avion rumbo a Las Vegas. A Richard le habia gustado siempre Las Vegas, desde que era joven, y ahora iba alli a hacer un trabajo y se lo pagaria bien. Por lo que a el respectaba, ya lo tenia todo preparado.
Richard sabia que la victima se alojaba en un hotel de lujo en el Strip. Tomo una habitacion en el hotel, bajo al bar hacia las nueve de la noche y se tomo una cerveza. Richard no solia beber casi nunca o nunca cuando estaba haciendo un trabajo; pero sabia que Henry Marino solia recibir a la gente en el bar, alternaba alli con las chicas, y Richard no queria parecer fuera de lugar, queria que pareciera que su encuentro habia sido por pura casualidad.
No tuvo que esperar mucho tiempo. Henry Marino entro al poco rato caminando con tranquilidad. Era un hombre alto y delgado, de pelo ralo. Richard lo invito a una copa antes de que tuviera tiempo de rechazarla. Empezaron a pegar la hebra. Al cabo de un rato, Richard comento como de pasada que acababa de dar un palo a un traficante colombiano de cocaina y que queria quitarse de encima unos cuantos kilos de cocaina de primera clase.
– ?Conoces a alguien? -pregunto Richard con algo de misterio. Aquello desperto inmediatamente el interes de Henry.
– ?Buen material? -pregunto, con el mismo aire de misterio.
– Pura, directamente de Medellin -dijo Richard.
– ?Si?
– Si.
– ?Que ha sido de los colombianos?
– Se fueron a hacer compania a los peces.
– Bien. Podria interesarme a mi… si es verdaderamente buena, y a buen, precio.
– Llevo una muestra encima; ?quieres probar? -pregunto Richard con aire de inocencia, tendiendo la trampa.
– Claro -dijo Henry.
Richard le paso discretamente el frasco. Henry sonrio, le guino un ojo y se dirigio al bano, caminando esta vez con prisa y decision. Richard pago las copas y se marcho.
A Henry Marino lo encontraron muerto en el bano con un frasco de cocaina en el suelo, y su fallecimiento se atribuyo a un ataque al corazon y no a un homicidio.
Aquella misma noche, Richard salio a jugar. Empezaba a jugar de nuevo grandes cantidades de dinero. Tenia dinero, ganaba mucho… ?por que no? razonaba el. Gozaba mucho con la emocion del juego, con el desafio que representaba. Cuanto mas alta era la apuesta, mas disfrutaba. Ganaba a veces, pero en general solia perder. Su problema, en pocas palabras, era que no sabia cuando retirarse. De hecho, perdio lodo el dinero que habia ganado matando a Henry Marino. Aquella perdida lo hacia sentirse doblemente mal porque ahora tenia familia, una esposa a la que queria y exigia cosas buenas: que sus hijos fueran a las mejores escuelas privadas; que todo fuera lo mejor de lo mejor, la ropa, los coches, los restaurantes a los que iban, los vinos que bebian. Enfadado consigo mismo por haber perdido cuarenta mil dolares en pocas horas, Richard se volvio a Nueva Jersey con un humor de perros.
A Richard llego a gustarle de verdad matar con veneno. Ahora utilizaba el veneno siempre que podia. La mayoria de estas muertes se dictaminaban como suicidios o como muertes naturales, principalmente porque Richard ponia un cuidado escrupuloso en las dosis: las justas para matar, pero no tan altas como para que se detectaran facilmente. Sin embargo, en un caso interesante no fue posible que se dictaminara una muerte natural.
Richard seguia interviniendo en asaltos a camiones y en robos en casas y locales. Estaba dispuesto a hacer practicamente cualquier cosa para ganar un dolar. Su vida estaba dedicada al crimen, y no habia nada que no fuera capaz de hacer, salvo matar a mujeres o a ninos. En aquel trabajo concreto participaron seis personas. Un equipo de cuatro ladrones de casas (cinco, contando a Richard) y el tipo de la compania de seguros que les paso el aviso, el «infiltrado».
Un rico hombre de negocios que vivia en Montclair, Nueva Jersey, tenia una valiosa coleccion de monedas y de sellos. Los guardaba en una caja fuerte en su casa. La caja fuerte era alta y estrecha y estaba dentro de un elegante armario empotrado de cedro. El tipo de los seguros sabia lo de los sellos y las monedas porque estaban asegurados por su compania. Sabia, ademas, la combinacion de la caja fuerte.
