oposiciones.
Me mostro el libro que habia sacado del estante: Oposiciones a agente de la policia del Estado. Ese era el titulo.
– Ojala encontrara un empleo estatal. Si lo consigo, ?que me importa la universidad? Estoy con el culo tapado para siempre.
Hice que si con la cabeza y despues note que no recordaba su nombre de pila. ?Carlo? No, ese era Abbinante. Otro genio.
?Nicola?
Damiano.
Damiano Mastropasqua.
Mastropasqua, Moretti, Nigro, Pellecchia…
– ?Y todavia juegas a futbol, Cipriani? Defensa derecho, ?eh?
Hacia muchos meses que no iba a jugar. Y si, era defensa derecho. Mastropasqua no era un genio pero tenia una memoria excelente.
– Si, si, sigo jugando.
– Yo tambien. Un partido a la semana, el sabado por la tarde, en los campos de Japigia. Asi me mantengo en forma.
En forma. No consegui evitar que mi mirada llegase a su dilatada barriga. Debia llevar la talla mayor de pantalones para un metro setenta de estatura, mas o menos. El no se dio cuenta.
– ?Sabes una cosa, Cipriani?
– ?Que?
– Uno de los mejores recuerdos que tengo de la escuela media es cuando la Ferrari nos hizo escribir sobre un tema libre y tu escribiste aquella historia ridicula en la que todos los profesores y los companeros de nuestra clase se habian transformado en animales y monstruos. Y la profesora te puso un diez, la unica vez que puso un diez, y despues leyo el trabajo en clase. Que risa ?Virgen santa, que risa! Hasta la Ferrari se reia.
Me senti como si me arrojaran al pasado, absorbido por un remolino que terminaba hacia diez anos.
Escuela media estatal Giovanni Pascoli. El mismo edificio de la escuela de secundaria superior Orazio Flacco, llamado «El Flaco». Todas las aulas tenian rejas en las ventanas desde que un estudiante, por una estupida apuesta, habia caminado por una cornisa y habia mirado hacia abajo. Yo entonces iba a primaria, pero algun nino mayor me habia contado el alarido que se habia oido en toda la escuela. Un alarido que habia helado la sangre y la juventud de centenares de estudiantes.
Hacia frio en la Pascoli y en el Orazio Flacco. Porque enfrente estaba el mar y el viento se colaba a traves de las ventanas aunque estuvieran cerradas. La imagen de la Ferrari emergio de mi memoria mientras me parecia sentir aquel frio, el silbido del viento, aquel olor mezcla de polvo, de madera, de chicos y de murallas antiguas.
La profesora Ferrari era excelente y merecidamente famosa. Nos haciamos recomendar para que nos admitieran en sus clases.
Era una senora guapa, con ojos azules, cabellos blancos cortos y pomulos pronunciados. La cara de quien no teme a nadie. Tenia una voz baja, un poco ronca por los cigarrillos, con un ligero acento piamontes. Cuando yo iba a la escuela secundaria tendria entre cincuenta y sesenta anos.
Debia de haber cumplido apenas veinte cuando, el 26 de abril de 1945, entro en Genova con las brigadas partisanas de montana y una metralleta inglesa en las manos.
No recuerdo que se enfadara nunca en los tres anos de escuela secundaria. Era del tipo de profesora que no necesita enfadarse y ni siquiera alzar la voz.
Cuando un estudiante hacia o decia algo indebido, lo miraba. Tal vez tambien dijera algo, pero yo recuerdo solo su mirada y aquel modo de mover la cabeza. Giraba la cabeza, con lentitud, mientras el resto del cuerpo permanecia firme y miraba al desdichado a los ojos.
No necesitaba enfadarse.
El diez para aquel escrito mio fue un caso unico, pues la nota mas alta que ponia la Ferrari en general era ocho. Muy raramente nueve. Asi como la lectura de un tema -un tema humoristico- en clase.
Y era verdad que tampoco ella consiguio contener la risa leyendo algunos pasajes.
