interrogatorio que…
– Protesto, presidente. La acusacion no puede afirmar que mi cliente dijo
No era una verdadera protesta, pero me servia para facilitar rapidamente al jurado una informacion importante: la primera vez -y de hecho, la unica- que Abdou habia sido interrogado no habia grabadoras, no habia camaras de video, no habia estenografos.
El presidente rechazo la protesta y me dijo que no le gustaba la manera en que habia empezado. Me habria gustado mucho, pero no lo hice. Solo le di las gracias al presidente y Cervellati prosiguio.
– Ahora leo la declaracion:
– ?Puedo explicarlo? Yo conocia al nino por el nombre de Ciccio. Lo llamaba asi. En la playa todo el mundo lo llamaba con ese nombre. Cuando oi Francesco Rubino no comprendi que se trataba de Ciccio. El pequeno para mi era Ciccio.
– Durante aquel interrogatorio llego un momento en el que, sin embargo, admitio conocer al nino, ?verdad?
– Si, cuando vi la fotografia.
– ?Quiere decir: cuando le fue comunicado el hallazgo -en su casa- de una foto del nino?
– Cuando me mostraron la foto… si, la que tenia en casa.
– O sea, que es correcto decir que usted admitio conocer al nino solo cuando se dio cuenta de que habiamos encontrado aquella fotografia…
Estaba yendo demasiado lejos.
– Protesto. Eso no es una pregunta. El fiscal intenta sacar conclusiones y no puede hacerlo en este momento.
A reganadientes, el presidente tuvo que darme la razon.
– Fiscal, limitese a las preguntas. Las conclusiones para el alegato final.
Cervellati prosiguio su interrogatorio pero, evidentemente, se estaba poniendo nervioso, y no solo conmigo.
– Veamos, Thiam, ?usted puede decirnos donde estaba la tarde del 5 de agosto de 1999?
– Si.
– Digalo.
– Regresaba de Napoles en coche.
– ?Que habia ido a hacer a Napoles?
– A comprar genero para vender en la playa.
– Tengo una refutacion que hacer, de la misma acta que he indicado antes. Leo textualmente:
– Fui a comprar el genero. Y fui a comprar tambien hachis. No lo dije porque no queria involucrar a quienes me habian vendido el genero y el hachis. Y no queria liar a mi amigo, que era quien guardaba en su casa mi genero y el hachis.
– ?Quien era este amigo suyo?
– No quiero decirlo.
– De acuerdo. Esto servira para valorar la fiabilidad de su historia. ?Que tenia que hacer con el hachis?
– Lo comprabamos en grupo con otros amigos africanos, para fumarlo juntos.
– ?Que cantidad de hachis habia comprado usted?
– Medio kilo.
– ?Y usted piensa que nos vamos a creer esta historia? ?Que nos creemos el hecho de que para no enfrentarse a posesion de hachis y genero con las marcas falsificadas usted no se ha defendido de una acusacion de homicidio?
– No se si creen esta historia. Pero cuando fui interrogado estaba muy confundido. No comprendia muy bien lo que estaba pasando y no tenia animo para implicar a personas que no tenian nada que ver. No sabia que hacer. Si hubiera tenido un abogado, tal vez hubiera…
– ?Durante el interrogatorio usted
Cervellati alzo la voz: estaba perdiendo los nervios. No era necesaria mi intervencion.
– Tenia un abogado de oficio. No hable con el antes del interrogatorio y luego ya no le vi mas. Si me preguntaran como era, no soy capaz de describirlo.
– De acuerdo -dijo Cervellati intentando dominarse y dirigiendose al tribunal-, yo no deberia discutir con el acusado. Oiga Thiam, usted dice que fue a Napoles aquel dia. Describanos detalladamente como se desarrollo su jornada.
– ?El dia que fui a Napoles?
– Si.
– Sali pronto por la manana, a eso de las seis. Llegue a Napoles hacia las nueve. Fui a un almacen en la zona de la carcel, en Poggioreale, donde recojo el genero, y lo cargue en el coche. Luego fui realmente cerca de la estacion, donde estaban mis amigos que tenian el costo, el hachis, y lo compre. Tenia el dinero que habiamos recogido en Bari…
– ?Que necesidad tenia de irlo a comprar a Napoles, el hachis? ?No hay en Bari?
– En Bari hay, pero hay sobre todo hierba, marihuana, que viene de Albania. Pero yo tenia que ir a Napoles a por el genero. En Napoles estan estos amigos, que tienen costo muy bueno, y me hicieron un buen precio, el mismo al que lo pagan ellos.
– ?Que precio le hacen pagar esos amigos suyos traficantes?
– Medio kilo, un millon.
– Y luego usted lo vendia en Bari.
– No. Yo no traficaba. Lo comprabamos en grupo y despues lo repartiamos para fumarlo nosotros.
– ?A que hora regreso de Napoles?
– Tarde. No se la hora exacta. Cuando descargue en casa de mi amigo todavia habia sol.
– Naturalmente -usted ya lo ha dicho- no quiere decirnos el nombre de ese amigo.
– No puedo.
– ?Hay alguien que pueda confirmar esta historia que nos ha contado hoy, aqui?
– ?Un testigo?
– Si, un testigo.
– No, no puedo llamar a nadie. Ademas, estan en la carcel desde hace casi un ano, no se si las personas de Napoles, o incluso mi amigo de Bari, estan todavia en Italia.
– De acuerdo. Hemos de fiarnos solo de su palabra. Es decir, que usted podria omitir que fuera a Monopoli, a Capitolo, aquella tarde.
– No.
– ?No podria omitirlo?
– No fui. Cuando termine de descargar me quede en Bari. Era tarde y no habia nadie en las playas.