Schirani pertenece a esta ultima categoria, mejor dicho, es su abanderado, su perfecto representante, su prototipo ideal. Viste camisas con grandes cuellos y corbatas con nudos hipertroficos. No entiende nada -y cuando digo nada, quiero decir: nada- de Derecho y esta convencido de que es un refinado jurista, al que le molesta la compania de los vulgares abogados. Las pocas veces en las que hemos compartido una defensa -varios imputados en un mismo proceso- ha sido una pesadilla. Ofende gratuitamente a los fiscales, molesta a los jueces, es arrogante con los testigos.

Por si acaso no lo he dejado claro: no le aguanto, y lo ultimo que me apetecia, en esos momentos, era oir el sonido de su voz.

– Pasquale, por favor, digale que estoy reunido y que le llamare luego.

– Ya se lo he dicho, pero insiste. Dice que es urgente y que llama de parte de Michele Cantalupi.

– De acuerdo, pasemelo -dije despues de haber articulado un silencioso «?mierda!» con los labios.

– ?Guido?

– Riccardo…

– Guido, ?que significa toda esta historia?

– ?A que historia te refieres?

– Has convocado a uno de mis clientes en tu bufete, sin advertirmelo, sin decirme una sola palabra.

Respire profundamente, para reprimir el impulso de mandarle a tomar por culo y colgar en el acto.

– Presumo que te refieres a Michele Cantalupi.

– Presumes bien. ?A santo de que le has dicho que vaya a tu bufete?

Lo cierto es que me habia extranado un poco que Cantalupi aceptase tan facilmente venir a hablar conmigo. Evidentemente, despues de decirme que si, debia haberse preguntado si no acababa de hacer una gilipollez y lo habia consultado con su abogado. O sea, justo con el soplapollas que tenia al otro lado del telefono.

– Para empezar, yo no he «convocado» a nadie. La madre de Manuela Ferraro, su ex novia, que, como seguramente sabras, desaparecio hace unos meses, le ha pedido que, por favor, hable dos minutos conmigo. Y que conste, ademas, y solo para dejar las cosas claras, que me acabo de enterar ahora de que Cantalupi es tu cliente.

– ?En que estas pensando?

Ah, en nada. En sustituir el saco de boxeo que tengo en el salon de mi casa y en si a ti te interesaria ocupar su puesto. No es un trabajo tan malo, te pasas todo el dia colgado y sin hacer nada, luego llego yo, por la noche, y te machaco a punetazos. Esa seria la parte divertida, inflarte a golpes hasta dejarte hecho papilla.

– La familia de la chica me ha pedido que estudie el dosier para comprobar que a los carabinieri no se les haya escapado algun detalle importante. Por eso estoy hablando con algunas de las personas que conocen bien a Manuela: para ver si damos con un hilo del que tirar, una idea que nos permita averiguar que ha pasado.

– ?Intentando joder a mi cliente?

Respire de nuevo profundamente. Mas rato que la otra vez.

– Escuchame bien. Nadie quiere joder a tu cliente. ?Como, ademas? Solo estoy hablando con las personas cercanas a Manuela por encargo de su familia. Estas comprobaciones son su ultima esperanza. Tu cliente no tiene nada que temer.

– Mi cliente no va a ir a hablar contigo. Se lo he prohibido.

– Escuchame. Necesitamos…

– Si intentas ponerte otra vez en contacto con Cantalupi, al minuto mismo en que lo hagas saldra desde este bufete una denuncia al colegio de abogados. Espero haberme expresado con claridad.

Y colgo, sin darme tiempo para replicar. Existen pocas cosas mas irritantes que el que te cuelgue el telefono un gilipollas despues de amenazarte y sin dejarte la posibilidad de corresponder a su «amabilidad» o, al menos, de insultarle. Durante unos segundos estuve tentado de llamarle, solo para mandarle a tomar por culo y sentirme mejor. Estaba acariciando aun esa idea cuando me llamo Pasquale y me dijo que habia llegado la senorita Pontrandolfi y que si la hacia pasar.

Dije que si y pense que la joven habia llegado en el momento justo para impedir que yo cometiera una imbecilidad de la que me hubiera ampliamente arrepentido.