Richard conocia a aquellos ladrones de casas desde sus tiempos salvajes de Jersey City. Existia la posibilidad de que el propietario se presentara inesperadamente, y Richard se encargaria de quitarselo de en medio de manera rapida y silenciosa. La banda se reunio en Kansas City. Entraron en la casa sin problema, abrieron la caja fuerte sin incidentes, encontraron las monedas y los sellos y se marcharon sin problemas. El golpe habia sido perfecto hasta alli; todo habia marchado como un reloj.
Reunidos en casa de un miembro de la banda, Ralphie, el Serpiente, contemplaron su botin, las monedas antiguas, los sellos valiosos. AnIcs habian acordado repartirlo todo en seis partes. Pero se pusieron a discutir entre los seis sobre lo que debia llevarse cada uno. Aquello era precisamente lo que menos gustaba a Richard de trabajar con otros, esas linas ridiculas, esas mezquindades… esa avaricia.
Richard, perdiendo la paciencia, dijo:
– Eh, mirad, tios… todo ha ido a la perfeccion, ha sido una ganga; no vamos a echarlo a perder discutiendo entre nosotros. Habiamos quedado en repartirlo todo en seis partes, ?no es asi? Vamos a ello, entonces.
Pero seguian discutiendo quien se llevaba la mejor parte, como se debia hacer el reparto. Richard estaba cada vez mas molesto.
Uno de los tipos dijo que tenia hambre; otro dijo que Harry seguia abierto. Harry era un establecimiento pequeno de comidas para llevar de Jersey City, poco mas que un tugurio, pero hacian buenos emparedados con una «salsa especial» que tenia fama. Richard dijo generosamente que se encargaria el de ir por unos emparedados; anoto cuidadosamente lo que querian los demas y se puso en camino. Por entonces, Richard habia tomado la costumbre de llevar encima un frasco de cianuro, sobre todo cuando salia a hacer un encargo. Lo llevaba encima en esos momentos. Como conto hace poco:
Asi que la idea me vino a la cabeza cuando iba en el coche por los emparedados. O sea, al principio pensaba jugar limpio con aquellos tipos, pero despues… despues me dio por pensar que no son mas que una pandilla de codiciosos, y que el reparto iba a ser de solo una parte: de mi parte. Yo les iba a ensenar lo que es la codicia de verdad.
Richard pidio tranquilamente los emparedados, unos refrescos y cafe.
Despues de salir de la tienda, tranquilo y a solas en su coche, separo su emparedado y se puso unos guantes de plastico (llevaba siempre en el coche una caja tamano gigante de guantes de plastico), abrio cada uno de los otros cuatro emparedados y, con sumo cuidado, los espolvoreo de cianuro de tal manera que la persona que se comiera el emparedado recibiria la dosis completa. Cada dosis venia a equivaler a la cantidad de sal que viene en cada sobrecito del McDonald's. Volvio a guardar los emparedados en la bolsa, dejando el suyo encima de los demas; se quito los guantes y volvio a la casa para reunirse de nuevo con la banda, que seguia discutiendo. Richard saco su emparedado, comento que estaba muerto de hambre, se retiro a un rincon y se puso a comer con delectacion; tenia hambre de verdad, y mientras comia vio como se comian los demas los deliciosos emparedados del Harry con salsa especial, sin dejar de renir. El veneno surtio efecto a los pocos minutos. Subitamente, todos se quedaron paralizados en el sitio, con los ojos desencajados, babeando por las bocas relajadas de pronto, abiertas como si se les hubieran salido las mandibulas. Richard los observaba cuidadosamente mientras se comia su emparedado; se levanto y los contemplo de cerca, estudiando los efectos del veneno como si fuera un cientifico que observara a unos monos en un laboratorio. Uno intento ponerse de pie, pero era imposible. Habian perdido el movimiento motriz. Richard guardo cuidadosamente en la bolsa todo lo que quedaba de los emparedados, los refrescos y el cafe. Limpio despues todas sus huellas dactilares, trabajando despacio y con metodo. Cuando se dio por satisfecho, tomo el botin y la bolsa de los restos y se marcho, cerrando la puerta con delicadeza.
Al dia siguiente fue a verse con el perito de seguros que les habia dado