Estaba radiante alli sentado, comiendo y sonriendo, y es posible que, por primera vez en su vida, Richard se sintiera verdaderamente contento de estar vivo. Richard se sentia… querido. Estaba tan conmovido, tan impresionado, que salio al patio cubierto de atras y se echo a llorar, cubriendose la cara con las manos. Barbara se lo encontro asi y lo abrazo con fuerza, pensando que no era mas que un nino grande.
Si ella supiera…
Cuando pasaron las fiestas y llego el nuevo ano, Richard y Barbara se siguieron viendo cada vez mas. Pero Barbara empezaba a sentirse ahogada, acorralada. Richard siempre estaba alli. Mirara para donde mirara, siempre lo encontraba alli, esperandola, abriendole las puertas, exigiendole toda su atencion. Le impedia ver a sus amigas, ni mucho menos salir con algun otro hombre, y ella se sentia encerrada. Habia llegado a querer mucho a Richard, pero queria un respiro, ir a tomarse unos refrescos, y de tiendas y charlar largo y tendido con sus amigas. Decidio decirselo. Tenia derecho. Con solo diecinueve anos, ya no podia hacer nada por su cuenta. Penso cual seria la manera mejor de hacerlo, le dio vueltas en la cabeza. No pidio consejo a ninguna amiga ni a nadie de su familia, pues no queria que nadie se enterara de lo acorralada que se sentia.
Mientras tanto, Richard decidio llevarla a su local favorito de Hoboken, el Ringside Inn de Sylvia. Richard habia hablado de Barbara a Sylvia, le habia contado lo bien que lo habian pasado en las fiestas, el banquete que habian comido. Barbara no tenia muchas ganas de ir al Ringside Inn. Era una parte de la vida de Richard con la que no queria tener nada que ver. Pero con lo amable que era, accedio a ir, y Richard presento con orgullo a Barbara a todos los presentes y a Sylvia. Sylvia estuvo francamente grosera, hasta hostil. Le parecia que Richard habia dejado de ir por alli por culpa de Barbara. Las partidas de billar americano de Richard atraian a la gente. Ella ganaba dinero gracias a el. Sylvia estaba resentida con Barbara, y se lo dijo abiertamente. El sentimiento era mutuo: a Barbara le parecio que Sylvia era la persona mas grosera y mas fea que habia visto en su vida, y se lo dijo a Richard.
– No me gusta estar aqui -le dijo-. Esta sucio; huele mal. No me gusta la gente… ?No me gusta esa tal Sylvia! Dios, que cara; podria parar un reloj con solo mirarlo, podria parar el Big Ben. Quiero marcharme, Richard.
Richard no podia entender ni por lo mas remoto la mala impresion que se habia llevado Barbara, ni por que estaba Sylvia tan antipatica, y los dos se marcharon.
– No quiero volver alli nunca mas -dijo Barbara-, y la verdad es que tampoco entiendo por que tienes que volver tu. Ese sitio es indigno de ti, Richard.
– Vale; supongo que habra sido mala idea traerte -dijo Richard. No volvieron nunca alli en pareja, y al poco tiempo Richard dejo de aparecer por alli.
Dias mas tarde, Barbara hizo acopio por fin del valor necesario para decir a Richard lo que sentia. Habia ido a recogerla al trabajo. Cuando se subio al coche, seguia sin tener idea de lo peligroso que era Richard, de que llevaba siempre pistola y cuchillo. Pero no tardaria en enterarse.
– Richard, tengo que hablar contigo -empezo a decirle.
– Di me -respondio el, percibiendo que iba a oir algo que no le iba a gustar.
– Mira, Richard, yo te quiero mucho. Lo sabes. Es que… bueno, me siento atrapada. Mire para donde mire, te tengo alli. Quiero algo de espacio; quiero salir con mis amigos. Quiero salir los sabados con mis amigas, como hacia antes.
Siguio explicandole con voz amable y considerada, calida y sincera, por que necesitaba algo de espacio. Era muy joven, y, segun le dijo, no queria «un compromiso tan serio».
Le dijo que quiza le gustaria, incluso… ya sabes, salir con otros chicos.
