corazones.

Sabia hacer una falsa mezcla de la baraja para dejarla al final exactamente igual que al principio, por lo menos de tres maneras diferentes. Despues del corte de un hipotetico adversario estaba en condiciones de hacer que la baraja volviera a estar igual que antes. Con una mano sola y bastante bien para enganar a un espectador o a un jugador poco atento.

Conseguia coger la ultima carta de la baraja y servirla con naturalidad como si hubiera estado encima, y habia aprendido a colocar a la cabeza seis cartas de mi eleccion con solo manipular la mezcla. Francesco llegaba a veinte cartas pero, en resumen, por ser un principiante, yo iba muy y muy bien.

Por supuesto, todavia no estaba en condiciones de hacer trampas en una mesa de juego. Me faltaba el dominio absoluto de Francesco. Me faltaba aquella capacidad hipnotica de caminar sobre el filo sin miedo de caer.

Por la noche, ahora, salia casi solo con el y con las companias ocasionales que el elegia de cuando en cuando. Veia a mis viejos amigos cada vez menos. Me aburria con ellos. No podia hablar de las pocas cosas que me interesaban: las partidas de poquer, el dinero que me sacaba y que gastaba con una ciega determinacion y mis progresos en el arte de manipular las cartas.

Mientras tanto ya empezaba a hacer calor. La primavera pasaba y el verano estaba a las puertas. Estaban a punto de ocurrir muchas otras cosas en mi vida y en el resto del mundo. Una de estas fue el encuentro con Maria.

Fue una noche que habiamos jugado en un chale con vistas al mar, cerca de Trani.

Francesco habia sido invitado por el dueno de aquella casa, un ingeniero que tenia una gran empresa de construcciones y una serie de controversias con la justicia. En aquel caso, como en casi todos los demas, no logre entender a traves de que conductos lo habia conocido Francesco ni como habia conseguido que lo invitara. Se trataba de un hombre en la cincuentena que habria podido ser mi padre. Aunque supongo que a mi padre no le habria gustado la comparacion.

Cuando llegamos nos dimos cuenta de que habia una fiesta, con un monton de mesas puestas en un cesped grande como una pista de tenis.

Dentro, en una especie de salon, habian preparado varias mesitas redondas, con pano verde, para el poquer. Habia bastante gente dispuesta a jugar. Pero tambien era mucha la que estaba alli solo para beber, comer y escuchar musica. O para otra cosa, como comprobaria al final de la velada. Los invitados masculinos eran decididamente mayores que nosotros. En cambio vi a varias chicas de aspecto ligeramente obsceno con acompanantes entrados en anos.

Como de costumbre, Francesco parecia perfectamente a gusto. Mientras esperaba que el juego comenzara, se movia entre los grupitos de personas que charlaban, se introducia en las conversaciones y parecia que aquella era la gente que frecuentaba todas las noches.

Cerca de las once se formaron las mesas. La puesta de partida era de cinco millones cada uno, regla de la casa. Nunca habiamos empezado con una suma tan cuantiosa.

Aquella noche todo parecia desmesurado, y pense que con aquella suma de entrada podia ocurrir cualquier cosa.

Ya estaba sentado cuando, de improviso, me domino el panico. De repente tuve la sensacion de haberme metido en un juego demasiado fuerte, loco e incontrolable. Tuve el impulso de escapar de aquella mesa, de aquella casa y de todo el resto mientras todavia estuviera a tiempo.

Las voces de las personas que me rodeaban se fundieron en un zumbido sordo y me parecio que el mundo se movia a camara lenta.

Francesco se dio cuenta de que me estaba ocurriendo algo. No se como pero se dio cuenta. Estaba sentado a mi izquierda y me apoyo una mano en la pierna por debajo de la mesa, casi a la altura de la rodilla. No tuve tiempo de dar un respingo ante aquel contacto cuando ya me apretaba con fuerza, clavando a fondo los dedos en la zona blanda y sensible del interior del muslo.

Me hizo dano y tuve que esforzarme para no dejar ver reaccion alguna. Cuando estaba por estirar la mano debajo de la mesa, me solto y me miro sonriendo. Permaneci atontado unos instantes y despues me di cuenta de que el panico habia pasado.

Jugamos y en verdad gane mucho dinero. La ganancia mas grande que habiamos hecho hasta entonces.

