evidente amor a la vida del hogar, podia convertirse en una furia explosiva por menos de nada. Seguia pegando a Barbara, le rompia la nariz, le ponia los ojos morados. Aunque estos incidentes eran bastante menos frecuentes que en anos anteriores, seguian sucediendo. Tanto Merrick como Chris se habian convertido en unas jovencitas altas y dotadas de fuerza fisica, que corrian a interponerse entre su madre y Richard cuando este tenia uno de sus arrebatos.

Richard tenia un trastorno bipolar y deberia haber tomado medicacion para estabilizar su conducta, sus fases repentinas de euforia y depresion; pero para el era impensable acudir a un psiquiatra. Tendria que reconocer que le pasaba algo malo, y el no estaba dispuesto a ello de ninguna manera.

Por otra parte, empezaba a pensar que la vida familiar lo estaba ablandando, le estaba quitando la agudeza, y por ello se estaba volviendo… vulnerable. Pero no podia hacer nada al respecto. Lo unico que importaba a Richard Kuklinski en este mundo era su familia, y solia jurarse a si mismo que preferiria morir antes que perderlos.

Solia acariciar el sueno de ganar mucho dinero y retirarse del mundo del crimen, seguir por el camino recto, comprarse una casa cerca del mar y disfrutar de la vista todos los dias, ir a dar largos paseos con Barbara. Richard sabia que la buena suerte ya le habia durado mucho tiempo, y sabia muy para sus adentros que la suerte le cambiaria algun dia, que tenia que cambiarle por pura logica de las leyes del azar.

Pero Richard no hacia gran cosa por exponerse menos, por replantearse su vida con ojo critico y racional. Seguia su loca carrera, con una sola idea en la cabeza: ganar dinero, sacar adelante a su familia y retirarse algun dia. Pero para aquello necesitaba mucho dinero, y los riesgos que corria adquirian una importancia secundaria. Formaban parte natural del paisaje, y el los aceptaba. Se prometia a si mismo que seria mas cuidadoso, que trazaria los planes de manera metodica para actuar solo en el momento oportuno.

Otro posible problema para Richard era su caracter explosivo, homicida. Seguia discutiendo con la gente por su manera de conducir, y las discusiones podian degenerar rapidamente en episodios de violencia repentina, incluso en asesinatos. La persona que no respetaba la preferencia de paso de Richard en el trafico se estaba jugando la vida.

Una tarde, Richard regresaba a Nueva Jersey y acababa de cruzar el puente George Washington cuando vio a un autoestopista alto y larguirucho. El hombre le hizo senas para que se detuviera, pero Richard siguio adelante, y el autoestopista le hizo la sena de levantar el dedo medio. Este gesto grosero siempre enfurecia a Richard, por algun motivo: no era capaz de pasarlo por alto. Dio marcha atras mientras sacaba una pistola de la pistolera que llevaba atada a la pantorrilla, bajo la ventanilla, llego hasta el autoestopista y le pego un tiro en el pecho, matandolo. Un ciclista encontro al autoestopista y aviso a la Policia. No habia testigos, ni motivos, ni armas, ni pistas. Un nuevo homicidio sin resolver para los archivos.

En otra ocasion, Richard queria probar un arma nueva, una ballesta metalica negra, pequena, fabricada en Italia. Parecia un buen arma para un asesinato de encargo, pues era muy silenciosa, muy pequena, del tamano de un guante de beisbol; pero se preguntaba si daria resultado de verdad. Para ponerla a prueba, Richard salio en su coche y se puso a buscar a alguien a quien pudiera disparar con la ballesta. No estaba furioso ni habia bebido; no era mas que una prueba, para comprobar si aquella ballesta pequena podia matara un ser humano, segun explico. Vio a un hombre, su conejillo de indias, que iba caminando tranquilamente por una calle apartada. Redujo la velocidad, detuvo el coche y le pregunto, con esa amabilidad suya, por donde se iba a cierto sitio. El hombre se acerco al coche de Richard para responderle, y al cabo de un instante Richard le habia disparado a la frente la saeta de acero de quince centimetros. El hombre cayo redondo con la saeta clavada en el cerebro, sin saber que le habia pasado ni por que… y murio al poco rato.

