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SE llamaba Jim O'Brian. Era un irlandes grande, corpulento, de cara roja; habia sido capitan de Policia y procedia de Hoboken. Era mas corrupto que un cadaver; trabajaba en relacion estrecha con la familia De Cavalcante del crimen organizado. Hacia cualquier cosa por ganarse un dolar: traficar con mujeres, con drogas, vender articulos robados. Como casi todo el mundo de los circulos delictivos de Nueva Jersey, habia oido hablar de Richard Kuklinski, sabia lo fiable que era, que era el mejor cobrador de Jersey; sabia lo despiadado que podia ser cuando el trabajo exigia recurrir a la violencia. O'Brian abordo a Richard en un bar de Hoboken y le pregunto si estaria dispuesto a recogerle un maletin en Los Angeles.
– ?Te interesa? -le pregunto O'Brian.
– Claro, si la paga lo merece -dijo Richard. En general no le gustaban los polis, corruptos o por corromper. Tenia la impresion de que no se podia fiar uno de ellos, de que eran unos matones provistos de insignias y de pistolas; pero sabia que O'Brian trabajaba con la misma familia con la que trataba el.
– Solo te llevara un dia, y te pagare cinco de los grandes y todos los gastos.
– Claro; lo hare -dijo Richard; y a la manana siguiente estaba en un asiento de primera clase de un vuelo de American Airlines a I os Angeles. A Richard le gustaba mucho viajar en primera clase. Eso le hacia sentirse una persona de exito, que habia subido mucho en el mundo.
Conlemplo, divertido, a los demas viajeros que iban en el departamento. Sabia que todos eran gente honrada; se figuraba como se sorprenderian de enterarse a que se dedicaba el en realidad; de que solia matar a gente y le gustaba hacerlo. Las azafatas sonrientes le sirvieron un buen almuerzo y unas copas, y no tardo en quedarse dormido.
Richard tomo un taxi que lo llevo directamente del aeropuerto de Los Angeles a un hotel de lujo en el celebre Sunset Boulevard. Se registro con nombre falso, subio a su habitacion y, cuando estaba admirando la gran vista de Los Angeles que se dominaba desde la ventana, llamaron suavemente a la puerta. Abrio. Eran dos hombres, de lo mas poco de fiar por su aspecto que habia visto en su vida; uno parecia una rata, el otro una comadreja.
– ?Eres Rich? -le pregunto Cara de Rata.
– Soy yo. Pasen.
Entraron a la habitacion. Cara de Comadreja llevaba una maleta.
– ?Eso es para mi? -pregunto Richard, con bastante amabilidad, aunque sin fiarse para nada de ninguno de los dos.
– Si, es para ti -dijo Cara de Comadreja-. ?Tienes algun documento de identificacion?
– ?Y tu? ?Tienes algun documento de identificacion? -repuso Richard.
– No.
– Entonces, ?por que he de tenerlo yo? -pregunto Richard.
Se quedaron mirandose mutuamente. Transcurrieron unos momentos incomodos. Richard metio la mano en la chaqueta y saco una pistola de canon corto.
– Este es mi documento de identificacion -dijo-. Se llama 357. Y en este bolsillo tengo otro documento de identificacion. Se llama 38 -anadio, ensenandoles las dos pistolas con toda seriedad, mirandolos fijamente.
– Vale -dijo Cara de Rata; tomo la maleta negra de manos de Cara de Comadreja y se la entrego a Richard, y los dos se marcharon enseguida. Richard se alegro de perderlos de vista, y ni siquiera intento ver lo que habia en la maleta. No era asunto suyo. Su trabajo consistia en llevarselo a O'Brian, en Hoboken, sin problemas. Comio bien en el restaurante del hotel, le parecio ver a John Wayne acompanado de unas mujeres hermosas que llevaban vestidos muy cortos, y no tardo en volverse al aeropuerto de Los Angeles.
En aquellos tiempos no se controlaba el acceso de drogas ni de armas a los aviones, y Richard pudo embarcar sin que nadie le dijera nada ni le hiciera ninguna pregunta. Llego a Hoboken sin ningun incidente, entrego la maleta, le pagaron y, por lo que a Richard respectaba, el trato quedo cerrado.
Pero algunas semanas mas tarde se entero de que en aquella maleta habia un kilo de heroina. Se puso furioso. Si lo hubieran detenido con la maleta, habria ido a parar a la carcel, por mucho tiempo, sin duda. Se guardo su ira, pero cuando llego el momento adecuado se desquito de O'Brian: lo mato de un tiro en la cabeza y se libro del cadaver en South Jersey, no lejos del lugar donde habia enterrado el del vendedor de coches cuya cabeza habia llevado a Genovese; y nadie tuvo la menor idea de que O'Brian habia acabado mal por haber manipulado a Richard Kuklinski, por haber puesto a este en peligro sin haber tenido la cortesia de decirselo siquiera. Naturalmente, Richard no dijo una palabra de lo que habia hecho… ni siquiera a su protector y tutor, Carmine Genovese. Segun lo veia Richard, un poli corrupto se habia llevado su merecido, y el se alegraba de haberse encargado de ello.
A Richard le encargaron por entonces un trabajo poco corriente. Un jefe mafioso llamado Arthur De Gillio tenia que desaparecer. Estaba robando a su jefe, al jefe de la familia, y se emitio una condena de muerte. Carmine eligio a Richard para que hiciera el trabajo, lo hizo venir a su casa, lo invito a sentarse con solemnidad y le dijo:
– Este va a ser el encargo mas importante que te he dado en mi vida. Este tipo es un jefe. Tiene que morir. Te vas a encargar tu del trabajo. Este trabajo tiene un requisito especial. Debes quitarle las tapetas de credito, me entiendes, y cuando lo hayas matado, le metes las tarjetas de credito por el culo.
– Estas de broma -dijo Richard.
– No. Tiene que hacerse asi. Asi lo quiere el patron. Y antes de matarlo, haz que sufra y que se entere de por que muere y de lo que vas a hacerle -dijo Carmine, con la cara de albondiga muy seria.
– Estas de broma -repitio Richard.
– ?Tengo cara de estar de broma?
– No.
– ?Y bien?
– Vale, sin problemas -dijo Richard, pensando que esos italianos estaban todos locos, llenos de reglas y reglamentos extranos; pero no era tarea suya poner en tela de juicio las costumbres de la Mafia; su tarea era llevar a cabo las ordenes, y se acabo.
– Sera complicado… y peligroso. Siempre esta rodeado de guardaespaldas -dijo Genovese, y dio a Richard la direccion de la casa de la victima y de su oficina-. Si lo haces bien, ganaras muchos puntos, ?entendido?
– Entendido.
– No te precipites. Hazlo bien. Tomate el tiempo necesario. Asegurate de que no te reconoce nadie. Si te reconocieran, lo relacionarian conmigo, ?entiendes?
– Entiendo.
– Cargate a cualquiera que se te ponga por delante… sea quien sea.
– Vale -dijo Richard; y se marcho poco despues.
Sabia que aquel era un encargo muy importante, y se sentia muy honrado por haberlo recibido: iba subiendo en la vida. Aquello lo llevaria hasta la primera fila. Era como un actor