el soplo de aquel trabajo. Se reunieron en un bar de Teaneck, lleno de publico. Cuando el tipo de los seguros no miraba, Richard le echo en la bebida un lingotazo, como lo llama el. El hombre cayo al suelo a los pocos minutos: un nuevo ataque al corazon en un bar de Nueva Jersey, que desgracia. Un nuevo asesinato que no se relaciono con Richard Kuklinski.
Richard acabo vendiendo lo robado a un perista de Hoboken que conocia. Gano en total cuatrocientos mil dolares. Guardo el dinero en una de las dos cajas de seguridad que tenia alquiladas en sendos bancos de Nueva Jersey.
Pero la mayor parte de ese dinero se esfumo al poco tiempo; Richard lo perdio en el juego. Por lo que a el respectaba, el dinero era facil de ganar y facil de gastar.
Si Barbara se hubiera enterado de que estaba derrochando de esa manera tales cantidades de dinero, se habria puesto como una fiera. El no le hablo nunca de ello, ni de las cajas de seguridad que tenia. Eran secretos suyos, como una buena parte de la vida de Richard fuera de su casa, eran un secreto suyo. Eran asunto suyo.
Aquel domingo, Richard veia un documental sobre los animales salvajes, que eran de sus programas favoritos. A Richard le gustaban los animales mucho mas que las personas. Cuando vio como inmovilizaban a un leon macho adulto utilizando un rifle de dardos tranquilizantes, se le ocurrio una idea. ?Por que no usar un rifle como ese con los seres humanos?, penso. Razono que seria un medio ideal para apoderarse de una persona que debia morir. El domingo por la manana, Richard fue a ver a su amigo Phil Solimene y le pregunto si podria conseguirle un rifle de dardos tranquilizantes, con los dardos y el tranquilizante.
– Claro, preguntare por ahi -dijo Solimene; y al cabo de dos dias Richard ya tenia el rifle, treinta y cinco dardos, y tranquilizante suficiente para dejar dormido a un equipo entero de futbol americano.
37
Richard recibio el contrato de matar a otro tipo de la Mafia. En esa ocasion, el contrato provenia de la celebre familia De Cavalcante, de Nueva Jersey. El encargo era con tortura. La victima tenia que sufrir terriblemente; asi estaba estipulado en el encargo.
Este encargo resultaba especialmente dificil porque el hombre en cuestion sabia que estaba condenado a muerte y se movia con unas precauciones paranoicas, con la desconfianza de un gato domestico que tiene que sortear a un perro callejero enloquecido. La victima solia cambiar de sentido sin motivo cuando iba en su coche, o se detenia para que lo adelantaran los demas coches. Richard paso once dias siguiendolo sin encontrar la oportunidad que buscaba. Despues descubrio que el hombre se reunia en un hotel de la familia Marriott con una mujer, que debia de ser enfermera o esteticista porque llevaba uniforme blanco. Se pasaban tardes y veladas enteras en una de las habitaciones de lujo. Richard empezo a rondar por el hotel, buscando una buena ocasion para raptar a la victima, esperando el momento oportuno.
Richard se topo por primera vez con aquel tipo en el ascensor, bajando del piso donde el hombre tenia su encuentro amoroso. Era un hombre pequeno, de pelo negro y ojos huidizos, boca de labios delgados y malignos y cejas espesas. A Richard le parecio claro que aquel tipo andaba metido en malos pasos. Se saludaron con sendas sonrisas. Richard sabia que el tipo era del hampa. Se abrio la puerta del ascensor y cada uno se fue por su camino. A las pocas horas, Richard fue a los servicios del hotel (habia tomado alli una habitacion) y, cuando estaba de pie ante un urinario, entro el tipo de ojos huidizos y se puso a usar el urinario contiguo. Richard penso que aquel tipo lo andaba acechando y se dispuso a sacar la pistola, a luchar, a matarlo alli mismo.
– ?Como le va? -pregunto Richard, mirandolo desde su altura mayor, con una sonrisa tensa.
– Ah, bien.
– Ya hemos coincidido antes.
– Ya lo se.
– ?Me esta siguiendo? -pregunto Richard al hombre, volviendose hacia el.
– No, ?y usted a mi? -le pregunto el tipo.
– No. Estoy haciendo un trabajo, eso es todo. Usted no tiene nada que ver.
– Lo mismo hago yo.
– ?Esta seguro de que su asunto no tiene nada que ver conmigo?
– Segurisimo. ?Y el suyo conmigo?
– De ninguna manera.
Los dos se miraron fijamente.
– De acuerdo.
– De acuerdo.
Los dos terminaron de orinar y se lavaron las manos. Richard tendio su mano a aquel tipo y se saludaron con un apreton de manos.
– De acuerdo -dijo-. Buena suerte.
– Lo mismo le deseo -dijo el otro, y se separaron.
Richard tenia la extrana capacidad de detectar inmediatamente a otros asesinos a sueldo. Conocia a fondo sus movimientos, su aspecto, sus ojos, sus gestos, y era capaz de detectar a otro asesino a un kilometro, con un ojo cerrado y sin dudarlo; y estaba seguro de que aquel tipo pequeno estaba acechando a alguien para matarlo. Hasta llego a ponerse en contacto con la gente que le habia dado aquel encargo para preguntar si se lo habian encargado tambien a alguien mas. Le aseguraron que no.
Hum.
Varios dias mas tarde, Richard estaba sentado en su furgoneta (por entonces solia usar sobre todo la furgoneta para acechar a las victimas). Llevaba el rifle para dardos y cuatro dardos cargados de tranquilizante para animales. Si la victima era fiel a sus costumbres, no tardaria en presentarse en el hotel. Richard pensaba apoderarse de el en el mismo aparcamiento, si las circunstancias lo permitian. Aquel dia hacia calor. Richard tenia sed. Ya se habia bebido los refrescos que habia traido de su casa, y se habia comido un emparedado de pavo con pan de centeno que le habia preparado Barbara. Oyo la conocida musiquilla con la que anuncian su llegada las furgonetas de venta de helados y refrescos de la marca Mister Softee. Vio por el retrovisor que la furgoneta blanca venia despacio hacia el. Se bajo de su furgoneta e hizo senas al heladero, con la ancha frente llena de sudor. Se acerco al mostrador y se quedo atonito al ver que en la furgoneta de helados de Mister Softee iba el tipo del cuarto de bano.
– Otra vez usted -dijo Richard, divertido, aunque desconfiado y en guardia.
– Otra vez usted -dijo el tipo.
– ?A que se dedica? -le pregunto Richard.
– Me dedico a esto. Soy el heladero de Mister Softee. Utilizo la furgoneta para hacer, ya sabe, vigilancia; para seguir a la gente -dijo.
– ?De verdad? ?Muy listo, joder! -dijo Richard, impresionado, admirado de la originalidad de la idea. ?Quien iba a sospechar de un heladero de Mister Softee? Genial.
– ?Sigue trabajando? -le pregunto aquel heladero.
– Asi es.
– ?Queria alguna cosa?
– Si, ?me da una coca-cola?
– Claro -dijo el otro, y dio al Richard un bote frio de coca-cola. Richard