»Imagina otro caso, una partida entre jugadores de domingo y un jugador profesional. No quiero decir un manipulador de cartas. Un verdadero profesional del poquer. ?Cuantas posibilidades crees que tendran los aficionados con el profesional? ?Piensas que tendran mas que las que tienen cuando juegan con nosotros? No. Tienen exactamente la misma cantidad: cero. El metodo es diferente pero el resultado es el mismo. La suerte no tiene nada que ver.

Sus ojos verdes relampagueaban en la penumbra del coche. La brasa del cigarrillo casi totalmente consumido estaba junto a sus dedos. Las ventanillas estaban bajadas, el aire era suave y el silencio era solo interrumpido de vez en cuando por el paso de un ciclomotor con el tubo de escape trucado.

– Has jugado al poquer con regularidad antes de que nos hicieramos socios. ?Recuerdas la emocion que sentias cuando tenias una carta ganadora con un pozo grande? ?Era diferente de la que experimentas ahora cuando tienes una carta ganadora, aunque la asi llamada suerte no tenga nada que ver?

Tenia razon. Condenadamente tenia razon.

– La gente manipula y es manipulada. Engana y es enganada a continuacion sin darse cuenta. Hace mal y le hacen mal sin que se de cuenta. Se niega a darse cuenta porque no podria soportarlo. El juego de prestidigitacion es honesto porque de antemano esta claro que la realidad no es lo que parece. Y en cierto sentido, en una dimension universal, tambien es honesto hacer trampas con las cartas. Quiero decir que el control de la situacion se pide en prestamo al azar y esta en nuestras manos. Se que puedes entenderlo. Por eso te elegi. No le diria esto a nadie mas. Nosotros desafiamos la obtusa brutalidad del azar y la vencemos. ?Lo entiendes? ?Lo entiendes? Violamos reglas mediocres y elegimos el curso del destino. Yo y tu.

Dejo de hablar bruscamente, despues de haber dicho las ultimas palabras en un tono mas alto e insolito. Ahora parecia exhausto. Me saco el paquete de cigarrillos del bolsillo y encendio otro. Apenas habia apagado el anterior. Pense que los dos estabamos fumando demasiado y me note un gusto rancio en la boca. Por unos instantes tuve una sensacion de vertigo mientras en el cerebro me daba vueltas esta frase: «Todo esto es un monton de gilipolleces». Fue un fenomeno muy extrano porque la veia mentalmente como en una pagina blanca; y al mismo tiempo la sentia como si alguien la pronunciara dentro de mi cabeza y la percibia como una entidad dotada de consistencia fisica.

Pero no dije nada y esa frase se disolvio cuando Francesco volvio a hablar despues de haber aspirado con violencia la mitad de su cigarrillo.

– Te ensenare. Eres el unico a quien podria ensenarle porque se que comprendes de verdad lo que estoy haciendo.

Asenti y el me pidio que lo llevara a su casa. Estaba muy cansado.

Di el contacto y encendi el radiocasete. El BMW se deslizo por las calles mal iluminadas, liquido como el mercurio.

En la habitacion, a bajo volumen, la voz todavia joven de Leonard Cohen cantaba la cancion de Marianne. Ahora Francesco estaba callado. Miraba hacia adelante, estaba en otra parte.

De pronto senti soledad y miedo. Gelidos. Me vino a la mente algo de cuando era nino, pero era un recuerdo vago y paso antes de que lograra aferrarlo. Como un sueno de esos que se tienen de manana entre el sueno y la vigilia.

Un sueno triste.

7

Dos dias despues Francesco me telefoneo diciendome que nos veriamos esa tarde a las tres. Para empezar.

Nunca habia estado antes en su casa y ni siquiera la habia imaginado.

Era un apartamento oscuro y deprimente. Olor a cerrado, a rancio. Muebles viejos pero sin ninguna dignidad. No antiguos, viejos.

La casa estaba en orden, pero era un orden extrano. Bajo la superficie habia algo fuera de lugar: algo sustancialmente fuera de lugar.

