Carmine Genovese habia salido de la carcel y necesitaba que matasen a otro hombre, aunque esta vez dijo a Richard que la victima «tenia que sufrir», y que el cuerpo «tenia que desaparecer».
– Este tipo falto a la mujer de un amigo mio -explico Carmine-; le falto mucho al respeto. Asegurate de que sufre, ?entendido? Si lo haces bien, te pagare el doble… ?vale?
– Vale, de acuerdo -dijo Richard. No pregunto que habia hecho aquel hombre, por que tenia que sufrir. Aquello era irrelevante. No era asunto suyo.
Tambien en esta ocasion, Carmine entrego a Richard una fotografia de la victima y la direccion donde trabajaba, un establecimiento de venta de coches usados en el bulevar Raymond, en Newark. En la foto, la victima estaba en el establecimiento, de pie junto a una mujer que se le parecia un poco.
– Si haces esto como es debido, te pagare bien, capisce?
– Capisce -dijo Richard.
– A lo mejor podrias traerme un pedacito de el para que yo lo vea y pueda decir a mi amigo cuanto sufrio.
– ?Un pedacito de el? -repitio Richard, un poco confundido.
– Si, para que yo pueda contarselo a mi amigo.
– ?Como de grande el pedacito? -pregunto Richard.
– No muy grande… quiza su mano… unos dedos del pie, ?vale?
– Si… claro, vale -dijo Richard-. Sin problema. Lo que quiero es dejar contento al cliente.
– Bien -dijo Genovese. Se dieron la mano. El contrato estaba sellado.
Richard, contento de que Carmine le hubiera dado un nuevo «encargo», salio de casa de este con la mente absorta de pronto en la tarea que tenia por delante. Como revelaria mas tarde, aquella era la parte que mas le gustaba, el acecho de la victima. Richard comprendio inmediatamente la manera de hacerlo, y la espero con impaciencia. Estaba claro que Richard se habia convertido en un sadico psicotico que habia descubierto el modo de hacer dano a las personas y matarlas y que encima le pagaran por ello. Que buena era la vida.
El deposito de coches usados era amplio. Estaba adornado con banderines colgados a lo largo y a lo ancho, en todos los sentidos. Richard encontro enseguida a la victima. Era alto y delgado y solia versele recorriendo el deposito con clientes. Hasta salia con ellos a probar algun coche. Antes de hacer nada, Richard paso dos dias observando el lugar, se entero de cuando habia alli mas gente, de a que hora llegaba la victima y de cuando se marchaba. Cuando Richard tuvo en la cabeza un plan claro, aparco su coche a varias manzanas de distancia, en una calle tranquila de almacenes abandonados. Cuando aparecian menos clientes a ver coches usados era hacia las once de la manana, justo antes del almuerzo, y fue a esa hora cuando Richard entro en el deposito y se encamino directamente a la victima, con una sonrisa amistosa en la cara de pomulos marcados. Era a finales de marzo. El tiempo habia empezado a templarse. Richard llevaba una cazadora amplia. En un bolsillo llevaba una Derringer del 38, en el otro un rompecabezas, una especie de porra con una pieza de plomo macizo del tamano de un paquete de cigarrillos, forrada de cuero negro, con mango corto y delgado, ideal para dejar inconsciente a una persona de un solo golpe. Richard, sonriente, dijo a la victima que necesitaba enseguida un coche barato, que el suyo se lo habian robado y que le hacia falta un vehiculo para su trabajo.
– Que sea fiable -dijo-. No tengo mana con los motores, y no quiero quedarme tirado en alguna parte por la noche -explico, adoptando de pronto una expresion seria. Richard era, de hecho, un actor consumado. Tenia el don natural, adquirido sin duda en la calle, de mirar fijamente a los ojos a una persona mientras le mentia descaradamente.
– Tengo el coche perfecto para usted -dijo la victima, y lo condujo hasta un Ford de dos puertas. Richard lo inspecciono cuidadosamente, dio patadas a las ruedas.
– ?puedo salir a probarlo? -pregunto Richard.
– Claro -dijo la victima-. Voy a por las llaves.