Las palabras de Barbara cortaron a Richard como si fueran cristales rotos. Le hicieron dano. Le sacaron sangre. Cuando la oia hablar, llego a palidecer, y torcio los labios hacia la izquierda. Barbara no le vio bajar la mano y sacar el cuchillo de caza, afilado como una navaja de afeitar, que llevaba siempre atado al muslo, y mientras ella hablaba, el extendio el brazo y se lo puso a la espalda. Richard la miraba y sonreia mientras ella seguia disertando sobre la libertad, y el espacio, y lo joven que era. Levanto la mano y le dio un pinchazo con el cuchillo en la espalda, bajo el hombro izquierdo.
– ? Ay! -dijo ella-. ?Que ha sido eso?
Entonces, vio el cuchillo reluciente que tenia el en la mano.
– ?Dios mio, me has clavado un cuchillo! ?Por que?
Al ver la sangre, los ojos se le llenaron de susto y de consternacion.
– ?Por que? A modo de advertencia -dijo el, con voz de una tranquilidad desconcertante-. Eres mia… ?entiendes? No vas a verte con nadie mas, ?entiendes? ?Haras lo que yo diga!
– La verdad, esto es…
– Escucha, Barbara: si no puedo tenerte yo, no podra tenerte nadie. ?Entendido?
– Eso es lo que te has creido tu. ?Quien demonios te crees que eres? ?Como has podido clavarme un cuchillo de esa manera? ?De donde ha salido este cuchillo? -estaba atonita-. Se lo dire a mi familia. Se lo…
– No me digas -dijo el, con una voz tranquila, helada, con una voz que ella no le habia oido nunca, impersonal, inhumana-. Dime que te parece: ?que te parece si mato a toda ta familia, a ta madre y a tas primos y al tio Armond. ?Que te parece? -le pregunto.
Barbara, ya muy enfadada, se puso a gritarle, a insultarlo. El la agarro de la garganta y se la apreto hasta dejarla inconsciente. Cuando volvio en si, Richard iba conduciendo como si no hubiera pasado nada, tranquilo, fresco, dueno de si mismo… como si se dirigieran al cine.
– Llevame a casa -dijo Barbara, procurando no ser demasiado agresiva. Evidentemente, la agresividad no daba resultado. Ya veia en el a un hombre muy peligroso, un loco, un psicotico, no se fiaba de el, le tenia un miedo mortal. Tenia que apartarse de el. Pero ?como? Cuando llegaron a su casa, Richard volvio a advertirle que mataria «a cualquier persona que signifique algo para ti… ?entiendes?».
– Si; entiendo -dijo ella, mientras la mente le daba vueltas al hacerse cargo del terrible sentido de sus palabras. Mareada, con nauseas, se bajo del coche y entro en su casa caminando despacio. El se alejo en el coche.
Aquel dia, la vida de Barbara dio un vuelco irreversible. De hecho, su vida estaba a punto de convertirse en una larga serie de pesadillas, de horrores, y nadie podia hacer nada por ella.
Ni su familia.
Ni la Policia.
Ni el propio Jesucristo.
Richard estaba indignado. ?Como podia Barbara querer dejar de verlo, sentirse acorralada por el? Siempre habia sido amable y delicado con ella. ?Que habia hecho mal? ?Que podia hacer para volver a ganarsela? La mente le daba vueltas como un tiovivo descontrolado. Se sentia mareado; el corazon le palpitaba con fuerza. Decidio que, si lo abandonaba, la mataria y la enterraria en South Jersey. Estando muerta, no podria hacerle dano. La solucion, para el, era el asesinato, como siempre.
Al dia siguiente, cuando Barbara salio del trabajo, Richard la estaba esperando en la puerta. Tenia flores para ella, un osito de peluche muy mono, buenas palabras en abundancia. Le dijo cuanto lo sentia; que el problema era que la queria demasiado.
– Barbara, nunca habia sentido esto con nadie. La idea de perderte… es que me vuelve, sabes… me vuelve loco. Lo siento.
– ?Y las amenazas?
– Sencillamente, no puedo perderte. No… no podria aguantarlo -le