Si alguien hacia algo que lo ofendia, y el se callaba, era momento de poner tierra de por medio. Cuando se enfadaba, cuando los ojos se le llenaban de instinto asesino, emitia siempre una especie de leve chasquido por el lado izquierdo de la boca, un rasgo que lo acompanaria durante el resto de su vida.
Si iba a hacer dano a alguien, no se lo decia nunca. ?Para que darle a conocer tus intenciones?, dijo recientemente.
9
Mediados de febrero de 1956. Las temperaturas rondaban los diez bajo cero desde finales de enero. Unos vientos frios terribles bajaban por el rio Hudson desde el interior del Estado de Nueva York, y otros subian del Atlantico. El agua del rio estaba revuelta y agitada, llena de pedazos de hielo grandes, de bordes agudos, del color de dedos manchados de nicotina. Richard estaba en un bar llamado el Bar de Rosie, en Hoboken, jugando al billar de ocho bolas con un camionero grande, de hombros cuadrados, de calva reluciente y manos grandes como paletillas de jamon. En el local habia unas cuantas mesas de billar americano, una barra larga, algunas mesas y sillas destartaladas. Era un viernes por la noche. Habia mucha gente en el local, teniendo en cuenta el tiempo que hacia; el aire estaba cargado de humo de tabaco como una nube baja y espesa. En la maquina de discos sonaba musica country. Richard ganaba sin cesar. Parecia que acertaba todos los tiros. El camionero calvo se iba enfadando cada vez mas y empezo a hacer comentarios desagradables a sus dos amigos, que estaban en la barra intentando ligarse a unas chicas.
Richard, sin decir nada, seguia metiendo todas las bolas sin fallar un solo tiro. El camionero empezo a llamar a Richard «polaco».
– Eh, polaco, ?es que tienes una pata de conejo en el culo?
– Eh, polaco, ?cuando me vas a dejar tirar a mi?
– Eh, polaco, ?de donde has sacado ese puto traje de mariquita?
Richard dejo de jugar de pronto, se acerco en silencio al camionero y, sin decir palabra, le dio un golpe en la cabeza con el taco de billar, que salto hecho pedazos. El camionero cayo alli mismo. Sus amigos que estaban en la barra se quedaron en el sitio. Richard se dirigio hacia la puerta.
– Que te jodan -dijo por el camino. Pero cuando menos lo esperaba, el camionero se habia levantado y le tiraba punetazos rapidos y furiosos, combinaciones bien dirigidas, como un buen boxeador. Tenia una fuerza enorme y estaba aporreando a Richard. La pelea se traslado a una mesa de billar. El camionero consiguio dejar tendido a Richard sobre la mesa y empezo a asestarle punetazos. Richard pudo apoderarse de una bola de billar y golpeo con todas sus fuerzas al tipo en la cabeza calva. El camionero cayo otra vez.
Richard no queria seguir en aquella situacion, una pelea a vida o muerte en un bar por una verdadera tonteria. Salio del bar de Hoboken, se subio a un Chevrolet azul que tenia y se dirigio a Jersey City, resintiendose de sus heridas. El camionero calvo era el tipo mas duro y fuerte con el que se habia enfrentado en su vida, y todo por nada. Richard, pensando que debia aprender a controlar los impulsos que lo arrastraban a beber y a cometer homicidios, se disponia a pasar bajo un puente de ferrocarril entre las calles Quince y Dieciseis cuando un coche le corto el paso y le hizo detenerse con chirrido de frenos. El camionero salto del coche, furioso y con la cara enrojecida, seguido de sus amigos; llevaban trozos de caneria y se abalanzaban hacia Richard.
