Volvia tarde por la noche, me quedaba en la cama hasta tarde por la manana. Salia, iba a la playa o a casa de Maria o simplemente daba vueltas en coche, con el aire acondicionado encendido y la musica a todo volumen. Volvia a casa avanzada la tarde, me lavaba, me cambiaba, salia de nuevo, y regresaba bien entrada la noche.
Recuerdo muchas escenas de partidas de poquer, antes y despues de nuestro viaje a Espana.
Partidas en habitaciones con aire acondicionado y el humo estancado, en terrazas, en jardines de casas junto al mar. Hasta en un barco.
Y una vez en una casa de juego. Es decir en un garito. Esa no podre olvidarla nunca.
Por lo general Francesco no queria jugar en los garitos. Decia que era peligroso, era exponerse a riesgos inutiles. El de las casas y las salas de juego es un ambiente cerrado, mas o menos como el de los drogadictos. Todos se conocen. Con nuestro ritmo de cuatro, cinco, hasta seis partidas al mes, nos habrian identificado enseguida. No les hubiese pasado inadvertido que yo ganaba casi siempre. Despues habrian reparado en que estabamos siempre juntos. Finalmente alguien, despues de observarnos con cierta atencion, se habria dado cuenta de que yo ganaba los pozos mas grandes cuando Francesco daba las cartas.
Por eso jugabamos fuera de esos circuitos gracias a la increible capacidad de Francesco de encontrar una y otra vez nuevas mesas y nueva gente, a menudo de fuera de Bari. En general aficionados a los que quiza nos encontrariamos como maximo una vez mas, para la revancha.
Nunca pude entender como se lo hacia Francesco para organizar tantas partidas, con tantas personas que no se conocian entre ellas.
Sin embargo, con el correr de los meses la situacion fue cambiando poco a poco. Al principio era gente con dinero, mucho dinero. Personas para las que perder cinco, seis, diez millones en la mesa de poquer constituia una molestia, pero no una tragedia personal y familiar. Con el tiempo, junto con esos individuos, aunque cada vez menos, empece a conocer gente diferente. Con el tiempo, nuestras mesas comenzaron a llenarse, y luego a saturarse, de pequenos empleados, en ocasiones de estudiantes como yo, algun obrero, hasta algun jubilado. A veces, poco mas que pobretones. Otras incluso menos. Perdian como los ricos pero, para ellos, no era exactamente lo mismo.
Las cosas no andaban como en nuestros pactos originales y cada episodio era una caida.
No queria enterarme hacia donde.
En la entrada de la casa de juego habia un hombre sentado, calvo, en camiseta de tirantes, con montones de pelos negros en los hombros. Le dije que queria ver a Nicola. No sabia quien era Nicola, pero aquellas eran las instrucciones de Francesco. El calvo miro alrededor moviendo apenas los ojos y luego hizo una indicacion con la cabeza hacia dentro. Atravese un gran salon que un aparato de aire acondicionado viejo y ruidoso no conseguia refrescar. Vi decenas de videojuegos de aspecto inocente. Guerras espaciales, carreras de coches, tiroteos… Habia poca gente en los juegos aquella noche. Eran todos adultos y, mientras atravesaba el salon, me pregunte distraidamente a que jugarian. Francesco me habia explicado que muchos de aquellos aparatos estaban dotados de un dispositivo activado por un telecomando o incluso solo por una vulgar llave que los transformaba en mortiferos videopoqueres. El cliente decia al administrador que deseaba jugar una partida. Si no era conocido se le decia con brusquedad que alli no habia videopoquer. Por si acaso era un policia. Si en cambio el cliente era conocido o alguien lo habia presentado, el administrador transformaba el monitor girando la llave o apretando un boton del telecomando. Habia gente que perdia millones jugando pocos miles de liras por vez durante horas y horas. Si el equipo no recibia un impulso durante quince segundos, en la pantalla reaparecia automaticamente el juego inocente y legal. Era el que veia la policia si entraba para un control, tal vez despues de haber recibido una carta anonima de alguna esposa desesperada.
De la sala de los videojuegos se pasaba a otro ambiente, mas pequeno, con tres mesas de billar. Nadie jugaba, el aire acondicionado se notaba un poco mas y habia otro tipo que me pregunto que buscaba. Todavia buscaba a Nicola.
El hombre me dijo que esperara alli donde estaba. Fue hacia una pequena puerta metalica del fondo de la sala, hablo por un interfono diciendo algo que no alcance a oir. Menos de un minuto despues se asomo Francesco, que me indico con senas que entrara. Recorrimos un corredor mal iluminado por una bombilla colgada de un cable, bajamos una escalera angosta y empinada y al fin llegamos a destino. Era un sotano de techo bajo, con seis o siete mesas verdes redondas, todas ocupadas menos una. En el fondo del local, en la parte opuesta a la entrada, habia una especie de barra de bar. Detras, un hombre anciano, macilento y con aire malvado.
