No lo se, joder. No puedo.
El semaforo se puso verde. La victima arranco.
– Tenemos que hacer esto -dijo Richard-. Ya no nos queda otra opcion.
Siguieron a la victima hasta un bar de Hoboken, lo vieron instalarse ante la barra, pedir una copa y charlar con el barman.
– Lo hare yo -dijo Richard, y tomo el revolver de manos de Wheeler. Se quedaron sentados alli en silencio, meditabundos. No tardo en caer la noche. Empezo a llover. La victima salio del bar y se encamino hacia su Lincoln. Ahora parecia que se tambaleaba un poco al andar. No habia moros en la costa. Sin decir palabra, Richard se bajo del coche, se dirigio rapidamente al Lincoln, con pasos firmes y decididos, se aseguro de que no miraba nadie, acerco el revolver a la cabeza de la victima y tiro del gatillo, pum, un tiro en la sien izquierda, por encima de la oreja. Estaba hecho.
Richard volvio al coche, tranquilo, frio, en calma, se subio, y se pusieron en marcha. ?Caray! sentian todos los demas, aunque ninguno dijo nada. Todos miraban a Richard con un nuevo respeto.
Por fin, tras varias manzanas, el grandullon, el malo de Wheeler, dijo:
– Rich, tio, eres frio como el hielo.
– Fresco como una puta lechuga -dijo otro.
Aquellas alabanzas agradaban a Richard. No sentia remordimientos, ni emociones, ni la menor sensacion de culpabilidad. De hecho, no sentia nada. Habia matado a la victima con la misma tranquilidad con la que soltaba un eructo, sin darle vueltas en la cabeza despues.
Al dia siguiente, hacia mediodia, los Rosas Nacientes volvieron a la casa de Carmine. Richard llamo a la puerta. Carmine salio a abrir.