Richard tenia bajo el asiento un 38 de canon corto. Lo tomo rapidamente y, cuando el camionero llego hasta el, maldiciendo y levantando el trozo de caneria que llevaba, Richard le dio un tiro en plena frente. El camionero cayo, esta vez para no levantarse mas, con una fuente de sangre como un dedo que le manaba a borbotones del agujero que le habia salido de pronto en la cabeza, del tamano de una moneda de diez centavos. Richard se bajo del coche y mato a tiros a los otros dos. Las detonaciones eran ensordecedoras bajo el puente de ferrocarril. Richard, sacudiendo la cabeza con incredulidad, comprendio que tenia que hacer algo, y deprisa, si no queria ir a la carcel. Las ideas le acudian en tropel a la cabeza. Metio rapidamente los tres cadaveres en la parte trasera del coche del tipo calvo y lo llevo hasta la orilla del rio, fria y desolada, que estaba a pocas manzanas de alli. Recogio su propio coche, lo aparco junto al que contenia los cadaveres, metio los tres en el maletero y se puso en marcha, camino del condado de Bucks, en Pensilvania. Sabia que tenia que librarse de los cadaveres, que no podian encontrarlos nunca. Si los encontraban, seria evidente que los habia matado el. Penso en tirar el coche al rio sin mas, pero le preocupaba que lo localizaran y que encontraran los cadaveres, que relacionarian con el, naturalmente.
El ano anterior, Richard habia estado cazando ciervos en el condado de Bucks y habia encontrado unas cuevas interesantes en las que habia simas sin fondo. Habia tomado buena nota de la existencia de aquellos hoyos interminables, que podian ser un buen lugar para librarse de un cadaver, aunque no se habia imaginado que tendria que quitarse de encima tres de una vez. Richard tenia un sentido de la orientacion extraordinario y consiguio encontrar las cuevas sin gran dificultad. Llevo hasta alli los cadaveres, uno a uno, y los arrojo a una gran sima siniestra. Los oyo caer rebotando en las paredes de la sima, pero sin oir el golpe contra el fondo. Repitio el proceso una y otra vez, aprisa, jadeando y resoplando, entre las nubes de vapor que producia su aliento en el frio de febrero, arrojando sucesivamente cada cadaver, sorprendiendose de lo que pesaba un cuerpo cuando lo abandonaba la vida.
Peso muerto. Eso que dicen del peso muerto es verdad, explico.
Una vez rematada con exito la tarea, Richard se volvio en su coche a Jersey City, escuchando musica country, decidido a dejar de meterse en rinas de bar, en peleas por naderias. Pero eso no llego a suceder nunca. Si alguien, quien fuera, insultaba a Richard, le hablaba mal o le faltaba al respeto, Richard queria matarlo, y solia hacerlo. Era un tema recurrente que se repetia con frecuencia y tragicamente en la vida increiblemente violenta de Richard.
Cuando Richard llego a Jersey City, limpio cuidadosamente sus huellas del coche, quito las matriculas, lo llevo al borde de un muelle a orillas del Hudson donde el sabia que el agua era profunda, y lo echo al fondo del rio gelido, servicial y que sabia guardar un secreto. El coche desaparecio rapidamente. Si alguna vez encontraban el coche, sin ningun cadaver dentro, el no tendria ningun problema. El cielo seguia oscuro, pero ya apuntaba una aurora plomiza. El viento soplaba con fuerza. Richard camino hasta su coche y se volvio a su casa, orgulloso de su capacidad de reaccion, orgulloso de haber plantado cara al enemigo y de haber vencido.
Tenia la sensacion de que se habian llevado su merecido, y al final se alegraba de haberlos matado. Lo ultimo que penso antes de quedarse dormido, mientras silbaban los vientos de febrero que sacudian las ventanas, era eso: se han llevado su merecido.
Cosa extrana, a Richard ni siquiera lo interrogaron acerca de la desaparicion de los tres hombres. Al parecer, habia tenido una suerte increible. Los habia matado en una calle tranquila, desierta, con pocas casas proximas. Bien podia haber pasado un coche por ahi, pero no habia pasado ninguno. Aquella suerte seguiria a Richard durante muchos anos. Era casi como si velara por el algun arcangel oscuro, demoniaco, que lo mantenia a salvo… fuera de los radares de la Policia.
Corrio el rumor de que Richard habia terminado con los tres tipos, pero nadie se lo pregunto nunca, ningun policia lo interrogo, y desde luego que Richard no estaba dispuesto a contar a nadie lo que habia hecho. Era reservado en grado sumo, otro aspecto de su personalidad que le resultaria util durante muchos anos.
10