Paso a la pequena oficina que estaba a la izquierda. Richard ya habia tendido la trampa; pronto la haria saltar. Subieron al coche. Se pusieron en marcha. Richard recorrio varias manzanas con el coche, comentando lo bien que se manejaba, y acto seguido se dirigio hacia su coche. La victima, absolutamente inconsciente de lo que estaba a punto de paar, seguramente iria calculando mentalmente la comision que se iba a llevar. Richard aparco junto a su propio coche y dijo que queria mirar el motor.
– ?Le importa? -pregunto educadamente, con una sonrisa.
– Claro, sin problema. No hay nada que ocultar. Esta limpio como los chorros del oro.
La victima estaba completamente metida en la situacion, y no tenia ni idea de que en el maletero del coche de Richard habia un hacha, una cuerda y una pala. Richard se bajo del Ford y abrio el capo. La victima lo i siguio, claro esta. Richard le senalo una cosa y, cuando la victima se acerco a mirar, Richard le golpeo con el rompecabezas en la sien. Cayo alli mismo, como una piedra. En cuestion de segundos, Richard lo metio en el maletero de su coche, lo amordazo con cinta adhesiva industrial, le ato los pies y las manos a la espalda. Tranquilo y sereno, Richard salio a la carretera de peaje y se dirigio al sur, a los pinares de Jersey, unos bosques desiertos que eran perfectos para lo que tenia pensado. Era el mismo lugar donde se habia quitado de encima a Charley Lane, el maton de la urbanizacion, hacia tantos anos. Richard ya tenia localizado un buen lugar, donde oculto su coche tras una densa cortina de pinos muy oportunos. Alli abrio el maletero, saco del coche al hombre aterrorizado y lo ato a uno de los arboles, de espaldas al arbol. Richard tomo un pedazo de cuerda, la metio a la fuerza en la boca de la victima y ato el otro extremo al aspero pino, de manera que la lengua de la victima le presionaba con fuerza la garganta, que se le contraia rapidamente. La victima lloraba, intentaba hablar, pedir, suplicar, pero no proferia mas que grunidos apagados, ininteligibles. Parecia que sabia por que le estaba pasando aquello, como si lo hubiera estado esperando en cierto modo. Richard le dijo entonces claramente que terna que sufrir antes de morir, y volvio a su coche y saco el hacha y la pala, disfrutando mucho con aquello.
Se aseguro de que la victima veia el hacha y la pala, de que entendia bien lo que significaban en las enormes manos de Richard. La victima se puso a chillar, intento liberarse, pero era imposible. Se orino en cima, cosa que Richard veria muchas veces en los anos venideros. Richard empezo entonces a destrozar los tobillos y las rodillas de la victima con el hacha. Despues le corto los dedos, de uno en uno. Richard retrocedio para apreciar el grado de dolor que estaba sufriendo la victima. Habia pensado llevar a Genovese los dedos en prueba de su sufrimiento, pero de pronto se le ocurrio una idea mejor, como dijo el…
Cuando Richard mato por fin a la victima, excavo un hoyo en el terreno cubierto de agujas de pino, arrojo al hoyo lo que quedaba de la desventurada victima, tomo la prueba que le habia pedido Genovese y se volvio a Hoboken, llevandola en una bolsa de plastico que se habia traido, y escuchando musica country por el camino.
Encontro a Genovese en su casa.
– ?Has hecho el trabajo? -le pregunto Genovese.
– Si, esta hecho -dijo Richard.
– ?Me has traido algo bueno? -le pregunto Genovese.
– Desde luego -dijo Richard, divertido, dejando la bolsa en la mesa de la cocina. Genovese miro en su interior con curiosidad y vio que contenia la cabeza de la victima. Una gran sonrisa lleno el rostro grande y redondo de Genovese.
– Que hijo de puta… precioso… lo has hecho bien, hijo de puta -dijo Genovese, comprendiendo que en aquel polaco gigante habia encontrado a un hombre poco comun-. ?Muy bien! Molto bravo… molto bravo! -anadio.
– ?Quieres que me deshaga de esto? -pregunto Richard.
– No… dejalo aqui. Quiero ensenarselo a mi amigo. ?Sufrio? -pregunto Genovese.