y no la usaste… tienes huevos.
– Roy, no quiero pelearme contigo, quiero que ganemos dinero juntos. Es lo unico que me interesa: ganar dinero, hacer negocios.
– Me he enterado de que tienes contactos en todas partes. Podremos hacer cosas juntos. No me falles, y ganaras dinero… mucho dinero.
– Me parece bien.
– Vamos a sellarlo con un apreton de manos.
Y los dos asesinos se dieron la mano, con leves muecas burlonas en el rostro.
– Me han dicho que tu mujer es italiana. Ven a darte un paseo conmigo -le ofrecio Roy. Subieron a su coche y fueron a una tienda de comida italiana que estaba a pocas manzanas de alli.
– Adelante -dijo Roy.
Entraron en la tienda. Era un local con serrin en el suelo y con salamis y provolones gigantes colgados del techo. Roy escogio carnes de
todo tipo, embutidos italianos dulces y quesos gigantes de todas clases, asi como un bloque de mozarela del tamano de una cabeza, conservado en agua.
– Aqui hacen mozarela fresca varias veces al dia -dijo a Richard. Roy lo pago todo (ciento cincuenta dolares) y entrego a Richard cuatro grandes bolsas.
– Lleva esto a tu casa, a tu mujer. Seguro que le gusta. Llamame dentro de un par de dias, y haremos negocios, ?vale? Yo tengo algunos negocios propios, y estoy dispuesto a financiarte todo lo que quieras.
– Vale -dijo Richard, verdaderamente impresionado por aquella faceta de generosidad de Roy DeMeo, poco frecuente en el.
– Gracias, Roy -anadio; y la cosa quedo arreglada.
27
La madre de Richard, Anna McNally, tenia una enfermedad terminal. Se estaba muriendo de un cancer de higado. Cuando Roberta, la hermana de Richard, llamo a este para anunciarle la muerte inminente de su madre, este ni siquiera queria ir a verla. Por fin tiene lo que se merece, penso. Pero Barbara lo convencio de que debia ir a ver a su madre por ultima vez, y fueron los dos. Barbara no apreciaba a Anna; sabia que habia sido una mala madre con Richard. Pero, a pesar de todo, era su madre, y a Barbara le parecia que debia verla por ultima vez antes de morir. Era lo correcto.
Con el paso de los anos, Richard habia llegado a aborrecer mas y mas a su madre. La culpaba practicamente de todo: de haberse casado con Stanley; de haber tenido hijos con Stanley; del modo despiadado en que Stanley habia pegado a Florian hasta matarlo; de como le habia pegado Stanley a el mismo.
Pero cuando llegaron al hospital, Anna ni siquiera dio muestras de advertir su presencia. Estaba vuelta hacia la pared, con un rosario de cuentas azules en la mano, y repetia una y otra vez: «Perdoname mis pecados, padre», sin cesar, como si fuera un mantra tibetano. Richard le hablo. Intento despedirse de ella. Pero ella ni siquiera quiso mirarlo. Parecia que ya estuviera muerta pero que su cuerpo no se habia enterado. Se habia quedado encogida, hasta reducirse a un simple despojo de la mujer robusta y atractiva que habia sido. La vida habia sido cruel con Anna McNally, una lucha constante y amarga, llena de pesares, de trabajo duro, de dolor, de sufrimientos y de privaciones. Para Anna, la muerte seria una bendicion, mejor sin duda que la vida que habia tenido, y la recibia con los brazos abiertos.
Murio, en efecto, aquella misma noche. Richard acudio al velatorio de mala gana, solo porque Barbara lo convencio de que debia ir. No lloro. No dio ninguna muestra de emocion.
Tambien asistio al velatorio Stanley Kuklinski, y Richard ni siquiera lo saludo. Bastante tuvo con contenerse para no agarrar a Stanley del cuello delante de todo el mundo y estrangular alli mismo a aquel hijo de perra frio y despiadado. Se contuvo haciendo un gran esfuerzo. Barbara se daba cuenta de lo mucho que lo alteraba ver a su padre: torcia los labios, se ponia colorado. Alli sentado junto a Barbara, Richard solo era capaz de pensar en matar a Stanley. Le pasaban por la cabeza imagenes vividas en blanco y negro de lo que le habia hecho Stanley, como si fuera una pelicula antigua en camara lenta. Richard tuvo que contenerse mucho para no sacar a su padre a la calle, llevarlo a su coche, matarlo y arrojar el cadaver al pozo de una mina en Pensilvania. Dijo a Barbara que queria marcharse. Cuando volvian a su casa, en el coche, ella le pregunto:
– ?Estas bien, Richard?
– Estoy bien -dijo el-. Es que… cuando veo a Stanley me vuelve todo. A ese hombre no le deberian haber permitido nunca tener hijos.
No dijo mas. No queria que Barbara se enterara de la verdad, de lo que le habia hecho Stanley en realidad, de que habia asesinado a Florian.
28
DeMeo cumplio su palabra y entrego a Richard, en deposito, toda la pornografia que este le pedia. Richard se compro una furgoneta con la que iba a Brooklyn y recogia las cajas de pornografia que producia Roy, cien peliculas por caja. Por entonces, Richard ya tenia muchos contactos en el negocio de la pornografia en todo el pais. Distribuia pornografia, tanto la suya propia como la de DeMeo, a mayoristas de todas partes, y el negocio iba viento en popa. Por primera vez en su vida, Richard estaba ganando un buen dinero con regularidad.
Richard procuraba pagar escrupulosamente a Roy todo lo que le debia y en los plazos acordados. Roy empezo a apreciar a Richard. Admiraba su temeridad, el hecho de que hubiera aguantado la paliza «como un hombre»: asi se lo decia a los de su cuadrilla. Que Richard tuviera una pistola y no la hubiera usado; que se hubiera presentado en el Gemini el solo. Sabia que para hacer aquello habia que tener huevos.
Pero a los de la cuadrilla de DeMeo no les gustaba Richard. Lo consideraban estirado y poco amistoso (y lo era), y, ademas, no era italiano. Era polaco. Se burlaban de Richard a sus espaldas, se contaban chistes tontos de polacos a costa de Richard. Este advertia la hostilidad, las miradas frias, los gestos de desprecio, pero no le importaba. Supuso que estarian celosos de su relacion con Roy, y tenia razon.
Con el transcurso de los meses, la «amistad» entre Roy y Richard se fue estrechando. Roy ya se habia enterado de que Richard habia realizado asesinatos, bien y con discrecion, por encargo de la familia De Cavalcante, y un dia que Richard se paso por el Gemini para hacer un pago, Roy lo invito a sentarse en la trastienda.
– Me han dicho que eres frio como el hielo y capaz de hacer trabajos especiales -le dijo Roy-. ?Es verdad?
– Claro, sin problema.
– Yo tengo muchos trabajos especiales. ?Te interesa?
– Desde luego.
– ?Seguro?