Alli dentro el aire acondicionado funcionaba bien. Hasta demasiado, y al entrar tuve un escalofrio. Se percibia el olor rancio de los ambientes en los que se fuma mucho y el aire se renueva solo por medio del aire acondicionado. Por encima de cada mesa habia una lampara verde, con pretensiones de dar un aire profesional a aquel garito de suburbio. El efecto del conjunto era de una pobreza surrealista. Un sotano en penumbra, con luces amarillas, hilos de humo que se perdian en volutas de aspecto vagamente malefico, hombres sentados a medias entre aquellas luces y la oscuridad.
Llegamos al mostrador y Francesco me presento al viejo y a dos tipos anonimos que jugarian con nosotros. Esperabamos a otra persona: aquella noche se jugaba de a cinco. Mientras esperabamos, Francesco me explico las reglas de la casa.
Para ocupar una mesa se pagaba medio millon al administrador. Por lo tanto, puesto que eramos cinco, deberiamos poner cien mil liras cada uno. En cambio tendriamos un mazo de cartas nuevo, fichas y el primer cafe. Ademas de la posibilidad de jugar hasta la manana siguiente. Para tener otro cafe, bebidas, cigarrillos, habia que abonar un suplemento. Se jugaba con una apuesta inicial de quinientas mil liras y al final del juego habia que dejar al administrador el cinco por ciento de la ganancia. El que ganaba, naturalmente.
El quinto llego unos minutos despues. Se disculpo mucho por la tardanza mientras respiraba trabajosamente secandose el sudor del rostro con un panuelo blanco visiblemente anticuado. Todo en el estaba ligeramente fuera de lugar. Una camisa blanca con un cuello raro que parecia de treinta anos antes. Cabellos grises un poco demasiado largos, el indice y el medio de la mano izquierda amarillentos de nicotina.
Los ojos, enmarcados en unas ojeras negras y profundas, manifestaban una extrana indulgencia atravesada de relampagos de angustia. Se notaba recien afeitado y exhalaba un olor de despues de afeitar que me recordo algo de mi lejana infancia. Un olor percibido en el rostro de un abuelo o de un tio o de algun otro ya muy grande cuando yo era muy pequeno. Algo que llegaba del pasado.
El parecia llegar del pasado, como si hubiera salido de una pelicula neorrealista o de un viejo telediario en blanco y negro.
Era abogado, o al menos asi me lo presentaron. No recuerdo el apellido pero todos lo llamaban abogado o por el nombre de pila: Gino. El abogado Gino.
Nos sentamos a la mesa, nos trajeron cafe, cartas y fichas y, cuando me disponia a hacer el gesto de sacar la billetera para pagar el derecho, Francesco me detuvo con una mirada y un movimiento imperceptible de la cabeza. Aquel no era un lugar donde se pagaba por anticipado. Los duenos, quienesquiera que fuesen, no tenian problemas de insolvencia por parte de los clientes.
Jugamos durante muchas horas y, es verdad, mas que de costumbre. Si contemplo aquella escena veo una niebla hecha de humo, luz artificial y sombras. De esta niebla asoman apenas el rostro y los gestos del abogado Gino en muchos fotogramas, separados uno del otro. No recuerdo las caras ni los nombres de los otros jugadores y probablemente, si me los hubiese encontrado al dia siguiente, no los habria reconocido.
Durante toda la partida observe solo a aquel senor de mas de cincuenta anos, de respiracion fatigosa, el cigarrillo -fumaba tabaco del mas fuerte- siempre encendido, la expresion a primera vista imperturbable. Me atraia de modo incomprensible e hipnotico.
Note de nuevo que estaba recien afeitado y pense que debia de haberlo hecho expresamente antes de venir a jugar. En aquel sotano sordido y lleno de humo. Entre brutos y delincuentes de toda clase, yo incluido.
Tiene la edad de mi padre, pense en un momento dado, y me senti incomodo.
Cuando perdia un pozo, un ligerisimo temblor le afectaba durante unos segundos la comisura izquierda de la boca. Pero un instante despues sonreia como si quisiera decir: «No os preocupeis por mi; no os preocupeis en absoluto por mi. ?Y que mas da un pozo perdido!»
Perdio muchos pozos. Aceptaba todas las apuestas. Jugaba de un modo metodico y al mismo tiempo febril. Como si no le importase nada el dinero que estaba sobre la mesa, en forma de sucias fichas. Tal vez, en cierto sentido, fuese verdaderamente asi. Tal vez estaba sentado alli por una razon distinta del dinero.