– Tiburones -le dijo Roy.

Bob era un tipo bajito, cuadrado, con cara de bulldog. Tenia un leve acento que Richard no situaba. Puede que fuera canadiense. Despues de bajar al agua con una red una cesta de cebo y de cebar un par de anzuelos grandes, Roy saco los emparedados y almorzaron, tomando cerveza y vino blanco y contando chistes verdes. No se veia ningun otro barco. Richard sentia curiosidad por ver tiburones de cerca, a tan corta distancia, aunque en realidad no creia que hubiera tiburones en aquellas aguas. Sin embargo, no lo descartaba, y la idea lo animaba. Pero Roy estaba seguro de que alli habia tiburones, decia que habia pescado muchos en ese mismo lugar.

Richard percibia algo en el ambiente, peligro, pero no sabia por que. Todo parecia en orden. Iba armado, como siempre; llevaba encima una pistola y un cuchillo. DeMeo estaba de muy buen humor. Cuando estaban terminando de almorzar, Chris vio un tiburon. Su aleta dorsal azul cobalto cortaba la superficie del agua. Todos se levantaron para verlo acercarse.

– ?Lo veis? ?Os lo dije! -anuncio DeMeo. Al poco aparecieron otros tiburones; de pronto, parecia que estaban en todas partes. DeMeo se acerco a donde estaba de pie Bob. Su actitud cambio de pronto.

– Ya se que eres un puto chivato. Calabro me ha contado lo que has estado haciendo -dijo a Bob; y saco una pistola y le pego un tiro en la cara. El desventurado solto un grito y cayo. Los demas se apoderaron de el y lo echaron al agua.

Gritando, con los ojos desorbitados, el hombre intentaba mantenerse a flote, pero le costaba trabajo. Chris queria dispararle, pero Roy no se lo permitio.

– Deja que terminen con el los tiburones -dijo Roy. Bob sangraba profusamente. Sin duda, el corazon le latia con furia, y la sangre le brotaba por el orificio de la cara como un torrente rojo palpitante; y los tiburones no tardaron en rodearlo, en flotar a su alrededor, mientras Bob gritaba y azotaba desenfrenadamente el agua con las manos. Richard contemplaba aquello con interes, divertido, disfrutandolo. Los tiburones, que habrian percibido sin duda el olor de la sangre, no tardaron en dar pequenos mordiscos primero, despues grandes bocados, a Bob, que chillaba, pedia, suplicaba; y este no tardo en hundirse para no volver a aparecer. A DeMeo y a los demas les parecio un espectaculo entretenido, muy divertido, mejor que un musical de Broadway; se daban palmadas, riendo y sonriendo. Tambien a Richard le habia parecido entretenido, apreciaba su originalidad.

– Ese puto chivato se ha llevado su merecido -dijo DeMeo-. Lo unico que siento es que haya durado tan poco.

Todos le dieron la razon. Atraparon unos cuantos tiburones a los que disparaban en la cabeza cuando estaban cerca del barco, y despues pusieron rumbo de nuevo al puerto deportivo. Por el camino, el cielo cambio de pronto, se puso gris y oscuro. Empezo a llover. Con la lluvia se levanto viento, empezaron a caer rayos y truenos. El agua se agito. El mar, encrespado de pronto, se lleno de crestas blancas. Richard empezaba a sentirse mareado y estaba impaciente por volver a pisar tierra firme. Llegaron sin novedad al puerto, y Richard agradecio a Roy «aquella tarde tan entretenida».

– Estas lleno de sorpresas -dijo Richard.

– Tengo un millon -dijo Roy.

Cuando Richard iba por la avenida Flatbush (ya habia oscurecido) se puso a su lado un coche lleno de negros que llevaban panuelos rojos en la cabeza y que, sin motivo alguno, se pusieron a provocarlo, a llamarlo cracker y «blanquito». Llegaron a un semaforo en rojo.

– ?Eh, cabron! -dijo uno de ellos, ya a solo un par de metros de Richard-. ?Largate de este barrio, joder!

– A mis siete amigos no les gusta que les hablen asi -dijo Richard.

– ?Que siete amigos? -dijo el conductor, mirando a Richard como si estuviera loco.

