asomaba siempre L'Unita. Tenia un aire expeditivo y simpatico, parecia que leer los libros sin comprarlos fuese una especie de trabajo para ella. Se movia con seguridad y casi siempre se la veia en la seccion de novelas policiacas y de terror, y solo de tanto en tanto entre los ensayos de politica. A veces me dirigia un saludo con la cabeza y yo le correspondia de la misma manera.

Tambien aquella manana estaba inmersa en la lectura de un libro de misterio; eso supongo porque se encontraba cerca de esa seccion. Nuestras miradas no se cruzaron y yo segui adelante.

Vagabundee entre los libros de historia, entre los manuales deportivos, evite los textos juridicos y termine en la narrativa extranjera. Habia un libro novisimo, evidentemente recien llegado. Se titulaba El estudiante extranjero y la cubierta tenia un fondo color avellana sobre el cual se recortaba una especie de estatua de yeso de un muchacho que caminaba con las manos en los bolsillos. El autor era un escritor frances al que nunca habia oido nombrar.

Cogi un ejemplar y probablemente era la primera vez que alguien lo tocaba desde que estaba en exhibicion, tal vez aquella misma manana.

Le di la vuelta, lei la contracubierta y todavia recuerdo un fragmento de memoria. Hablaba de la juventud y de sus «dias fragiles en los que todo lo que ocurre sucede por primera vez y nos marca de modo indeleble, en el bien y en el mal».

Entonces lo abri para comenzar a leer las primeras paginas, como hacia de costumbre.

Me detuve en la pagina que precedia al prologo. Era una cita de un escritor ingles al que tampoco conocia.

«El pasado es un pais extranjero: las cosas ocurren alli de un modo diferente.» *

No volvi la pagina. En cambio cerre el libro, fui a la caja y lo compre.

Despues regrese a casa porque queria leerlo enseguida. En paz, en mi cama, sin que me molestaran.

Era una novela muy buena y angustiante, llena de nostalgia y embriaguez.

La historia de un joven frances y de su juventud en la America de los anos cincuenta. Una historia de aventuras, de transgresiones, de iniciaciones, de verguenza, de amores y de inocencia perdida.

En toda la tarde no logre desprenderme de aquel libro hasta que no lei la ultima pagina. Y durante toda la lectura, y al final, y despues -aun despues de tantos anos-, no logre liberarme de la increible sensacion de que, de alguna manera, aquella historia hablaba de mi.

Cuando termine era casi la hora de salir. Entonces telefonee a Giulia, que todavia estaba enferma, y le dije que iria al cine. ?Con quien? Con mi amigo Donato y los de su grupo, y mentalmente me recomende advertir a Donato. Pero ?lamentaba no verla tampoco esa noche? Claro que lo lamentaba, si, la echaba de menos.

Fingi. Si queria podia ir a hacerle compania en vez de ir al cine. Dijo que no, como yo esperaba. Dijo las mismas cosas de la noche anterior: era mejor que no enfermase yo tambien, etcetera. Esta bien, entonces adios, amor mio, hasta manana. Adios, amor mio.

Cuando colgue y fui a prepararme para salir estaba de buen humor.

Era libre, estaba listo e impaciente.

10

La partida se organizo en casa de un coetaneo nuestro, que vivia en una zona residencial de la periferia. Eramos cinco: el dueno de la casa, hijo de un empresario de la construccion; un fulano que no debia de tener todavia treinta anos y ya estaba completamente calvo; una mujer, Marcella, huesuda, con el cutis graso y ojos pequenos.

Experimente un sentimiento de hostilidad hacia todos ellos en el momento mismo de las presentaciones. Pense que eran personas feas y que merecian lo que les estaba a punto de ocurrir. Estaba claro que buscaba justificaciones.

Esta claro ahora. Entonces fue un metodo rapido, inconsciente y eficaz para sofocar los ultimos susurros de mi conciencia o lo que sea que esa palabra signifique. Necesitaba ver a aquellas tres personas como feas y malas, de modo que las vi feas y malas.