No recuerdo en que clase de animal habia transformado a la profesora de matematicas y ciencias. Pero debia de ser divertido porque la Ferrari comenzo a reirse a mandibula batiente. Se reia tanto que tuvo que interrumpir la lectura, apoyar la hoja en el escritorio y cubrirse la cara con las manos. Mis companeros tambien reian. Toda la clase reia, y tambien yo, pero mas que nada para esconder mi expresion de satisfaccion y orgullo. Tenia once o doce anos y pensaba que de grande seria un escritor de novelas humoristicas famoso. Era feliz.
La imagen se esfumo mientras Mastropasqua decia algo que no entendi. Debia de haber cambiado de tema y yo asenti vigorosamente, esforzandome por sonreir y entrecerrando los ojos.
– Tenemos que organizar un buen reencuentro. Cuando me haya presentado a las oposiciones me ocupare yo de llamarles a todos.
Un reencuentro. Seguro. Hacemos uno ahora y despues otro tal vez a los treinta anos y otro a los cuarenta. Asenti de nuevo y otra vez me esforce por sonreir, pero me di cuenta de que aquella sonrisa se estaba transformando en una mueca. Me alegro de haberte encontrado, tu siempre con los libros, Cipriani.
Yo tambien me alegro de haberte encontrado. Adios, Cipriani -abrazo-; adios, Mastropasqua.
Fue hacia la caja con su manual de Oposiciones a agente de la policia del Estado. Yo me quede ante aquel estante, haciendo ver que miraba un libro sobre bridge, esperando que mi companero de escuela saliera de la libreria. Cuando me volvi ya no estaba, como si hubiera sido absorbido por el lugar de donde habia salido. Dondequiera que fuese.
Entonces me fui yo tambien y camine hasta el paseo maritimo y mas alla, como si estuviese escapando de algo, hasta los limites de la ciudad, hasta los ultimos edificios, hasta el quiosco que al sur marcaba el final de todos los paseos a pie. Compre tres botellas grandes de cerveza y fui a sentarme en la base de piedra de la ultima farola, mirando hacia el mar, sin nada preciso que mirar. O que pensar.
Me quede alli bebiendo y fumando durante mucho tiempo. La luz del dia se esfumo lentamente. Muy lentamente. La linea del horizonte se borro con igual lentitud. Aquel era un dia infinito y yo no sabia donde ir. En aquel momento tuve la sensacion de que no conseguiria levantarme, que no podria hacer ningun movimiento, como si estuviese envuelto en una especie de telarana.
Baje del bloque de granito cuando ya era de noche y en mi lugar deje las botellas vacias una al lado de otra, alineadas hacia el mar. Antes de volverme y echar a andar, me quede algunos instantes mirando las tres siluetas de un violeta rojizo sobre el fondo azul de Prusia. Pense que aquellas botellas puestas alli, en equilibrio frente al mar, esperando que alguien las hiciera caer, debian de tener algun significado.
Naturalmente no encontre ese significado. Si es que lo habia.
Para volver a casa tuve que caminar casi una hora, a pasos largos, forzados. Aturdido por el cansancio, por la cerveza; con la cabeza gacha, mirando solo el metro de acera que me precedia.
Me acoste y dormi largamente. Tuve un sueno oscuro, profundo e inaprensible.
13
El martes por la manana la lluvia era monotona e insistente. Insolito para el mes de junio.
El ruido de la lluvia me habia despertado temprano y no consegui permanecer en la cama. Cuando me levante eran apenas las ocho. No podia llamar a esa hora y debia encontrar una manera de pasar el tiempo. Entonces desayune con calma. Me lave los dientes y me afeite. Despues, antes de vestirme, en vista de que todavia era temprano, pense en reordenar mi habitacion.
Encendi la radio, encontre una cadena que transmitia musica italiana con pocas interrupciones de publicidad y empece.
Junte diarios viejos, apuntes que ya no me servian, baratijas depositadas en el fondo de los cajones del escritorio, dos zapatillas viejas que estaban debajo de la cama desde quien sabia cuanto tiempo, y lo puse todo en dos grandes bolsas de basura. Ordene los libros en los estantes, volvi a pegar un poster -El reino de las