44

El muskie escurridizo

UN hombre de Vineland, Nueva Jersey, debia mucho dinero a tipos de la Mafia, mas de cien mil dolares. Era jugador y degenerado sexual, y se habia endeudado hasta los ojos con usureros de origen italiano. Pago su deuda con un cheque que resulto no tener fondos… dos veces. Pidieron a Richard que fuera a ver a aquel hombre. Se llamaba John Spasudo, y acabaria desempenando un papel importante en la vida de Richard.

Spasudo, como Richard, era un hombre grande, aunque a diferencia de este tenia el pelo largo y oscuro. Tenia buena labia; si se lo proponia, era capaz de vender paraguas en el Sahara. Pero Richard ya lo habia oido todo muchas veces, y no se trago los cuentos de Spasudo. Richard, tranquilamente, procedio a poner las cosas bien claritas a Spasudo, y finalmente acabo por cobrar a los pocos dias todo el dinero que se debia.

En el transcurso de aquellos dias, Spasudo hablo a Richard de una «gran oportunidad» que tenia de hacer dinero comprando y vendiendo divisas de Nigeria y krugerrands de Sudafrica, que son unas monedas de oro puro. Y expuso a Richard la idea que estaba trazando con Louis Arnold, que era un rico hombre de negocios de Pensilvania. La idea era abrir una serie de estaciones de servicio a lo largo de la carretera interestatal, dirigidas expresamente a los camioneros: tendrian hotel, restaurante y taller donde se podrian reparar rapidamente los problemas mecanicos. La idea parecia razonable, y a Richard le parecio interesante.

Richard, como siempre, buscaba nuevas maneras de ganar dinero, y escucho a Spasudo con mucha atencion, le oyo contar mas detalles acerca del dinero que se podia ganar con las monedas de oro y la compraventa de divisas, y al poco tiempo salia camino de Zurich, en Suiza, con toda una nueva gama de oportunidades delante, y con una nueva lista de victimas que enviaria a la tumba.

Pat Kane entro corriendo en el despacho del teniente Leck, emocionado. Estaba seguro de que acababa de encontrar la cuerda que podria servirles para ahorcar a Richard Kuklinski.

– Teniente -dijo-, tengo aqui una prueba clara, irrefutable, que relaciona a Kuklinski con el motel York. Hizo una llamada telefonica al hotel el 21 de diciembre, cuando Deppner y Smith estaban alojados alli. ?Que intente negarlo!

– Bien, muy buen trabajo -dijo Leck. Si bien aquello no era mas que una prueba circunstancial que no demostraba que Kuklinski hubiera matado a nadie, si que relacionaba directamente a Kuklinski con el lugar donde habian encontrado a Gary Smith.

Pero para Pat Kane aquello representaba una nueva prueba de lo que el venia diciendo desde ya hacia anos. Sin embargo, no tenian pruebas suficientes para ir a poner las esposas a Kuklinski. Kane deseaba, mas que ninguna otra cosa en su vida, ir a detener a Richard Kuklinski y meterlo en un calabozo, encerrarlo como lo que Kane creia que era, un animal furioso. Aquella investigacion habia llenado a Kane de frustraciones y de desanimo. Sabia que Kuklinski era un asesino a sueldo al servicio de la Mafia, que era distribuidor de pornografia; que habia matado a cinco personas, que el supiera (Masgay, Hoffman, Malliband, Smith y Deppner), y el no podia hacer nada al respecto, al menos de momento. Kane se estaba volviendo retraido y taciturno. Terry apenas era capaz de animarlo a hablar, a que se comunicara con ella o con los hijos. Siempre habia sido un marido carinoso, muy entregado y atento, un padre amantisimo; pero ahora se habia convertido en un hombre completamente distinto. Estaba alli, en la casa, en la cama junto a su esposa, pero en realidad no estaba presente, no formaba parte de la familia. Pasaba casi todo el tiempo como ausente, explicaria mas tarde Terry Kane. Pat tampoco dormia bien. Pasaba las noches dando vueltas en la cama. Tenia ojeras. A veces, por la noche, oia un ruido en el exterior de la casa, se levantaba de la cama y salia con una pistola en la mano. Si Kuklinski se presentaba con intencion de hacerle dano a el o a su familia, lo mataria. Y punto.

Para poder detener a Kuklinski, para poner fin a aquella matanza que iba realizando en solitario, Kane sabia que necesitaba pruebas tangibles, irrefutables: la clasica pistola todavia

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