– Chiti, no me has entendido. Debemos dar una respuesta acerca de este asunto, debemos arrestar a alguien. De un modo o de otro. El ano proximo debo irme de Bari y no quiero que eso ocurra con este caso sin resolver.
Parecia que habia terminado. En cambio, continuo despues de una breve pausa, como si hubiera estado a punto de olvidar algo importante.
– Por otra parte, tampoco tu carrera tendria el mejor de los comienzos, mi querido Chiti. Recuerdalo.
Mi querido Chiti.
Trato de ignorar la ultima frase.
– Estuve pensando, senor coronel, en consultar algun psicologo experto en criminologia para intentar trazar una especie de perfil psicologico de este elemento. Lo hacen en el FBI, lo lei en una publicacion y…
El coronel alzo el tono de voz, que se volvio mas chillona y desagradable todavia.
– ?Que estas diciendo? ?Perfil psicologico? ?FBI? Chiti, los criminales no se atrapan con esas gilipolleces norteamericanas. Las pesquisas se hacen con los informantes. Informantes, detenciones, control del territorio. Quiero que todos nuestros hombres esten en la calle, que hablen con sus informantes y los presionen. Quiero coches patrulla de civil recorriendo la ciudad toda la noche. Debemos atrapar a este maniaco antes de que lo haga la brigada movil. Escoge a algunos hombres con un par de huevos y ponlos a trabajar enseguida solo en este asunto. Para ver al FBI y la CIA te vas al cine. ?Esta claro?
Estaba claro, por supuesto. El coronel nunca habia llevado a cabo una investigacion digna de ese nombre en una carrera transcurrida entre comodos despachos ministeriales y comandos de batallones y escuelas de suboficiales.
La leccion de tecnica investigativa habia terminado. No habia nada mas y el coronel le hizo un gesto con la mano indicando que podia irse. Como se hace con un servidor molesto.
Igual que Chiti habia visto hacer a su padre durante tantos anos con los subalternos, con la misma expresion obtusa de altivez y desprecio.
Chiti se levanto, dio tres pasos hacia atras y entrechoco los talones.
Luego por fin se dio la vuelta y se marcho.
3
Otra noche de aquellas. Ocurria siempre de la misma manera. Chiti se dormia casi enseguida, un par de horas de sueno sombrio y profundo, luego le despertaba el dolor de cabeza. Una punzada sorda entre la sien y el ojo, a veces a la derecha, otras a la izquierda. Permanecia en la cama algunos minutos, mientras aquel dolor aumentaba y lo desvelaba del todo. Cada vez tenia, durante pocos minutos, la absurda esperanza de que el dolor de cabeza pasara espontaneamente, como habia llegado, y el pudiera dormirse de nuevo. No pasaba nunca.
Asi fue aquella noche. Despues de cinco minutos se levanto con la sien y el ojo que latian. Se preparo cuarenta gotas de novalgina, rogando que hicieran efecto. A veces funcionaban, otras no, y el dolor de cabeza duraba, devastador, tres, cuatro y hasta cinco horas. Con el ojo lloroso y aquella especie de metal acolchado que le golpeaba, ritmico y lancinante, dentro de la cabeza como el tambor sordo de la locura.
Cuando trago la bebida amarga tuvo escalofrios. Luego encendio el equipo estereo, puso el primer CD de los Nocturnos, se aseguro de que el volumen estuviese casi al minimo y fue a sentarse en el sillon, envuelto en la bata. En la oscuridad, porque con aquel dolor de cabeza la luz era aun mas insoportable que el ruido.
Se acurruco en la posicion acostumbrada mientras comenzaba a sonar la melodia. La misma que tocaba su madre, hacia tantos anos. En otras casas frias y desiertas como esa, mientras el escuchaba acurrucado del mismo modo, resguardado. Durante aquellos pocos minutos.
El piano de Rubinstein tenia la consistencia del cristal. Liberaba imagenes de claros iluminados por la luna, misterios familiares, oscuridades tranquilas llenas de perfumes y promesas, y nostalgia.
Aquella noche la medicina funciono.
Se durmio en un momento impreciso, en medio de las nitidas notas.
