Y asi al fin asenti, con el aire de un hombre de negocios, persuadido por otro hombre de negocios de efectuar una operacion necesaria aunque desagradable.

Porque estaba claro, muy claro, que aquel dinero no iriamos a pedirlo por favor.

16

La cita era a las ocho de la noche, en los jardines de la plaza Cesare Battisti, frente al edificio central de correos y a la Facultad de Derecho. Mi universidad.

Llegue con algunos minutos de retraso y Francesco ya estaba alli.

Con la persona.

Se llamaba Piero. Era de estatura mediana, complexion mediana, cara comun. Tal vez treinta y cinco anos o un poco mas. Habria tenido un aspecto ordinario si no hubiera sido por los cabellos. Eran largos, de un rubio artificial y recogidos en una coleta con una absurda goma rosa. Llevaba un bolso de cuero negro, inflado, que tenia algo de indefiniblemente obsceno.

Piero me acompanaria a lo del abogado Gino -el sabia donde vivia- y me ayudaria a convencerlo de pagar lo que debia. Rapido y sin causar problemas. Problemas estupidos.

Antes de partir Francesco nos invito a un aperitivo en el Caffe della Posta. El mismo cafe donde el ano anterior tenia la costumbre de ir despues de clase o de un seminario, o despues de haberme presentado a un examen.

Mientras me tomaba un espumante blanco helado, masticaba pistachos y volvia a ver fotogramas de mi vida pasada, me sentia envuelto en una sensacion de irrealidad. Como si aquellos hechos, y ese en especial, no me estuvieran ocurriendo a mi. Y al mismo tiempo como si ni siquiera mi vida anterior hubiese sido mia. Suspendido entre dos sensaciones de vacio lancinantes y paralizadoras a la vez. Cortantes y sordas.

Salimos del cafe y Francesco -que obviamente no podia ir con nosotros- se despidio. Estrecho la mano a Piero y a mi me dio una palmada en la espalda. Satisfecho.

Llegamos a las cercanias del tribunal. Una zona sordida de dia y peligrosa cuando oscurecia. Piero me indico el portal de un edificio de tres plantas de aspecto miserable. En dialecto me dijo que aquel vivia alli. Entonces nos sentamos en el capo de un coche aparcado en la otra parte de la calle y esperamos.

Piero trabajaba de enfermero en el Policlinico pero dijo que iba a trabajar solo cuando tenia ganas. Es decir casi nunca. Un colega fichaba por el y el jefe de sala no decia nada. Ademas, cuando alguien necesitaba algun favor, como recuperar un coche robado u otras cosas por el estilo, era a el a quien todos acudian.

Hablaba en tono monotono, un poco en dialecto, un poco en italiano. Y fumaba. Cigarrillos baratos, que apagaba por la mitad apretando el papel y el tabaco entre el pulgar y el dedo medio de la mano derecha.

El abogado Gino llego media hora despues. Iba vestido exactamente igual que la otra noche. La misma camisa blanca, los mismos pantalones de corte anticuado. Fumaba caminando.

Cruzamos la calle y le alcanzamos cuando estaba a punto de llegar a su portal.

Primero me vio a mi y comenzo a esbozar una sonrisa cuando advirtio la presencia de Piero. La sonrisa se le helo en los labios.

– Buenas noches, abogado. ?Vamos a tomar un cafe? -dijo Piero.

– En realidad debo volver a casa. Estuve fuera todo el dia.

Piero se le acerco mucho y le puso una mano en el hombro.

– Vamos a tomar un cafe -dijo de nuevo. El mismo tono monocorde, sin matices, desprovisto de amenaza. El abogado Gino no hizo mas objeciones y ni siquiera intento oponer resistencia. Parecia resignado.

Doblamos la esquina, caminamos en silencio hasta el final de la calle y luego nos desviamos otra vez, hasta desembocar en un pequeno callejon sin salida. Sin tiendas y sin bar.

– Abogado, ?que paso con ese cheque?

Nos habiamos detenido junto a una persiana metalica cerrada y oxidada, en una zona oscura donde la farola de la calle estaba apagada. Piero habia hablado otra vez con el mismo tono, en el que casi no se percibia la pregunta. El abogado Gino estaba a punto de decir algo cuando vi moverse una mano de Piero en la penumbra. La mano que no sujetaba el bolso. Hizo una veloz trayectoria semicircular y se estampo con violencia en la cara de aquel hombre que tenia la edad de mi padre.