A veces ocurre que sin razon -sin razon evidente- uno no consigue recordar detalles. Un psicoanalista nos explicaria que existen motivaciones inconscientes para esta capacidad selectiva de la memoria. No lo se. Lo cierto es que no consigo recordar cuanto gane aquella noche. Con seguridad eran mas de treinta millones, pero aqui se detienen mis recuerdos. No se si eran treinta y dos o treinta y cinco o cuarenta o cuanto. Simplemente no lo se.

En todo caso fue la ganancia mayor de toda la noche, y ya antes del final de la partida se habia corrido la voz entre los que permanecian en la fiesta de que en nuestra mesa el juego se habia vuelto serio de verdad. Fue entonces cuando se reunio un grupito de espectadores, lejos de la mesa para no estar a espaldas de los jugadores, pero lo suficientemente cerca para seguir el juego. Por lo que a nosotros concernia -Francesco y yo- la partida estaba cerrada. Ya habiamos jugado los pozos importantes y el dinero ya estaba en mis bolsillos.

Pero teniamos un publico y Francesco era un prestidigitador. Entonces decidio que podiamos ofrecerle buenas emociones gratis a aquel publico. No era cuestion de que yo ganara de nuevo. Semejante exceso de suerte habria despertado sospechas despues de que, sobre pozos millonarios, habia tenido dos full, una escalera de color y un poquer. Francesco perdia muchisimo, para la platea. Entonces, una vez cada tanto, podia permitirse el lujo de servirse directamente a si mismo las mejores cartas. Asi, en la ultima vuelta, nuestro publico tuvo el privilegio de asistir a una mano en la que se enfrentaban un full de ases (yo) y un poquer de siete (Francesco).

Espectaculo puro, suspenso, respiracion contenida. Al final, a Francesco le brillaban los ojos. No por la ganancia, que era fingida, sino por el espectaculo. Por una vez estaba actuando de prestidigitador. Se estaba divirtiendo como un nino.

Fue en verdad un gran final y yo me preguntaba como habia sido posible aquel ataque de panico, y me parecia que habia ocurrido mucho tiempo antes, no aquella misma noche. O que no habia ocurrido nunca.

Hicimos las cuentas y nos levantamos de la mesa. El que habia perdido mas era el anfitrion, pero eso no parecia preocuparlo. El dinero no era un problema para el.

Aunque era muy tarde, todavia habia gente dando vueltas por la casa y el jardin. Francesco habia desaparecido, como ocurria a veces en aquellas situaciones.

Me habia entrado hambre y me estaba preguntando si habria quedado un poco de comida.

– ?Eres afortunado solo en el juego? -Era una voz baja, casi masculina, con una nota de afectacion, como de quien se esfuerza por ocultar su propio acento de origen. Me volvi.

Cabello castano, corto. Bronceada. No hermosa pero con grandes ojos verde grisaceos inquietantes. Bastante mayor que yo. Mas o menos treinta y cinco, pense mientras la miraba buscando una respuesta. Despues sabria que tenia exactamente cuarenta.

– No soy afortunado, soy bueno jugando. Y no solo en el juego.

– ?Quieres decir que ganaste todo ese dinero porque eres bueno? Solo hay un modo de ser bueno jugando para ganar de esa manera.

Pausa.

– Hiciste trampa.

Tuve una sensacion fisica de paralisis. No consegui mover ni un solo musculo; no consegui decir ni una palabra, y tampoco consegui enfocar su cara.

Nos habia descubierto y queria denunciarnos o chantajearnos. Ese pensamiento me atraveso el cerebro como un flecha incendiaria. Senti que la sangre se me agolpaba furiosa en las mejillas.

– ?Eh, era una broma!

Tenia un tono divertido pero que no dejaba claro si habia bromeado un momento antes.

– Maria -dijo enseguida tendiendo la mano. La estreche, sintiendo su apreton agresivo, mirando la muneca bronceada en la que destacaba una pulsera de oro blanco con una piedra azul. Nunca entendi nada de joyas y en aquel momento no entendia nada en general. Pero igualmente pense que para comprar aquella pulsera no habria bastado nuestra ganancia de aquella noche.

– Giorgio -respondi mientras mi cerebro volvia a funcionar y recomponia las facciones de Maria.

– ?Entonces eres bueno jugando, Giorgio? ?Te gusta el peligro?

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