No nos estrechamos la mano y el inspector Surano me guio recorriendo el camino andado, y luego por otros pasillos todavia mas estrechos, a traves de las rejas y la peste de rancio que parecia colarse por todas las rendijas.
La enfermeria era una habitacion con una decena de camas, casi todas ocupadas. No vi a Abdou y mire a Surano. El hizo una senal con la cabeza para senalar el fondo de la habitacion y luego me precedio.
Abdou estaba en una cama, los brazos inmovilizados con correas y los ojos semiabiertos. Respiraba por la boca.
Junto a el estaba sentado un funcionario de prisiones grueso, con bigotes. Fumaba con aire aburrido.
Surano quiso darse aires:
– Joder, ?fumas en la enfermeria, Abbaticchio? Apagalo, apagalo y dejale la silla al abogado.
Nunca vista semejante cortesia. Evidentemente, el director habia dado ordenes de que se esmeraran en el trato.
El funcionario Abbaticchio miro al inspector con los ojos obtusos. Estuvo a punto de decir algo, luego se dio cuenta de que lo mejor era no hacerlo. Apago el cigarrillo y se alejo, ignorandome por completo. Surano me dijo que podia estar tranquilo. Cuando hubiera terminado, el mismo me acompanaria a la salida. El tambien se alejo hasta la entrada de la enfermeria.
Ahora estaba solo junto a la cama de Abdou, que parecia no haberse dado cuenta de mi presencia.
Me incline un poco e intente llamarle, pero el no dio senales de responder. Cuando estaba a punto de tocarle un brazo, el hablo, casi sin mover los labios.
– ?Que quieres, abogado?
Retire la mano, con un ligero sobresalto.
– ?Que ha pasado, Abdou?
– Sabes lo que ha ocurrido. Si no, por que ibas a estar aqui.
Tenia los ojos abiertos, ahora, y miraba hacia el techo. Yo me sente, dandome cuenta de que en aquel momento no sabia que decir.
Al estar al nivel de la cama note las excoriaciones de su cuello.
– ?Ha venido Abagiage esta manana?
El no contesto ni me miro. Cerro la boca y apreto las mandibulas. Logro tragar tras dos intentos. Luego, como en una escena a camara lenta, vi en el interior de su ojo izquierdo una gota -una sola- que se formaba, que crecia, que se separaba recorriendo lentamente todo el rostro, hasta detenerse en el borde de la mandibula. Yo tambien tuve dificultades para tragar.
Durante un tiempo indefinible no hablo ninguno de los dos. Luego me di cuenta de que solo tenia una cosa que decir que tuviera sentido.
– Te has quedado solo y crees que ahora se ha acabado de verdad. Lo se. Probablemente tengas razon.
Los ojos de Abdou, que habian permanecido fijos en el techo, giraron lentamente hacia mi. Tambien se movio la cabeza, si bien muy poco. Disponia de su atencion. Volvi a hablar y mi voz era extranamente calmada.
– En efecto, tal como lo veo yo, tienes una sola posibilidad, que es mas bien debil. Y la decision solo puede ser tuya.
El me miraba, ahora, y yo sabia que tenia el control.
– Si tienes ganas de luchar por esa posibilidad, dimelo.
– ?Que posibilidad?
– No hacemos el proceso abreviado. Vamos a juicio frente a un tribunal e intentamos ganarlo, es decir, que te absuelvan. Las posibilidades son muy pocas y te confirmo lo que te dije la otra vez. Mi consejo siempre es escoger el proceso abreviado. Pero la decision es tuya. Si no quieres el proceso abreviado, yo te defendere en el juicio.
– No tengo dinero.
– A la mierda el dinero. Si consigo que te absuelvan, lo que es improbable, encontraras la manera de pagarme. Si te condenan, tendras problemas mas serios que una deuda conmigo.
