lentitud, deposito las cartas, me pidio que encontrara la reina. Indique de nuevo la carta de la izquierda. Me dijo que la destapara y otra vez encontre un diez.
Repitio el juego seis o siete veces y nunca consegui descubrir donde estaba la reina. Ni siquiera tratando de adivinar para escapar a la ilusion de aquellas manos que se movian de un modo hipnotico e inaprensible.
Es dificil explicar a quien no lo ha experimentado el sentimiento de frustracion producido por un juego que parece tan sencillo. Las cartas son solo tres. La reina esta, seguro, y todo se desarrolla ante tus ojos, a pocos centimetros. Y sin embargo no tienes ninguna esperanza de encontrarla.
– Las posibilidades del apostador en este juego son muy cercanas al cero. Aprender esta manipulacion es un buen modo de empezar. Los principios fundamentales se aprenden enseguida.
Me explico y despues repitio el juego dos o tres veces, todavia muy lentamente para ensenarme la tecnica. Aun entonces, cuando ya conocia el truco y sabia donde estaba la reina, me ocurria que senalaba la carta equivocada.
Luego me dio las tres cartas y me dijo que probara.
Probe. Y volvi a probar una y otra vez. El me corregia, me explicaba como debia tener las cartas, como debia dejarlas, como debia dirigir la mirada -no sobre la reina- y todo el resto.
Era un buen maestro, y yo un buen alumno.
Cuando terminamos, tal vez tres horas despues de haber entrado en aquella habitacion, me dolian las manos pero ya era capaz de efectuar de un modo aceptable aquella magia.
Eso me dio una sensacion de embriaguez. Ardia en deseos de mostrarsela a alguien, acaso a mis padres en cuanto volviera a casa. Francesco me leyo el pensamiento.
– Todo el mundo sabe que estos juegos no se ensenan a nadie hasta que no se dominan del todo. Hacer un juego de prestidigitacion y que te descubran es una tonteria frustrante. Hacerlo en la mesa de juego y que te descubran implica riesgos un poco mas serios.
Hice un gesto de suficiencia con las manos, como para indicar que me estaba diciendo cosas obvias.
Todo el mundo lo sabe, exactamente.
8
Tenia esos suenos desde que era nino. Correspondian a un pasado impreciso que tal vez no habia existido nunca. En lugares desconocidos y tranquilizadores, con presencias amigas. Tibieza, espera, orden, deseos, emociones, habitaciones luminosas y calidas, ninos que jugaban, voces remotas y familiares, serenidad, olores de comida y de limpio.
Nostalgia un poco melancolica y dulce.
Eran suenos recurrentes. No era una verdadera historia ni habia personajes reconocibles ni lugares conocidos. Sin embargo, eso era lo extrano, en aquellos suenos le parecia estar en casa.
Cuando los tenia, el despertar era muy desagradable.
Se parecia siempre, de la misma manera, a cuando habia muerto su madre.
El todavia no tenia nueve anos y una manana, al despertarse, habia encontrado la casa llena de gente. Su madre no estaba. La mujer de uno de los oficiales de su padre -el general- lo habia tomado a su cuidado y se lo llevo a su casa.
– ?Donde esta mama?
Aquella senora no contesto enseguida. Primero lo habia mirado largamente, con una expresion de desconcierto y a la vez de incomodidad. Era gorda, con una cara enorme de expresion cohibida.
– Tu mama no esta bien, tesoro. Esta en el hospital.
– ?Por que? ?Que ha pasado? -Y mientras hablaba, el nino sentia que las lagrimas irrumpian junto con una desesperacion desconocida hasta aquel momento.
– Tuvo un accidente, tu mama esta… Esta muy mal. -Despues, no sabiendo que decir, lo abrazo. Era blanda y desprendia un olor parecido al de la criada de la casa. Un olor que el pequeno Giorgio nunca olvidaria.
La madre no habia tenido ningun accidente.
La noche anterior el padre habia salido, como ocurria a menudo. Cenas oficiales, trabajo, algo mas. La madre casi nunca lo acompanaba. A las nueve y media en punto, como siempre, lo habia acostado y le habia dado el acostumbrado beso en la frente.
Luego habia ido al lugar mas lejano de aquella casa enorme -el alojamiento del comandante general, el mas grande de todos-, se habia encerrado en un bano de servicio con un almohadon y una pequena pistola calibre 22 que el padre le habia regalado unos anos antes.
Nadie habia oido el ruido del disparo, apagado por el almohadon y disperso por los corredores oscuros de aquella casa demasiado grande y tetrica.
Aquella noche, la madre habia cumplido treinta anos.
Los tendria para siempre.
El teniente Giorgio Chiti pensaba que el tambien se volveria loco. Como su madre. Muchos anos despues, con su tono helado y distante, sin compasion, sin sentimiento, sin nada, su padre le habia explicado que estaba enferma de los nervios.
Enferma de los nervios queria decir loca.
Y el se parecia a su madre, por cierto. La misma cara, los mismos colores; algo ligeramente femenino en su fisonomia, algo ligeramente masculino y remoto en la fisonomia de ella en aquellas pocas fotografias desenfocadas. En los recuerdos cada vez mas descoloridos.
Tenia miedo de volverse loco.
A veces estaba seguro de que se volveria loco como su madre. Ya no tendria el control de sus pensamientos y de sus actos, como le habia ocurrido a ella. A veces, la idea de la locura como un destino ineluctable se volvia obsesiva e insoportable.
En aquellos momentos se ponia a dibujar.
Dibujar y pintar -junto con el piano-, asi llenaba la madre sus dias largos y vacios en aquellas casas escondidas en los cuarteles. Casas siempre demasiado limpias, con los suelos relucientes, todas con el mismo olor a cera, todas sin ruidos, sin voces.
Despiadadas.
Giorgio era igual a la madre aun en eso. Desde pequeno era capaz de copiar dibujos dificilisimos, inventar animales fantasticos y sin embargo increiblemente realistas. Medio gato y medio paloma; medio perro y medio golondrina; medio dragon y medio hombre; extranos. Y sobre todo le gustaba dibujar rostros. Le gustaba hacer retratos de memoria. Veia un rostro, se lo grababa en la cabeza y despues -incluso horas o dias despues- lo copiaba en el papel. Esto sobre todo no lo habia cambiado al hacerse mayor. Dibujaba de memoria las caras de la gente. Eran iguales a las que habia visto y, al mismo tiempo, distintas, como si en las fisonomias ajenas estuvieran incorporados su inquietud y sus temores.
Caras. Caras locas. Caras infelices. Caras gelidas, lejanas y huranas como la de su padre. Caras crueles.
Caras remotas, llenas de melancolia y anoranza, que miraban a algun punto lejano.
9
Del trabajo de archivo no se habia obtenido nada. Habia una treintena de sujetos con antecedentes especificos compatibles con la modalidad de violaciones sobre las que estaban trabajando. Algun violador confeso, voyeuristas, acosadores de plazas publicas. Los habian controlado a todos, uno por uno.
Algunos estaban en la carcel en la epoca de las agresiones; otros tenian coartadas irrefutables. Algunos eran invalidos o viejos. O en cualquier caso, fisicamente incapaces de cometer aquella clase de agresion.
Al fin habian seleccionado a tres, carentes de coartada y cuyo aspecto no contradecia los fragmentos de descripciones fisicas proporcionadas por las victimas.