nieve recien caida. Llego a la conclusion de que la queria. Estaba dispuesto a revolver cielo y tierra para conseguirla. Pero ?como? se preguntaba. ?Como conseguir que ella se prendara de el? No tenia gran cosa que ofrecerle. He aqui el dilema. Pero queria tenerla, poseerla, hacerla suya.

Pero ?como?

Aquella noche, en cuanto Barbara entro en su casa, su madre empezo a ponerle pegas a Richard: era demasiado mayor para ella; vivia en Jersey City; parecia un hombre tosco; no era italiano. Este ultimo era el mayor de sus pecados. La Nana Carmella no tenia nada que decir. Si a Barbara le gustaba, a ella le parecia bien. Pero la tia Sadie si que tuvo mucho que decir. Contrato a un detective privado para que le diera informes de aquel tal Richard Kuklinski, de Jersey City.

Era el domingo por la manana, hacia un dia muy frio para estar en otono. A Barbara le gustaba quedarse hasta tarde en la cama los domingos. Seguia dormida del todo cuando su madre la sacudio para despertarla, con cierta premura.

– Ese hombre con quien saliste anoche esta aqui -dijo, evidentemente nada contenta.

– ?Aqui? ?Donde?

– ?Abajo!

– ?Richard? -Si.

Barbara, sorprendida hasta la consternacion, salio de la cama, se arreglo y bajo. Se encontro a Richard sentado en el cuarto de estar. Se levanto de un salto en cuanto la vio. Llevaba en la mano izquierda un gran ramo de flores, y en la derecha un muneco de peluche blanco: Casper, el fantasma simpatico.

Barbara, sin habla, aunque conmovida, se quedo inmovil, con la boca entreabierta. Ningun chico le habia dedicado nunca tales atenciones. ?A que venia todo aquello?

– Lamento mucho haberte despertado -dijo el-. No pretendia…

– No… no tiene importancia. Es todo un detalle -dijo, tomando las flores y el muneco de Casper mientras sonreia educadamente.

Richard no habia cortejado a una chica en su vida y no tenia idea de como se hacia, de lo que estaba bien hecho y de lo estaba mal. Barbara le ofrecio cafe y puso las hermosas rosas en un jarron. Tambien era la primera vez: ningun chico le habia regalado flores nunca.

A Genevieve le saltaba a la vista que aquel tipo polaco de Jersey City, que, como era bien sabido, era un sitio indeseable lleno de malhechores, andaba detras de su hija… de su unica hija; y aquello no le gustaba. Su hija era una buena chica, virgen… ?como se atrevia aquel tipo a aparecer un domingo por la manana, temprano, con flores y con ojos de enamorado? Genevieve creia que un hombre crecido como era el solo buscaba una cosa, el sexo, y eso no lo iba a conseguir de su hija, de su Barbara.

Genevieve trataba a Richard con frialdad e indiferencia, y Barbara comprendio que era mejor sacarlo de la casa, apartarlo de su madre, lo antes posible. Se ducho y se vistio, y Richard y ella salieron. Fueron a la plaza Journal, de Jersey City, una de las principales zonas comerciales, llena de bonitos cines con fachadas modernistas, el Loews y el Stanley, y de muchas tiendas agradables. Almorzaron en un restaurante italiano llamado Guido y se pasearon por las anchas calles mirando los escaparates y charlando.

Richard se sentia muy cercano a Barbara, como si la conociera de mucho tiempo. Por algun motivo inexplicable… confiaba en ella. Aquel dia hasta hablaron de sexo, y Barbara le dijo que era virgen y que se sentia orgullosa de ello. Aquello dejo a Richard verdaderamente estupefacto. ?Como era posible que una chica tan atractiva, tan sexi y tan deseable, fuera todavia virgen? Penso que aquello no tema sentido, y se lo dijo.

– Bueno, pues lo soy -dijo ella con firmeza, molesta porque el habia dudado de su palabra; pero en realidad si que la habia creido, y aquello le hizo quererla todavia mas. Estaba mas seguro que nunca de que era verdaderamente una buena chica, una persona en la que podria confiar. Vieron otra pelicula, Exodo, de Otto Preminger, y Richard volvio a llevar a Barbara a su casa. Esta vez intento darle un beso de despedida, pero ella no se lo consintio. Tampoco lo invito a pasar a la casa, pues queria mantenerlo apartado de su madre.

