quien quiera.

– Si lo veo hablar con ella otra vez, esta despedido -dijo Goldfarb.

Aquello fue como una bofetada para Richard, que lo miraba con cara de sorpresa.

– Quedese el puto trabajo y metaselo por ese culo solemne -dijo Richard, haciendo ese suave chasquido por el lado izquierdo de la boca, con la cara enrojecida.

– Salga de esta empresa -dijo Goldfarb, poniendose de pie.

Si Goldfarb hubiera sabido que estaba hablando con un psicopata furioso con todas las de la ley, no cabe duda que no habria adoptado un tono tan agresivo. Richard mataba a gente por mucho menos.

– Me debe dinero -dijo Richard.

– Vuelva mas tarde y le daran su dinero. Fuera de aqui.

Richard le echo una mirada larga y penetrante.

– Volvere -dijo; y se marcho.

Richard habia pensado matar a Goldfarb aquella misma noche. Lo seguiria hasta su casa y lo mataria a golpes ante la misma puerta. ?Quien cono se habia creido que era? Nadie hablaba asi a Richard Kuklinski. Goldfarb habia firmado su propia sentencia de muerte sin saberlo.

Richard volvio a las cuatro de la tarde para cobrar su dinero. Mientras esperaba a que le prepararan el cheque, Barbara salio de su despacho para sacar una coca-cola de la maquina. Richard le dijo que lo habian despedido por hablar con ella.

– ?Como? -dijo ella, incapaz de creerse aquello, e incluso de comprenderlo.

– Me han despedido por hablar contigo -respondio el.

Barbara se sintio fatal. Ella sabia que el pobre hombre no habia hecho nada malo, ni siquiera la habia invitado a salir con ella.

– Lo siento mucho -le dijo-. Voy a hablar con el ahora mismo. Voy a hacer que te devuelvan el trabajo. Esto es injusto.

– No tiene importancia. Olvidalo. En todo caso, aqui no estaba a gusto.

– Vaya, me siento culpable.

– No te preocupes.

– Dice que me parezco mucho a su hija. Estoy seguro de que es por eso.

– Que se vaya al infierno… el muy cerdo.

– ?Quieres que nos tomemos un cafe mas tarde? -dijo Barbara, que queria ser amable con Richard porque lo habian despedido por hablar con ella, porque habia perdido su medio de vida por su culpa, segun creia ella.

– Si, claro; me gustaria -dijo el.

– Vuelve a las cinco. Te espero fuera, ?vale?

– Vale -dijo, apreciando que Barbara hubiera estado dispuesta a dar la cara por el, que quisiera esperarlo a la puerta misma de la empresa. Recogio su cheque y se marcho.

Si Barbara hubiera sabido quien era en realidad Richard, que era un verdadero lobo con piel de cordero, no cabe duda que se habria echado a correr huyendo de el, que no habria querido tener nada que ver con el. Pero lo que sucedio fue que se arreglo despues del trabajo, se peino, se puso un poco de maquillaje y salio a esperar a Richard a la puerta de la empresa de transportes Swiftline.

El peor error de mi vida, diria anos mas tarde, sacudiendo todavia la cabeza con incredulidad. Debi haber puesto pies en polvorosa; pero, en vez de ello, sali a la puerta como un cordero al matadero.

Richard era alto y excepcionalmente apuesto, timido y respetuoso, pero no era el tipo de Barbara, y era demasiado mayor para ella; pero, a pesar de todo, aquel dia ventoso de otono se fueron a tomar cafe, tuvieron una conversacion agradable. El le abria las puertas, era educado hasta la exageracion, incluso se pasaba de caballeroso. Barbara creyo (equivocadamente) que podia controlarlo con facilidad, cosa que no le gusto. A ella le gustaban los hombres fuertes, los hombres que tomaban el mando de la situacion. Pero, en cualquier caso, despues de haber tomado cafe, el se ocupo de que llegara a su casa a salvo. Se empeno en llevarla. La llevo hasta la casa donde vivia ella con su madre y su abuela. La tia Sadie los habia dejado, ahora vivia ahi cerca con su marido, Harry. Richard pregunto a Barbara si le apeteceria ir a ver una pelicula.

– Claro, de acuerdo -dijo ella, con la inocencia y los ojos de pasmo de una cervatilla sorprendida de pronto por los faros de un coche que se le echa encima a toda velocidad. De un coche que venia del infierno y que llevaba al volante al mismo diablo.

16

Posesion

Aquel sabado Richard se presento por la tarde en casa de la Nana Carmella. Saludo a la madre y a la abuela de Barbara sintiendose timido e incomodo. Lo consideraron bastante agradable, no cabia duda que era alto y apuesto, pero era demasiado mayor para Barbara, y no era italiano. Fueron al cine alli cerca, en North Bergen, vieron Godzilla y varios dibujos animados, uno de ellos de Casper, el fantasma simpatico. Barbara dijo de pasada a Richard que le gustaba Casper. Despues de la pelicula fueron a tomarse unas pizzas y se sentaron a hablar. Barbara seguia sintiendose culpable porque Richard habia perdido su trabajo por su causa.

– No te preocupes -le dijo el, y lo decia en serio.

Richard estaba absolutamente impresionado con Barbara. Le parecia que era toda una senorita, educada, bien hablada y muy divertida. Siempre estaba haciendo bromas que hacian reir a Richard, cosa bien dificil. Barbara no tenia ninguna intencion de tener un romance con Richard. Si que le parecia que era muy atractivo, que tenia una sonrisa encantadora, unos ojos interesantes de color de miel. Pero estaba casado, tenia hijos… y era demasiado mayor para ella, no era su tipo.

El le dijo que, en realidad, su matrimonio iba muy mal; que no veia casi nunca a su mujer ni a sus hijos; que se iba a divorciar: en esencia, todo aquello era verdad, y Barbara se lo creyo, le tomo la palabra. ?Por que no iba a creerlo? Richard no tenia ningun motivo para mentir. Ademas, Barbara no habia conocido nunca las mentiras ni los enganos en su corta vida. Eran cosa ajena a ella. Cuando salieron de la pizzeria, Richard no olvido abrirle la puerta y se apresuro a abrirle tambien la portezuela del coche, un Chevrolet viejo. Cuando llegaron ante la casa de la Nana Carmella, no intento darle un beso de despedida, era demasiado timido para eso. Ella le dio las gracias por la velada y entro en la casa, sin saber si volveria a verlo.

En el camino de vuelta a Jersey City, Richard no podia dejar de pensar en Barbara, en su sonrisa, en sus ojos encantadores, en el contraste de su cabello oscuro con su piel clara. Era como si lo hubieran hechizado, como si Cupido le hubiera clavado una flecha, una flecha especialmente puntiaguda. Richard solo habia conocido hasta entonces «mujeres de bar». Mujeres de vida airada, putas y perdidas, como las consideraba el. Tambien habia conocido a muchas mujeres casadas que follaban como conejas en celo cuando no estaban sus maridos, dice el.

Richard habia llegado a considerar que la mayoria de las mujeres (incluida su propia madre, desde luego) eran unas putas. No olvidaria jamas la imagen de su madre tirandose al vecino de al lado, un tipo desalinado que tenia tres hijos, en plena tarde. Aquella imagen de su madre desnuda con las piernas muy abiertas, con los pies en todo lo alto, la tenia grabada a fuego en su mente extrana.

Pero Barbara no; ella era distinta; era buena e inocente, pura como la

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