Sabia que Francesco vivia solo con la madre, pero esa tarde descubri que era una anciana. Con una cara seca, hostil, llena de resentimiento.

Francesco me hizo pasar a su cuarto y cerro la puerta. Era una habitacion mas bien grande. Alli dentro se sentia mucho menos el olor a rancio que parecia estancado en todo el resto del piso. Un escritorio de nino, cubierto de libros; libros en los estantes, en el suelo e incluso algunos sobre la cama. Una gran caja de carton llena de historietas de Tex Willer y del Hombre Arana. Las paredes desnudas. Habia solo un viejo poster con la cara de Jim Morrison que miraba hacia un punto impreciso. Todo el destino estaba ya escrito en aquella mirada.

Francesco no decia nada y ni siquiera me miraba. Abrio un cajon del armario, saco una baraja de cartas francesas, hizo lugar en el escritorio apartando algunos libros dispersos, me indico una silla y se sento en la otra. Solo entonces alzo la mirada hacia mi. Permanecio asi muchos segundos, con una expresion extrana, como si no supiera que hacer. Por primera vez desde que lo conocia parecia vulnerable. En aquel momento tuve un sentimiento de afecto y de ternura hacia el.

Por fin apoyo las cartas en el escritorio.

– Mi padre dejo esta casa cuando yo tenia trece anos. Era mas joven que mama y se fue con una mujer mas joven que el. Mucho mas joven. Una relacion mas bien banal, me imagino. Dos anos despues tuvo un accidente de coche con su amiga. Murieron los dos.

Se interrumpio casi con brusquedad, fue hacia la ventana y la abrio. Luego tomo un cenicero de un cajon, se sento y encendio un cigarrillo.

– Nunca lo perdone. Quiero decir: no solo por haberse marchado. No lo perdone por haberse muerto sin darme la posibilidad de hacerle pagar por haberse ido y dejarme solo. Cuando murio tuve una sensacion extrana y muy desagradable. Sentia un dolor terrible y, al mismo tiempo, una rabia infinita. Se me habia escapado. Maldita sea, se me habia escapado. No pensaba literalmente estas palabras pero el sentido era ese. Habia pensado tantas veces en como le habria echado en cara, de adulto, lo que habia hecho. Yo, un hombre de exito, y el, un padre viejo que tal vez queria recuperar una relacion con el hijo abandonado tantos anos antes. Demasiado comodo hacerlo ahora, le habria dicho. Demasiado comodo despues de haberme dejado solo cuando te necesitaba. Demasiado comodo morir de aquella manera, sin pagar las cuentas.

Se paso las manos por la cara. Arriba y abajo, con fuerza, como si quisiera lastimarse.

– Joder, yo le queria a ese desgraciado. Me senti terriblemente solo cuando se fue. Despues siempre me senti solo.

Termino como habia comenzado, con brusquedad. Volvio a coger la baraja de cartas, hizo dos o tres ejercicios velocisimos con una mano sola y despues dijo que podiamos empezar.

El tono de voz era de nuevo el que conocia. La cara tambien.

Saco de la baraja la reina de corazones y los dos dieces negros, trebol y pica.

– ?Conoces el juego de las tres cartas?

Lo conocia en el sentido de que habia oido hablar de el, pero nunca lo habia visto jugar.

– Entonces presta atencion. La reina gana, el diez pierde. La reina gana y el diez pierde.

Dejo las tres cartas sobre el escritorio con suavidad, una junto a otra. Vi claramente que colocaba la reina a la izquierda.

– ?Donde esta la reina?

Toque con el indice la carta de la izquierda. Me dijo que la destapara y vi que era el diez de treboles.

?Como lo habia hecho? Las habia apoyado tan lentamente que era imposible que me hubiera equivocado.

– Hazlo de nuevo -dije.

Cogio la reina y un diez con la mano derecha, sujetandolas entre el pulgar y el indice y entre el pulgar y el medio. Tomo el otro diez con la izquierda, sujetandolo entre el pulgar y el medio.

– La reina vence, el diez pierde. ?De acuerdo?

No conteste y le miraba las manos para que no se me escapara ningun movimiento. Se movio de nuevo con

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