Aquel lunes, cuando Barbara salio del trabajo, Richard la estaba esperando en la puerta, y le traia flores otra vez.

Esto la pillo desprevenida, la dejo… algo intranquila. No habian quedado, pero ahi estaba el, empenado en llevarla a su casa; y, naturalmente, ella tuvo que subirse a su coche; al fin y al cabo, el solo pretendia ser amable. ?Como iba a negarse? Habia quedado con una amiga para ir juntas a la tienda de discos, pero ahora tendria que dejarlo.

Barbara explico hace poco: Si yo hubiera tenido algo de sentido comun, habria visto entonces el aviso del cielo y habria puesto fin a aquello. Pero no habia conocido nunca a nadie como Richard… tan… tan atento, y no tenia ningun punto de referencia, en realidad.

Barbara fue con Richard a la tienda de discos de North Bergen, y el se empeno en comprarle los discos que queria. Ella quiso pagar, pero el no se lo consintio.

– Deja, quiero pagar yo -le dijo el.

Cuando la llevo a su casa, la Nana Carmella los vio y lo invito a pasar y a cenar con ellas. Barbara tuvo que aceptarlo, aunque tenia la sensacion de que se le estaba imponiendo la presencia de Richard. Genevieve se pasaba el dia trabajando y no tenia verdadera aficion a la cocina, pero la abuela Carmella era una gran cocinera y les sirvio una berenjena a la palmesana, nada extraordinario, pero Richard manifesto con entusiasmo lo mucho que le gustaba.

A Genevieve no le encantaba precisamente que estuviera alli… sabia lo que andaba buscando; pero lo toleraba y lo trato con relativa cortesia. Despues de cenar tomaron unos pasteles que habia hecho la Nana Carmella, se sentaron en el cuarto de estar y vieron el programa de Sid Caesar; todos salvo Genevieve se reian con ganas. Aunque Richard era timido y no sabia como comportarse, sentia una extrana tranquilidad, se sentia como en casa. Nunca en su vida habia tratado con una familia que no fuera gravemente disfuncional, y admiraba el calor de hogar que habia en casa de Barbara. Queria tener el eso mismo. Nada le impediria tener a Barbara… tener su propia familia con Barbara.

Llego a considerar a Barbara como un medio valioso para alcanzar un fin; estaba seguro de que ella podria ensenarle una cara de la vida de la que el no sabia nada. Tambien estaba seguro de que podria conocer el amor verdadero si hacia suya a Barbara. No es que viera en ella a una mujer inteligente e independiente; la veia, mas bien, como una posesion en potencia, como una cosa que podia adquirir, poseer y controlar, como un trofeo que se cuelga en la chimenea. Como un trofeo valioso que todos admirarian.

Externamente, Richard era el perfecto caballero, de palabra suave, educadisimo… por dentro se agitaba como un volcan, estaba decidido a tener y a poseer a Barbara Pedrici, costara lo que costara. Su esposa, Linda, estaba olvidada. Era cosa del pasado.

Todos los dias, cuando Barbara salia del trabajo, Richard estaba alli. Ella se acostumbro enseguida a su presencia, de tal modo que llego a darla por supuesta, a aceptarla; no le decia que tenia otros planes; no le decia que queria ir de tiendas con sus amigas, salir y hablar con las chicas y pasarlo bien con ellas. No queria herir sus sentimientos. En realidad, Richard ni siquiera le daba ocasion de protestar; se limitaba a estar siempre alli, con esa cara guapa suya y esos ojos intensos de forma de almendra, con flores, con su sonrisa timida y solitaria, con sus modales educados. ?Como iba a decirle ella que no? ?Como iba a resistirsele? De hecho, empezo a apreciar su atencion constante. Al fin y al cabo, era un hombre de mas edad, atractivo, que evidentemente estaba loco por ella, y ella se sentia… bueno, se sentia halagada. Aquellas atenciones y aquella admiracion le alimentaban el orgullo; ninguna amiga suya tenia un tipo mayor, muy guapo, que estuviera a su servicio, siempre ahi, abriendole las puertas, educado, un caballero atento y considerado que pretendia agradar.

Poco a poco, Barbara iba apreciando mas a Richard. Su labor de

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