– Estos siete amigos -dijo Richard, ensenandoles su pistola, que contenia siete balas. El tipo se salto la luz roja, con chirrido de neumaticos, quemando goma. Richard llego a la carretera Belt Parkway y se dirigio al Oeste para volver a Dumont con su mujer y sus hijos, dando vueltas en la cabeza a los sucesos del dia. Le habia gustado aquella idea de echar una persona a los tiburones; le parecio una manera novedosa de deshacerse de un cadaver.

Empezo a pensar nuevas maneras de matar, ampliando su repertorio. Los venenos le interesaban. Sabia que los asesinos llevaban muchos anos utilizando con exito los venenos. Llego a la conclusion de que deberia estudiar aquello mientras empezaba a cruzar el amplio puente Verazzano, admirando la vista, la multitud de luces de colores que rielaban en el agua como teclas de piano gigantes. Recordaba como admiraba el juego de las luces de Manhattan sobre el rio Hudson cuando era nino en Jersey City.

El unico amigo de Richard, Phil Solimene, era capaz de conseguir cualquier cosa si se lo proponia. Richard seguia acudiendo a la tienda de Solimene los viernes por la noche para participar en la partida de poquer en la que se jugaba suerte, y solia pasarse por alli varias veces por semana para charlar, enterarse de lo que se decia por ahi, tomar cafe. Richard volvia a jugar, cada vez mas.

Si en Nueva Jersey habia un Fagan, este era Philip Solimene. Parecia que todos los ladrones y descuideros conocian a Phil. Richard pregunto a Phil, como al descuido, si sabia donde podia conseguir algo de veneno.

– ?De que clase? -le pregunto Phil.

– Para matar ratas… ratas grandes, ja, ja. Cianuro, estricnina, arsenico…

– Preguntare por ahi-dijo Phil. Era lo que decia siempre Solimene cuando le pedian diversos articulos. Solimene no decia nunca que no, y lo mas corriente era que consiguiera lo que se le habia pedido.

Solimene sabia de primera mano lo mortal que era Richard. El se habia encargado de tender trampas a personas para que Richard las matara para robarles. Les ofrecia diversas mercancias en venta: perfumes, drogas, cintas virgenes, pornografia, armas de fuego; y cuando se presentaba el comprador con el dinero, Solimene llamaba a Richard, que llegaba alli, contaba un cuento al comprador, lo llevaba a solas con el, lo mataba y se repartia el dinero con Solimene. Solimene habia llegado a ver a Richard matar a gente.

Solimene apreciaba a Richard, le parecia que era un tipo legal que siempre cumplia su palabra, callado, firme y con huevos. Si Solimene tuviera que elegir a alguien entre todas las personas del mundo para encontrarse con el en un aprieto, elegiria a Richard sin dudarlo.

Solimene llamo a Richard cuatro dias mas tarde y le pidio que se pasara por alli aquella noche. Richard acudio a la tienda, y Solimene le dijo que tenia un amigo, farmaceutico de Union City y «negociante», que le venderia todo el veneno que quisiera. Asi entro Paul Hoffman en la vida de Richard Kuklinski, durante un tiempo relativamente corto.

Hoffman era un hombre de talla media, gordo; era un individuo especialmente codicioso. Siempre estaba buscando el negocio, la manera de ganar mas de lo que le correspondia en derecho y en justicia. Tenia una buena profesion, la farmacia prosperaba, pero no le bastaba: siempre queria mas. Llevaba anos comprando a Solimene cargamentos de medicamentos procedentes de asaltos. Le compraba de todo: aspirinas, barbituricos, pastillas para adelgazar, antibioticos, medicamentos para las ulceras, perfumes, hojas de afeitar, a una fraccion de su precio, y las vendia al precio de venta al publico normal, obteniendo grandes beneficios. Cuando Richard conocio a Hoffman en la tienda de Phil, no le cayo bien. Aunque es verdad que a Richard le caia bien muy poca gente.

Hoffman no solo estaba dispuesto a vender a Richard todo el veneno que quisiera, sino que le enseno a administrar la dosis adecuada para obtener el efecto deseado, el efecto maximo. Llego a sentarse con Richard para darle instrucciones detalladas, ideas y consejos farmacologicos sobre el modo adecuado de aplicar y emplear las toxinas mas peligrosas conocidas por el hombre, advirtiendole que si utilizaba demasiado, la Policia podria determinar la causa de la muerte; si demasiado poco, no surtiria efecto.

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