«?Quien
«Dime antes quien eres tu.»
«No, querido, dime primero quien eres tu.» Y asi en este tono sin parar.
Bueno, la situacion parece estar en un punto critico y ninguno de los dos sabe como salir de ella, tambien porque ninguno de los dos quiere tomar la iniciativa de atacar al otro, al no saber con quien se las ha de ver.
– Zorra tiene entonces una idea: «Oye, es inutil que sigamos peleandonos, porque de esta manera permaneceremos aqui dentro todo el dia. Hagamos un juego para resolver la situacion. Yo ahora estoy quieto, tu me tocas e intentas adivinar quien soy. Luego tu estas quieto, yo te toco e intento adivinar quien eres. Quien descubra la identidad del otro gana y puede pasar primero. ?Que dices?»
«De acuerdo», dice Culebra, «puede ser una idea. De acuerdo, pero empiezo yo».
Y asi Culebra, moviendose sinuosamente, empieza a tocar a Zorra.
«Veamos, que orejas largas, puntiagudas que tienes, que hocico afilado, que pelo suave, que gran cola… ?tu tienes que ser Zorra!»
Un poco molesto Zorra se ve obligado a reconocer que el otro ha acertado.
«Ahora me toca a mi, porque si acierto acabaremos empatados y tendremos que encontrar otra manera para decidir quien pasa.»
Y empieza a tocar a Culebra, que mientras tanto se ha tumbado en el suelo de la galeria.
«Que cabeza tan pequena que tienes, no tienes orejas, eres resbaladizo, largo. ??No tienes cojones?!»
«?Y no seras por casualidad un abogado?»
Rio en silencio entrecerrando los ojos. Tambien Patrono intento reir, pero no lo logro. Hizo una especie de mueca forzosa, intento decir algo pero sin exito. No sabia perder.
Mantovani se quito la toga de los hombros, dijo que iba a su despacho, que nos veriamos al reanudarse la audiencia y se marcho.
De vez en cuando, un hombre de verdad. Pense.
10
Paso algun dia mas y luego llego la llamada de Abagiage.
Necesitaba verme. Enseguida.
Dije que podia venir el mismo dia, a las ocho de la tarde, hora de cierre de la oficina. Asi podriamos hablar con mas calma.
Llego con casi media hora de retraso y eso me asombro: no correspondia a la imagen que me habia forjado de ella.
Oi sonar el timbre cuando ya estaba pensando en marcharme.
Atravese el despacho desierto, abri y la vi. En medio del rellano, con la luz apagada.
Entro arrastrando una caja. Habia libros y unas pocas cosas de Abdou, entre ellas un sobre con algunas decenas de fotografias.
Dije que podiamos ir a hablar a mi despacho y ella me indico que no con la cabeza. Tenia prisa. Permanecio alli, a un metro de la puerta y abrio la bolsa, sacando un fajo de billetes similar al de la primera vez que habia venido a mi oficina.
Me dio el dinero y sin mirarme a los ojos empezo a hablar rapidamente. Esta vez se notaba el acento. Fuerte como un olor.
Tenia que marcharse. Tenia que regresar a Assuan. Estaba obligada, estaba obligada -dijo- a regresar a Egipto.
Pregunte cuando y por que, y la explicacion se hizo confusa. Cortada a veces por palabras que no comprendia.
Hacia mas de una semana habia hecho el examen de final de curso. En teoria, habria tenido que marcharse inmediatamente; ademas el resto de los becarios ya se habian ido.
Se habia quedado, solicitando una prorroga de la beca, exponiendo que debia profundizar en algunos estudios. La prorroga no habia sido concedida y el dia anterior habia llegado un fax, de su pais, en el que le notificaban que debia regresar. Si no lo hacia enseguida, perderia su puesto de funcionaria en el ministerio de agricultura.
No tenia eleccion, dijo. Si se quedaba no podria ayudar a Abdou. Sin dinero y sin trabajo.
Sin una casa, visto que le habian dicho que tenia que dejar libre la habitacion en la residencia cuanto antes.
Iria a Nubia e intentaria conseguir un periodo de excedencia. Haria lo imposible para regresar a Italia.
Habia recogido todo el dinero que habia podido para pagar la defensa de Abdou, es decir, a mi. Eran casi tres millones. Tenia que hacer el maximo, todo lo posible para ayudarle.
No, Abdou no lo sabia todavia. Se lo diria al dia siguiente, durante la visita.
De todas maneras -repitio, demasiado rapido y sin mirarme- haria el maximo para regresar pronto a Italia.
Ambos sabiamos que no era verdad.
Maldicion, pense. Maldicion, maldicion, maldicion.
Tenia ganas de insultarla porque me dejaba solo con aquella responsabilidad.
Yo no la queria, aquella responsabilidad.
Tenia ganas de insultarla porque me reflejaba en su inesperada mediocridad y en su cobardia. Y me reconocia con una claridad insoportable.
Me acorde de aquella vez en la que Sara habia hablado de la posibilidad de tener un hijo. Era una tarde de octubre y yo dije que no creia que hubiera llegado todavia el momento. Ella me miro y asintio sin decir nada. Nunca mas hablo de ello.
No insulte a Abagiage. Oi sus explicaciones sin decir nada.
Cuando termino se fue retrocediendo, como si tuviera miedo de darme la espalda.
Yo permaneci de pie en el umbral, cerca de la caja de carton con las cosas de Abdou, el fajo de billetes en la mano. Luego cogi el telefono que estaba en el escritorio de mi secretaria y sin pensarlo marque el numero de Sara, que antes tambien era mi numero.
Sonaron cinco timbrazos y luego contestaron.
La voz era nasal, mas bien joven.
– ?Si? -el tono era el de alguien que esta en su casa. Quizas acababa de regresar del trabajo, cuando habia sonado el telefono se estaba quitando la corbata y mientras contestaba se quitaba la americana y la echaba sobre el sofa.
Inexplicablemente no colgue.
– ?Esta Estefania?
– No, mire, aqui no hay ninguna Estefania, se ha equivocado de numero.
– Oh, perdoneme. ?Podria decirme a que numero he llamado?
Me lo dijo y yo lo escribi, tambien. Para estar seguro de haber comprendido bien.
Mire detenidamente aquel trozo de papel, mientras mi cerebro daba vueltas inutilmente alrededor de una voz nasal, sin rostro, que contesto el telefono de mi casa.
11
– Ha sido una pelicula muy buena, esta noche. ?Como se llaman los actores?
– Harry es Billy Cristal. Sally, Meg Ryan.
– Espera, ?como era la frase… aquella del sueno de las olimpiadas?
– He vuelto a tener aquel sueno. Estoy haciendo el amor y los arbitros olimpicos observan. He llegado a la final. El arbitro canadiense me da un 9, el americano un 10, y mi madre, disfrazada de arbitro de Alemania del