Otra vez de manana. De nuevo la hora de bajar al despacho. El mismo edificio, el mismo recorrido claustrofobico entre alojamientos de servicio, cantina, locales del nucleo operativo, comedor de oficiales. Y viceversa.
Su alojamiento estaba equipado con pocos muebles de la administracion y escasisimas cosas suyas. El equipo estereo, los discos, libros, y poco mas.
Junto a la puerta habia un espejo de cuerpo entero. Feo. Clasico ejemplar de cuartel.
Antes de salir estaba casi obligado a mirarse. Desde su llegada a Bari en aquella casa, le ocurria de nuevo, cada vez mas a menudo, algo que le habia ocurrido hacia los quince, dieciseis anos, y que creia sepultado entre los remotos meandros de la adolescencia transcurrida en un colegio militar.
Se miraba al espejo, examinaba la figura, la ropa -pantalones, chaqueta, camisa, corbata- y sentia el impulso de romperlo todo. La superficie reflectante junto con la imagen reflejada. Habia una especie de rabia fria en aquel impulso. Por aquella superficie banal, por aquella figura entera -la suya en el espejo- tan distinta de lo que llevaba dentro. Astillas, fragmentos incandescentes, sombras, relampagos. Alaridos inesperados. Abismos en los que ni siquiera podia mirarse.
Aquella manana sintio el mismo impulso, violentisimo.
Queria romper el espejo.
Para ver su imagen reflejada en los mil fragmentos esparcidos.
Aquella manana estaba programada una reunion denominada «operativa» con el sargento y los dos suboficiales que integraban la patrulla de investigacion deseada por el coronel.
– Tratemos de recopilar los datos que tenemos para ver si es posible extraer algun indicio o algo. Todos conocemos las cartas y cada uno, por turno, dira su opinion y lo que, segun su parecer, tienen en comun los cinco episodios. Empiece usted, Martinelli.
Martinelli era sargento. Un viejo duro. Treinta anos de agente de policia pasados entre bandidos sardos, mafiosos sicilianos y calabreses, brigadistas rojos. Ahora estaba en Bari, cerca de su comarca de origen, en los ultimos anos antes del retiro. Era alto, gordo, calvo, con manos grandes como palas de ping-pong e igualmente duras. Boca fina, ojos como rendijas.
Ningun delincuente se sentia contento de tener que verselas con Martinelli.
No parecia comodo cuando se movio en la silla, haciendola crujir. No le gustaba recibir ordenes de un jovencito de academia. Eso penso Chiti cuando comenzaba a hablar.
– Senor teniente… no se. Los cinco episodios tuvieron lugar entre San Girolamo, el barrio Liberta y… no, espere, hay uno de esos de los que se encarga la jefatura, que ocurrio en Carrassi. No se si significa algo.
Chiti tenia una hoja ante el. Anoto lo que habia dicho Martinelli y, mientras escribia, penso que solo estaba tratando de darse importancia, y que por lo demas trataba de dirigir aquella investigacion como pensaba que debia hacerse. En abstracto. Sobre la base de lo que habia leido en los libros y sobre todo visto en las peliculas. Tal vez ese imbecil del coronel tuviera razon y probablemente esos hombres, todos con mas experiencia que el, eran perfectamente conscientes de ello. Se esforzo por apartar ese pensamiento molesto.
– ?Usted que dice, Pellegrini?
El suboficial Pellegrini, regordete, miope, contable diplomado, no era propiamente un hombre de accion sino uno de los pocos que sabian usar un ordenador, orientarse entre los documentos de una administracion y leer las cartas de un banco. Por eso lo habian escogido y lo incluian en el nucleo operativo.
– Creo que debemos hacer un trabajo de archivo. Debemos buscar aquellos que tienen antecedentes especificos por estas porquerias en los ultimos anos y debemos controlarlos uno a uno para ver si tienen coartadas para las noches de las agresiones. Debemos verificar si alguno salio de prision recientemente, tal vez poco antes del comienzo de este asunto. De este modo tendremos alguien sobre quien trabajar. Quiero decir que estos puercos no pierden el vicio, la carcel no les hace pasar las ganas. Si encontraramos a muchos nombres que se adecuen se podria incluso crear un programa en el ordenador para ficharlos; a medida que vayamos avanzando introducimos los datos y luego los cruzamos… En resumen, nunca se sabe lo que puede salir de un