15

Me habia imaginado que Caterina Pontrandolfi seria una chica menuda, delgadita, con los hombros estrechos. Quiza porque hasta esa tarde asociaba el nombre de Caterina a un modelo de feminidad fragil y delicado.

La joven que entro en mi despacho poco despues de las siete acabo en un instante y para siempre con ese estereotipo personal, de probables origenes musicales.

Caterina Pontrandolfi era casi tan alta como yo, tenia la nariz un poco ancha, la boca grande, y recordaba a las fotos de Marianne Faithfull de joven. Parecia una jugadora de waterpolo y daba la impresion de ser de ese tipo de chicas de las que no te gustaria recibir un guantazo. El vestido ligero -quiza demasiado, dada la epoca en la que estabamos- y muy femenino que llevaba debajo de la cazadora vaquera era agradablemente incongruente con su fisico de nadadora.

– Pongase comoda, senorita Pontrandolfi.

Mientras pronunciaba esa palabra, senorita, me senti un cretino integral.

– La palabra senorita me recuerda a dos amigas solteronas de mi abuela. En casa todos las llaman las senoritas, por eso una senorita, para mi, es una vieja solterona. Tuteeme, por favor, de lo contrario hara que me sienta incomoda.

Pense que no debia resultar tan facil que se sintiera incomoda, y estaba a punto de decirle que de acuerdo, que la tuteaba si ella hacia lo mismo conmigo, etcetera, etcetera, cuando recorde que -constaba en el informe de los carabinieri, en los datos generales- tenia veintitres anos. Yo tenia cuarenta y cinco, era un abogado en el ejercicio de su funcion y, tecnicamente, podria ser su padre.

Me di cuenta de que no sabia que responder. Decirle que preferia que siguieramos hablandonos de usted hubiese resultado ridiculo y odioso; decirle: vale, tuteemonos (y, ya puestos, ?nos vamos a tomar juntos un helado azul pitufo en el bar de alumnos?) era inapropiado, asi que hice algo que no me gusta en absoluto, pero que me parecio lo unico viable: la tutee y deje que ella siguiera hablandome de usted.

– Bien. Gracias por haber acudido a la cita. Creo que la madre de Manuela te ha explicado ya por que quiero hablar contigo.

– Si. Me ha dicho que esta usted comprobando que en la investigacion sobre la desaparicion de Manuela no hayan quedado cabos sueltos y si, eventualmente, es posible hacer alguna otra averiguacion.

– Si, en efecto, asi es. Por lo que he podido deducir de la lectura de los autos tu eres una de las mejores amigas de Manuela.

– Si, Manuela y yo somos muy amigas.

– Hablame de ella. Cuentame que tipo de persona es, cuanto tiempo hace que os conoceis, que tipo de relacion teneis, y todo lo que se te pase por la cabeza. Aunque sean cosas sin importancia, necesito hacerme una composicion de lugar, tener alguna idea desde la que arrancar y, desgraciadamente, ideas, por ahora, tengo muy pocas.

– Esta bien. Manuela y yo nos hemos conocido en Roma, a traves de Nicoletta. Ellas comparten piso en Roma desde hace un par de anos, mas o menos. Es decir, Manuela se fue al apartamento de Nicoletta, dejo el piso en el que estaba antes. Creo que tuvo algun problema con su anterior companera.

– ?Nicoletta es Nicoletta Abbrescia?

– Si, esa es. A ella la conozco desde la epoca del colegio. Es un poco mas joven que yo.

– ?Tu vives todavia en Roma?

– No. Este es el primer curso que no lo paso alli. Antes del verano se me acabo el contrato y tuve que dejar la casa de Roma. Tendria que haberme puesto a buscar una en otono, pero entonces paso lo de Manuela y…, no se, no me sentia con animos como para ponerme a buscar casa, asi que ahora estudio en Bari y voy a Roma a examinarme.

Tuve la impresion de que en el ritmo de la respuesta se habia producido una cierta aceleracion. Como si la pregunta la hubiese colocado en una situacion incomoda. La joven interrumpio rapidamente el flujo sincopado de

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