Y sin embargo, algo de febril, de enfermizo, habia en su manera controladisima de estirar las fichas hacia el pozo, casi siempre para no recuperarlas al final de la mano.
Habria perdido aunque no hubieramos estado nosotros en aquella mesa.
Dejamos de jugar a las cuatro de la madrugada. Las otras mesas ya estaban vacias cuando nos levantamos; casi todas las luces estaban apagadas y en el aire flotaba una neblina grisacea e inquietante.
Naturalmente, gane y tambien gano, aunque menos que yo, uno de los dos tipos anonimos. Francesco me habia explicado que se trataba de alguien con quien era mejor no tener cuentas pendientes. Y era mejor no ponerlo nervioso. Por eso lo habia dejado ganar. Para que, como de costumbre, todo anduviese bien, sin contratiempos de ninguna clase.
Los otros, Francesco incluido, perdieron. El abogado Gino mas que nadie. Prendio un enesimo cigarrillo, sacandolo de la cajetilla aplastada y casi vacia y dijo que, si no me molestaba, me pagaria con un cheque, porque obviamente no llevaba encima todo aquel dinero. Y si no me molestaba diferiria ese cheque. No habia que preocuparse porque esperaba dinero de un cliente. Cuestion de dos o tres dias. En todo caso, para seguridad, si no me molestaba, diferiria aquel cheque una semana. Dije que no habia problema pero, no se por que, evite mirar a Francesco.
Pagamos al viejo, Francesco pago al contado al senor anonimo con el cual era mejor no tener cuentas pendientes, pasaron de mano en mano algunos otros pocos billetes y al fin me encontre con un cheque de pago diferido, con fecha postergada, escrito en una letra elegante y nerviosa. Aristocratica, pense. Tan en contraste con el aspecto maltrecho de aquel hombre. Como si fuese el ultimo resto de otra persona que alguna vez debia de haber existido. En algun lugar perdido del pasado.
15
Algunos dias despues, en la fecha indicada en el cheque del abogado Gino, fuimos al banco para cobrar y repartirnos el dinero. Como de costumbre.
El cajero hizo los controles habituales y luego dijo que lo lamentaba pero que la cuenta estaba en rojo y por lo tanto el cheque estaba en descubierto. Nunca nos habia ocurrido algo asi y yo, con ingenuidad, me senti atrapado en el acto. Pense que el cajero me preguntaria como habia obtenido aquel cheque, que me habria acosado con otras preguntas y, escrutando mi expresion culpable, me habria descubierto. El silencio duro algunos segundos, larguisimos. No sabia que decir y, sencillamente, habria querido no estar alli, ocurriera lo que ocurriese.
Luego escuche la voz de Francesco, que estaba casi pegado detras de mi. Le dijo al cajero que por favor nos devolviera el cheque, porque evidentemente habia habido un malentendido con el cliente. Dijo con exactitud eso: «Debe de haber habido un malentendido con el cliente». Cosas que pasan. Resolveriamos nosotros el problema, no era necesario armar un escandalo, formalizar una queja o cosas por el estilo. Gracias y buenos dias.
Unos instantes despues estabamos fuera del banco, en el bochorno del aire de Bari.
– Ese capullo. Debi habermelo esperado. -Por primera vez desde que lo conocia Francesco parecia enfadado. Verdaderamente enfadado. Furioso.
– La culpa es mia. No hay que jugar en los garitos y con esos no hay que jugar. Mierda.
– ?Esos quienes?
– Drogadictos. Ludopatas. Drogodependientes de la mesa verde. Como ese, justamente. -En las palabras de Francesco habia violencia y desprecio. Por alguna razon que no me parecia natural aunque no entendia por que.
– ?Viste como jugaba? -Hizo una pausa, pero no era para oir mi respuesta. Y yo, en realidad, no dije nada-. Los que son como el juegan igual que otros que se inyectan heroina. Son toxicomanos. Y no te puedes fiar, igual que con los toxicomanos. Roban a la madre, al padre, a la mujer. Roban a los hijos para venir a sentarse a la mesa una vez mas. Piden pasta prestada a los amigos y no la devuelven. Creen que saben jugar y, si los oyes hablar, parece que conocen metodos cientificos, infalibles para ganar siempre. Cuando luego se sientan a la mesa juegan como locos. Y cuando pierden quieren volver a jugar enseguida. Quieren siempre mas. Lo necesitan porque jugar les da la sensacion de estar vivos. Pordioseros. Todos pordioseros. No existe una persona menos fiable que uno de esos. Y yo me sente a su mesa, y lo sabia. Es culpa mia.