La bofetada fue tan fuerte que la cabeza de Gino oscilo y el cuello parecio alargarse por el efecto del golpe. Igual que en algunas escenas de boxeo reproducidas a camara lenta, cuando un gancho llega al menton y la cabeza se tambalea sin control, de una parte a otra, antes de que el boxeador caiga al suelo con los ojos en blanco.

En aquel momento me di cuenta de que el abogado Gino llevaba una especie de arreglo capilar. Antes no lo habia notado, pero el golpe le habia movido un largo mechon de cabellos. Ahora se veia la parte central de la cabeza semidesnuda y aquel mechon que bajaba casi perpendicular desde la frente hasta la nariz.

Me acometio una sensacion semejante al panico. Aunque tambien muy diferente. Al miedo, a la verguenza se mezclaba una especie de abominable, ignominioso e inconfesable regocijo. El que se experimenta cuando se ejerce un poder casi absoluto sobre otro ser humano.

No sabia que hacer. A Gino le temblaba el menton, como a un nino que esta por ponerse a llorar y trata con desesperacion de controlarse. El mechon caia patetico y parecia un postizo.

Senti que algo comenzaba a recorrerme con velocidad, incontrolable, como una tromba de agua que se desplaza violenta a lo largo de tuberias demasiado estrechas.

Y al fin lo golpee tambien yo.

Le di una bofetada, menos fuerte que el golpe de Piero, pero de todos modos fuerte y en el mismo lado de la cara.

Le di una bofetada para que aquel paroxismo cesara. Le di una bofetada por maldad. Y por rabia. Esa rabia que te domina cuando estas frente a la debilidad, a la cobardia de alguien y reconoces -o tienes miedo de reconocer- tu propia debilidad, tu cobardia. Cuando estas frente al fracaso de alguien y tratas de destruir el temor de que ese mismo fracaso antes o despues te toque tambien a ti.

Le di una bofetada, y en la mirada que me dirigio vi un relampago de estupor, que se apago enseguida para dar lugar a la resignacion y a la expresion de quien piensa que merece esos golpes.

Entonces hable, para no pensar en lo que acababa de hacer. En lo que estaba haciendo. Hable para impedir que me asomara una especie de sonrisa malvada, que sentia a flor de labios. Una sonrisa de complacencia por aquello que habia sido capaz de hacer. Y tambien para protegerlo. Para impedir que Piero lo golpease de nuevo. En cierto modo, tome la situacion en mis manos.

– ?Por que nos obligas a hacer esto?

Adopte una expresion decepcionada y sin embargo dispuesta a la comprension. Como si hubiesemos sido viejos amigos y el hubiera traicionado mi confianza. Como si estuviese dispuesto a perdonarlo con solo que el me dijera como.

Con un patetico gesto de vanidad, Gino trato de poner en su lugar el mechon. Trato de recuperar un minimo de presencia, en vista de que ahora se hablaba y el debia responder.

– Es que yo no tengo ese dinero. Querria dartelo, pero ahora no lo tengo. Tuve problemas. Puedo intentar conseguirlo, pero ahora no lo tengo.

Senti el grotesco impulso de decir esta bien, de acuerdo. Perdonanos por las bofetadas, sabes, los negocios son negocios, y nos vemos apenas consigas el dinero. Y puedes irte, esfumarte.

En cambio intervino Piero, que habia permanecido callado hasta ese momento. Asombrado, imagino, por el rumbo que tomaba la situacion y por mi inesperado comportamiento.

Dijo que no habia motivo para hablar tanto. Gino debia firmar pagares, diez, doce a lo sumo. Naturalmente, aplicariamos intereses por el atraso y por la molestia. Nosotros -dijo nosotros- descontariamos en el banco esos pagares y el haria bien en pagarlos todos, con puntualidad. No modifico el tono de voz ni siquiera cuando dijo que si uno solo de aquellos pagares no quedaba cubierto, el volveria. Y le romperia un brazo.

El abogado Gino se volvio para mirarme. Le parecia increible que alguien como yo participase en aquel asunto. Desvie la mirada, asintiendo con aire grave. Estaba en el papel. Como si dijera: esto no me gusta, por

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