La velada fue semejante a la primera, solo que ahora conocia el mecanismo y todo me gusto mucho mas. Esa vez, igual que las demas ocasiones en que jugue con Francesco, tuve exactamente la misma emocion del azar autentico. Aunque mas intensa. La seguridad de vencer no disminuia la excitacion; al contrario, la multiplicaba. Cuando jugabamos las manos decisivas, aquellas en las que embolsariamos el dinero de verdad, sentia un estremecimiento feroz en la base de la nuca; cuando tiraba las cartas en la mesa y ganaba contra un punto fortisimo, me olvidaba de que la fortuna no tenia nada que ver con lo que estabamos haciendo. Ganaba y eso era todo.

Al irnos, aquella noche, tenia en el bolsillo varios centenares de miles de liras en efectivo y dos cheques de seis ceros. Era pasta del dueno de la casa y de la mujer huesuda, y pensaba que habia hecho bien en quitarsela.

Me dije que tendria que abrir una cuenta corriente en el banco: no podia tener en casa todo lo que ganaba.

Cuando regrese a casa, me meti en la cama y me dormi casi enseguida.

Comenzamos a jugar con regularidad. Tres, cuatro, como maximo cinco veces al mes. Generalmente en casas particulares; alguna rara vez en casas de juego, es decir, timbas clandestinas, como el lugar al que habiamos ido despues de la pelea en casa de Alessandra. Francesco los conocia todos, asi como conocia otros lugares nocturnos.

Tambien jugabamos mas de una vez con las mismas personas, pero eso formaba parte de una estrategia. Servia para alejar cualquier posible sospecha. Por ejemplo, unos diez dias despues de haber ganado en casa del ferretero gordo, volvimos a jugar con el y con su amigo aparejador. Ganaron -los dejamos ganar- algunos centenares de miles de liras y tuvieron la impresion de haberse tomado la revancha y de que todo era normal.

Ganaba cinco, seis, hasta siete millones por mes, que en verdad era mucho dinero.

Habia abierto aquella cuenta en el banco y me permitia gastos que unos meses antes ni siquiera habria imaginado. Trajes, cenas en restaurantes caros, un reloj de precio insensato, todos los libros que queria y esto, mas que cualquier otra cosa, me daba la sensacion de ser rico.

Despues me compre un coche, un BMW de segunda mano, porque todavia no era tan rico. En el momento de firmar el contrato me asaltaron las dudas porque antes siempre habia asociado aquel tipo de automovil con cierta clase de persona. Pero fue solo un instante y, cuando sali del concesionario al volante de aquel objeto negro, amenazador e inutil, tenia una sonrisa idiota y feliz.

Por supuesto, lo mantuve escondido de mis padres porque aquello habria sido en verdad injustificable. Lo guarde en un garaje lejos de casa y, para prevenir cualquier sospecha, fingia llevar el de mama.

«Llevo las llaves», decia ostensiblemente en el momento de salir. Un ojo atento habria notado que decia que cogia el coche mientras antes lo cogia y basta.

A ellos no les llamaba la atencion. ?Por que deberia pasar eso, de todos modos?

Con Giulia, las cosas anduvieron inexorablemente de mal en peor. Rodaron hacia el epilogo como una bola de billar hacia la tronera, placida y silenciosa despues de un efecto ligero y fatal.

Se sucedio una catarata de peleas en las que se mezclaban la imposibilidad de entendimiento, su resentimiento, su tristeza, mis mentiras. Y mi impaciencia.

Tenia menos tiempo para estar con ella, pero esa no era la cuestion.

Simplemente ya no tenia ganas de estar con ella. Cuando nos encontrabamos o saliamos, me aburria, estaba distraido; mi atencion se despertaba solo para notar las tonterias que decia o hacia. Para notar sus defectos.

Despues, por algunas semanas, ella trato aun de buscarme. Fue inutil y al fin se dio cuenta.

No se si verdaderamente sufrio por mi y cuanto; y por cuanto tiempo. No he vuelto a hablarle desde entonces, aparte de algun frio saludo por la calle.

Cuando nos separamos experimente solo una sensacion de alivio, que tambien olvide pronto. Tenia muchas

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