El aparto la mirada, que habia mantenido fija en mi, mientras hablaba. Volvio a mirar al techo, pero de manera distinta ahora. Tuve tambien la impresion de notar la sombra de una sonrisa, amarga, en sus labios. Al final hablo, siempre sin mirarme, pero con voz firme.
– Eres inteligente, abogado. Yo siempre he creido ser mas inteligente que los demas. Eso no es una suerte, pero es dificil comprenderlo. Si crees que eres mas inteligente que los demas, no comprendes muchas cosas hasta que te caen encima. Entonces ya es tarde.
Hizo el gesto de levantar el brazo derecho, pero estaba bloqueado por la correa. Yo senti el impulso de preguntarle si queria que lo soltaran, pero no dije nada. El continuo hablando.
– Hoy me parece que tu eres mas inteligente que yo. Yo pensaba que estaba muerto y ahora, despues de que has hablado, creo que me equivocaba. Has hecho una cosa que no comprendo.
Hizo una pausa y respiro profundamente, con la nariz, como para reunir todas sus fuerzas.
– Quiero que vayamos a juicio. Para ser absuelto.
Senti un escalofrio que surgia de lo mas alto de la cabeza y se desparramaba por toda la espalda. Queria decir algo, pero sabia que cualquier cosa seria inadecuada.
– De acuerdo -dije entonces-, nos vemos pronto.
El apreto de nuevo las mandibulas y asintio, sin separar la mirada del techo.
Cuando regrese a mi coche encontre en el parabrisas la hojita blanca de la multa por estacionamiento en zona prohibida.
14
Dos semanas despues se celebro la audiencia preliminar.
Carenza llego con retraso, como de costumbre.
Yo esperaba fuera de la sala, charlando con algun colega y con los periodistas que estaban alli precisamente por mi proceso. Cervellati, en cambio, no habia llegado.
A el no le gustaba esperar al juez delante de la sala, entre los abogados. Asi que ordenaba a su secretario que le dijera al ayudante del juez que lo llamaran cuando la audiencia estuviera a punto de empezar.
Carenza entro en la sala seguida por su ayudante y un empleado que empujaba un carrito repleto de carpetas. Yo tambien entre, me sente en mi sitio, en el banco de la derecha para quien este frente al juez, y abri mis documentos, sin mas, tanto para hacer algo como para calmar los nervios.
Poco despues me di cuenta de que en la sala tambien estaba mi colega Cotugno, que tenia que constituirse en acusacion particular por parte de los padres del nino. Era un abogado anciano, un poco fanfarron, sordo y con un aliento terrible.
Las conversaciones con Cotugno eran surrealistas. El, como no le funcionaba el oido, tendia a acercarse. Su interlocutor, al que normalmente le funcionaba el olfato, tendia en cambio a retirarse. Hasta que las circunstancias y la buena educacion se lo permitian. Luego tenia que aguantarme.
Asi que cuando vi a Cotugno sentado en el banco del fiscal -como solian hacer los abogados de la acusacion particular- puse en marcha una compleja estrategia para evitar su aliento. Me levante a medias, apoyandome en mi banco, alargue el brazo en toda su extension y le di la mano manteniendo un equilibrio precario. Claramente incompatible con cualquier conversacion. Luego me volvi a sentar.
La jueza dijo al ayudante que avisara a los funcionarios de prisiones para que trajeran al detenido del calabozo.
En aquel momento Cervellati se materializo a mi izquierda. Llevaba un traje gris con mocasines marrones sin cordones y con borlitas. Me pregunto que pretendia conseguir con aquel juicio.
Menti. Mi cliente -dije- habia querido pensarlo hasta el ultimo momento, de modo que yo no iba a saber hasta aquella manana si pediriamos el proceso abreviado o no.
Cervellati me miro, parecio que estaba a punto de decir algo, luego agito la cabeza y se sento en su sitio. No me habia creido, y no tenia un aire amistoso.
Dos minutos despues, por una puerta lateral, rodeado por cuatro funcionarios de prisiones, las esposas en las