Francesco siguio hablando pero al final deje de escucharle. Su voz se convirtio en un ruido de fondo mientras a mi me parecia intuir la razon de aquella rabia. Por unos instantes, o por un tiempo mas largo que no se precisar, me parecio captar el sentido oculto de lo que estaba diciendo.
Luego aquel sentido se desvanecio, tan de improviso como se habia formado.
Muchos anos despues leeria que el juego de azar patologico es un intento de controlar lo incontrolable, y da a los jugadores la ilusion de ser duenos de su propio destino. Y volvio a mi mente -clarisima- la intuicion de aquella manana.
Si Francesco hablaba con tanto resentimiento del abogado Gino era porque aquel desgraciado era su doble. Su espejo. Mirar aquel espejo le resultaba insoportable y por eso lo destruia, pensando que asi destruia su propio temor.
Los dos tenian la misma fiebre en el alma. Tambien Francesco, manipulando las cartas, y las personas, perseguia la ilusion de dominar el destino.
Los dos, de manera diferente, caminaban al borde del precipicio.
Yo los seguia. Muy de cerca.
Fuimos a sentarnos bajo las sombrillas de un bar al aire libre en el paseo maritimo, con sus grandes palacios fascistas, cerca de la Pinacoteca.
Francesco dijo que por fuerza debiamos recuperar aquella suma. El habia pagado, la noche misma de la partida, el dinero que habia perdido. Lo habia perdido deliberadamente con aquel senor peligroso cuya cara yo ni siquiera recordaba, para evitar cualquier sospecha sobre la regularidad de la partida. Ademas estaba el gasto de la mesa, el porcentaje sobre la ganancia que yo habia entregado al administrador del garito, etcetera.
Ante todo debiamos recuperar aquellas perdidas. Sea como sea, dijo con el tono neutro de quien esta tratando una cuestion de balanzas comerciales. Pero su cara tenia una expresion que no me gustaba. En absoluto.
Tenia la sensacion de que algo iba a salir mal. La sensacion de que algo inminente -nada bueno- ocurriria. La sensacion de estar cerca de un punto sin retorno.
Aventure debilmente que nos olvidaramos del pobre infeliz. Aquel dinero no nos era indispensable, teniamos mas de lo que necesitabamos, dividiriamos la perdida y dariamos la cuestion por zanjada.
Eso no le gusto.
Permanecio un rato en silencio, con las mandibulas apretadas como si estuviera esforzandose por contener la ira. Despues, sin mirarme, empezo a hablar en voz baja y tensa. Su tono era helado, casi metalico, como quien habla a un subalterno que no ha sabido quedarse en su lugar. Me puse rojo, pero el no se dio cuenta. Eso creo.
No era solo una cuestion de dinero. No podiamos dejar pasar una deuda de juego no pagada. Eso despertaria sospechas, de un modo u otro correria la voz y seria el principio del fin para nosotros. Debiamos recuperar aquella cantidad. Hasta la ultima lira.
No hice las preguntas que hubieran sido esperables. Sobre como podria correr la voz si el unico que lo sabia era aquel tipo. Que con seguridad no iria a pregonar que habia pagado una deuda de juego millonaria con un cheque al descubierto.
No conteste porque esperaba que Francesco abandonara aquel tono. No queria que se enfadara conmigo. No queria que me quitase su aprobacion.
Por eso me dije que no teniamos eleccion. El tenia razon. No podiamos dejar pasar algo semejante, era un riesgo inaceptable. Debiamos recuperar aquel dinero porque, me dije confusamente, de otro modo todo terminaria para nosotros. Me dije muchas cosas confusamente, para convencerme.
A medida que me decia esas cosas, mi incomodidad se atenuaba. A medida que encontraba motivaciones para darle la razon a Francesco, mi inquietud se disolvia en la equivoca, falsa y tranquilizante conviccion de no tener alternativas.